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Dora y su lucha por una oportunidad más de vida

Dora y su lucha por una oportunidad más de vida
22 de mayo de 2011 - 00:00

La noche del domingo 3 de agosto del 2008, todo perdía sentido para Dora García. Estaba derrumbada, exhausta y, en medio de su cansancio emocional, pidió un deseo: Ya no más. Quería un cambio, una nueva vida. Esa misma noche, una llamada telefónica cumplió el anhelo que había perseguido desde los 24 años... 

"Tu Dios te acaba de dar un nuevo riñón. Hay un donante". Esas fueron las palabras que escuchó del otro lado del teléfono y que la enviaron a esa vida plena que deseó desde que fue diagnosticada con insuficiencia renal, en 1996.

Desde muy joven, Dora sufrió de constantes infecciones en los riñones. Su forma de vida activa y su rutina, marcada por sus estudios universitarios y sus labores en el área del Trabajo Social, la empujaron a no prestarle mucha atención.

Pero las molestias avanzaron: llegaron los mareos, los elevados niveles de presión, el cansancio, la retención de líquidos, el colapso. "El médico me dijo que debía ingresar al hospital en ese momento, someterme a diálisis y pensar en un trasplante de riñón", recuerda Dora.

Durante un mes estuvo internada en el hospital del Seguro Social, en medio de tratamientos para estabilizarse y sueros, en preparación a lo que venía, pero ella estaba en negación. "No aceptaba mi enfermedad, que debería depender de una máquina para poder estar bien", afirma.

Temor. Inquietud. Miedo en muchas formas. Esos fueron los sentimientos que acompañaron a Dora en su primera hemodiálisis, un procedimiento al que se sometió durante doce años, tres veces a la semana, cuyo propósito es reemplazar las funciones del riñón retirando las toxinas de la sangre, haciéndola circular por filtros especiales que la limpian y la retornan al organismo libre de impurezas.

Hay cosas difíciles de olvidar, como el dolor físico que experimentó durante el tiempo en el que estuvo ligada al aparato de diálisis. Primero, los médicos conectaron su cuerpo a la máquina mediante un catéter que fue colocado en su cuello, en una de las venas subclavias, un grueso conducto del cuerpo humano, por donde el método se podía realizar de forma ágil. Su herida se infectó y por un mes soportó intensas molestias durante las cerca de 4 horas que duraba cada sesión.

En su brazo derecho, los médicos realizaron una operación denominada fístula arteriovenosa, que consiste en conectar una arteria y una vena, para a través de esta efectuar la hemodiálisis. 

En cuanto salió del hospital, regresó a su trabajo a la Fundación Children International, con la que colaboró   11 años  cada vez que su salud se lo permitía.

"Debí acomodar mis horarios entre el trabajo y las sesiones de diálisis, aplazar mi tesis y dejar de hacer muchas cosas que antes  podía realizar sin problemas", afirma Dora, mientras evoca la desesperanza que sintió en aquella época.

Luego de sus primeros dos años como paciente renal, Dora se había acostumbrado un poco a su nuevo ritmo de vida. Sin embargo, seguía en negación: "Yo creía que los médicos hacían esto para obtener dinero, me sentía sana, no tenía molestias. Cambiaba las citas a mi antojo, incluso dejaba de hacerme la hemodiálisis cuando quería".

Hasta que un día su cuerpo no resistió. Entonces, tomó conciencia de la seriedad de su padecimiento. "No me hice el tratamiento un viernes y el sábado me puse muy mal. Ahí entendí de qué se trataba esto y que debía cuidarme", recuerda.

Y fue así que empezó a interesarse más en su enfermedad, buscando información, leyendo textos médicos, de motivación. "Mientras exista un propósito para vivir, siempre habrá fuerza. Mi razón era esa: conseguir mi trasplante y ayudar a que otros también lo obtengan", sostiene.

En su búsqueda, se involucró con el tema de la donación de órganos y aparecieron otras personas que se unieron a su lucha. Visitó el Organismo Nacional de Trasplante de Órganos y Tejidos (Ontot), de la que se transformó en voluntaria.

"Mi salud se complicó y tuve que dejar el trabajo de forma definitiva. Organicé un bingo para conseguir recursos y tuve apoyo de mis amigos y familia. Asistieron más de 700 personas, en total", recuerda con una sonrisa.

Dora aprovechó su evento para crear conciencia sobre la importancia de la donación de órganos: "La gente a veces tiene recursos, pero no tiene el donante que es lo más importante", afirma.

Entre gestiones, médicos con los que forjó amistad y compañeros de tratamiento llegó en el 2005 a cumplir uno de sus sueños: crear una asociación de pacientes renales, de la que hoy es su presidenta.

"Desde que fui consciente de la gravedad de esto, cuando veía a la gente sufrir mientras estaba en la máquina, me dije a mí misma que tenía ganas de hacer algo grande por ellos. De allí nació la idea de tener una fundación", dice con convicción.

El día llegó. Estaba en la lista de espera para un donante en el Hospital Metropolitano en Quito, institución con la que el Seguro Social había realizado un convenio en el 2006 para el trasplante de órganos. Un joven de 18 años, que falleció en un accidente de tránsito, le regaló una nueva oportunidad. De aquel día hacen ya más de dos años...

"Las cosas que te cuestionas en la vida no siempre tienen respuesta. Yo dejé de preguntarme por qué y empecé a buscar el para qué", sostiene con esperanza. Dora afirma que este hecho en su vida ha sido definitivamente como volver a nacer, despertar a una vida nueva.

Sin embargo, se ha reacostumbrado. Luego de pasar 12 años con limitaciones, reconoce que le ha costado un poco. "Debo comer cosas que antes tenía prohibidas y tomar agua, cosa que antes era un pecado. Hacer ejercicio, mantenerme en forma”.

Aunque ha visto de cerca a la muerte, dice que nunca ha pensado en ella como una posibilidad. Hoy, después de su trasplante, tiene sueños, piensa que la vida es buena y que todo ocurre por una razón.

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