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El Telégrafo
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El devenir del pensamiento feminista contemporáneo

El devenir del pensamiento feminista contemporáneo
08 de marzo de 2013 - 00:00

El feminismo contemporáneo surge como un espacio de revisión sobre ciertos preceptos agotados del feminismo liberal y radical que han desconocido, por ejemplo, la condición colonial de Latinoamérica. Eso ha obligado a repensar muchas propuestas feministas, marcadas por orígenes privilegiados en términos de etnia, clase  y orientación sexual. Además cuestiona la idea de que no solo las mujeres (biológicas) son quienes hacen, practican y reflexionan el feminismo.    

En todo caso, éste aparece como posibilidad de reflexión teórica e incidencia política sobre las relaciones sociales, culturales y económicas, las mismas que generan condiciones de desigualdad, violencia y discriminación entre los diferentes cuerpos humanos, en un marco social atravesado por el capitalismo y el patriarcado que apunta a la división y esencialización de los sexos y géneros, de los roles y las voluntades individuales: hombres/mujeres, masculinos/femeninas, santas/putas, trabajo doméstico/trabajo profesionalizado, cuerpos productivos/cuerpos reproductivos, lo público/lo privado.  

Se trata de un esquema que, al privilegiar uno de los términos de esos binomios, oculta, alteriza e idealiza  al otro. Sin embargo, que una mujer se dedique al cuidado de sus hijos y a tareas domésticas no necesariamente significa que esté bajo una relación de sujeción y opresión, o que una mujer profesional que trabaja en la vida pública esté  emancipada plenamente.

Años atrás, la filósofa búlgara Julia Kristeva describió las tres generaciones del feminismo en el siglo XX: la primera, orientada a la búsqueda de la igualdad con los hombres; la segunda, apuntaba al reconocimiento y radicalización de la diferencia sexual; y, una tercera que, entre otros elementos, criticaba la universalidad de una diferencia radical entre los sexos e incorporaba el concepto de relaciones entre hombres y mujeres para comprender el género: la masculinidad y la feminidad. Posteriormente, emergieron críticas severas a varios feminismos “rígidos”, donde resaltan las figuras de Beatriz Preciado, Camille Paglia y, recientemente, con la publicación de “Reflejos en el ojo de un hombre”, Nancy Huston, para finalmente aterrizar en los debates sobre el transfeminismo, donde el Ecuador ha producido importantes reflexiones desde el Proyecto Transgénero.  

08-03-13-sociedad-Johanna-IzurietaDentro de las propuestas del feminismo se estableció diferenciar lo que es sexo y género. De este modo, se entendía el sexo como un hecho natural, anterior y biológico, frente al género que se consideraba como una construcción cultural y social. La famosa frase de Simone de Beauvoir: “Una no nace mujer, se convierte en una”, se interpretó en este sentido. Además en “El segundo Sexo” señaló que  “la mujer es su cuerpo; pero su cuerpo es distinto de ella”, fundamentando el principio de que los cuerpos se determinan como macho o hembra, no por sus razones biológicas sino por la mediatización de los discursos culturales, legales, religiosos y de clase.    

Estas reflexiones significaron un punto de partida teórico para distintos grupos feministas  y se convirtieron en su bandera política de lucha reivindicativa. Asimismo, desde la literatura, por ejemplo, nace un discurso donde no solo se explora la discriminación de orden sexual en las mujeres,  sino también  se cuestiona su rol en la sociedad como productoras de trabajo y conocimiento que no son reconocidos, así, cuando Virginia Woolf preguntaba: “¿qué necesitan las mujeres para escribir buenas novelas?” la respuesta la dio ella misma: “todo cuanto las mujeres necesitaban para escribir novelas era solamente una cosa, independencia económica y personal, esto es, una habitación propia”.

Esta suerte de feminismos (pues en su tiempo no se lo reconoció como tal, ni tampoco las autoras trabajaron sobre esa categoría) se desplazan por  el reconocimiento de la diferencia y la denuncia de la violencia que limita la participación de la mujer en la vida pública. Sin embargo, la lucha por la igualdad de condiciones y derechos se remonta a los tiempos de la Revolución Francesa, donde emergieron los primeros movimientos sufragistas, cuando las mujeres parisinas marcharon hacia Versalles y pidieron -bajo el lema libertad, igualdad y fraternidad- el sufragio femenino.
 
Limitaciones analíticas y “otros” feminismos

Como lo señalaba Linda Nicholson en su ensayo “La interpretación del concepto de género”, en las sociedades modernas existe una tendencia a plantearse una disyuntiva cuando se piensa en generalidades: ¿existen puntos comunes que nos igualan o somos solo individuos? “En cierta forma, la fascinación que ejercen las teorías del feminismo de la diferencia estriba en su profunda crítica contra la tendencia social a quitarle importancia al género y sostener que el feminismo no es necesario dado que ‘somos únicamente individuos’”, afirmaba Nicholson.

Una de las paradojas entre sexo y género es que, a pesar de que el primero se define fundamentalmente por  oposición al segundo, es frecuente encontrar en textos científicos y periodísticos una simple sustitución de género por sexo, incluso cuando se trata de connotaciones biológicas.

De este modo se elimina la potencialidad analítica de la categoría para reducirla a una escueta insinuación  “políticamente más correcta”. El problema es que bajo esta forma se encubren, entre otras cosas, las relaciones de poder entre los sexos, como sucede cuando se habla de violencia de género en lugar de violencia de los hombres hacia las mujeres: una categoría neutra que oculta la dominación masculina.

Por otra parte, está la emergencia de otros feminismos disidentes como  plantea Beatriz Preciado: “se hacen visibles a partir de los años ochenta cuando, en sucesivas oleadas críticas, los sujetos excluidos por el feminismo biempensante comienzan a criticar los procesos de purificación y la represión de sus proyectos revolucionarios que han conducido hasta un feminismo gris, normativo y puritano que ve en las diferencias culturales, sexuales o políticas amenazas a su ideal heterosexual y eurocéntrico de mujer. Se trata de lo que podríamos llamar con la lúcida expresión de Virginie Despentes el despertar crítico del ‘proletariado del feminismo’, cuyos malos sujetos son las putas, las lesbianas, las violadas, las marimachos, los y las transexuales, las mujeres que no son blancas, las musulmanas... en definitiva, casi todos nosotros”.

Esta revisión del feminismo descentra el sujeto mujer de manera transversal y simultánea, y cuestiona el carácter natural, homogéneo y universal de la “condición femenina”. Al respecto, Preciado apunta que “el primero de estos desplazamientos vendrá de la mano de teóricos gays y teóricas lesbianas como Michel Foucault, Monique Wittig, Michael Warner o Adrienne Rich, que definirán la heterosexualidad como un régimen político y un dispositivo de control que produce la diferencia entre los hombres y las mujeres, y transforma la resistencia a la normalización en patología. Judith Butler y Judith Halberstam insistirán en los procesos de significación cultural y de estilización del cuerpo a través de los que se normalizan las diferencias entre los géneros, mientras que Donna Haraway y Anne Fausto-Sterling pondrán en cuestión la existencia de dos sexos como realidades biológicas independientemente de los procesos científico-técnicos de construcción de la representación”.

Finalmente, mientras el feminismo “tradicional” ha centrado su lucha en la desigualdad entre hombres y mujeres, el transfeminismo construye un espacio transfronterizo habitado por diferentes sujet@s para quienes las categorías convencionales de hombre o mujer son limitadas: el sexo, la orientación sexual, el género, la clase social y la procedencia se entrelazan profundamente, dando lugar a lo que se conoce como la identidad, absolutamente singular de cada persona.

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