En el marco de la Reunión Anual de las Asambleas de Gobernadores, organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Corporación Interamericana de Inversiones, realizada en Guayaquil, se presentó la oportunidad para colocar en la agenda nacional y regional los desafíos y perspectivas del empoderamiento económico de las mujeres. 

Para abordar este tema es indispensable reconocer la histórica e incansable lucha de los feminismos, como base política y teórica, para visibilizar al mundo las desigualdades de género que existen entre hombres y mujeres.

Ejemplos claros de dichas desigualdades es la brecha de ingresos monetarios por relación laboral, que actualmente oscila en un 20% menos con relación a los hombres; y, en términos de uso del tiempo, las mujeres ecuatorianas trabajan 17:42 horas más que los hombres, y 23:14 horas más en el área rural (EUT, 2012).

El feminismo, como corriente política, establece un objetivo fundamental: la igualdad entre mujeres y hombres. Para ello, las economistas feministas consideran el análisis de las relaciones de poder por razón de género, como la variable que explica el funcionamiento de la economía, y el papel de mujeres y hombres como agentes económicos y sujetos de políticas económicas.

Es así que bajo el análisis de las relaciones de poder en el ámbito económico, se rescata la división sexual del trabajo, como la condición “obligatoria” que determina la subordinación social, política y económica de las mujeres y paralelamente se constituye en el imaginario una división sexual de los espacios, limitando a las mujeres al ámbito privado.

Es indudable que el feminismo ha puesto a las mujeres en la agenda pública y con mayor participación en la economía productiva. Sin embargo, si queremos un cambio real respecto a las brechas de género, esto no solo debe pasar por la decisión de las mujeres en involucrarse en la economía, sino también por la toma de conciencia de los hombres en abandonar sus privilegios y asumir la corresponsabilidad del trabajo en el hogar.

Desde el Consejo Nacional para la Igualdad de Género se analizan las Cuentas Satélites del Trabajo No Remunerado del Hogar, como herramienta para dimensionar el grado de incidencia económica de las mujeres desde el trabajo de cuidados, a la economía nacional.

Así, los resultados revelan que para el 2015 el Valor Agregado Bruto del Trabajo No Remunerado alcanza los $ 19.880 millones. Como una medida del aporte individual, se tiene que para el mismo año la mujer generó $ 1.842, mientras que el hombre generó $ 589, por año.

En términos de gasto de consumo final de los hogares, por cada $ 100 existe un aparente ahorro de $ 33 debido al no reconocimiento económico del trabajo reproductivo.

Estas cifras ponen en evidencia clara y categórica, que las mujeres no aportamos a la economía ecuatoriana: ¡las mujeres sostenemos la economía ecuatoriana!

Frente a ello, es clave reconocer la interdependencia de la economía productiva y reproductiva, superando la división sexual del trabajo y generando políticas públicas para un sistema de cuidados integral que tenga como uno de sus principios la corresponsabilidad del cuidado entre Estado, empresas, comunidad y hogar.

De acuerdo a Naciones Unidas, al ritmo actual tomará 217 años cerrar la brecha económica de género. Sin embargo, no podemos seguir sosteniendo la economía del país por 217 años más. Es una cuestión de derechos, no de capital. (O)