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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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De alcohólico y adicto a mula del narcotráfico

La noche del 24 de diciembre del 2000, Germán Fuentes esperaba sentado frente al teléfono de su casa esa llamada que podía devolverle la fe. Impaciente, anhelaba escuchar la voz de Eliana, su novia durante cinco años, que aquella Nochebuena, con su silencio, le dijo adiós para siempre. “Ese fue el día en el que me quedé solo en realidad”, recuerda Germán, con tristeza.

Ella es una de las pérdidas que experimentó en su vida a causa del alcohol. Un túnel que lo ha mantenido en la oscuridad en los últimos 24 años y del cual, al fin, parece hallar determinación para salir.

Germán cuenta que todo empezó por curiosidad. A los 13 años se divertía con sus amigos. Era la época colegial, eran los 80 y el rock latino estaba en su apogeo. “La música era muy influyente”, afirma.

Cerveza: palabra inofensiva para muchos, pero no para Germán, pues ella fue la puerta por la cual el alcohol entró a su vida. Luego fue el aguardiente, que se mezclaba con su rebeldía y deseo de libertad.

“Yo veía que todos los que tomaban se llenaban de euforia. Yo quería eso también”, relata, con ansiedad en la mirada. Ignoró que estaba entrando a un círculo que lo llevaría de la mano a otros vicios. 

Sentirse fuerte, capaz de vencer a sus rivales, sin miedo a nada. Esas fueron las sensaciones que lo acompañaron un sábado a los 15 años, una edad que nunca olvidará y que marcó un inicio, pues allí se embriagó de verdad, por primera vez.

Desde allí, el alcohol entre él y sus amigos de Durán, donde creció y vivió hasta hace pocos meses, se transformó en un desafío. “Bebíamos hasta que ya no había dinero o hasta que ya no podíamos más”.

Sentía un profundo e inexplicable resentimiento con su familia, pese a que lo complacían en todos sus caprichos, como inscribirlo en un colegio que -según cuenta- tenía fama de fácil.

Una tarde, un compañero del colegio y de juergas le dio una pastilla que le provocó primero sueño, luego intensos mareos y, finalmente, una sensación de poder y libertad que no había experimentado. Así, a través del alcohol, conoció las drogas.

Germán recuerda cuál era su pensamiento en aquella época: “Si el alcohol me pone chévere, esta nota también...”. Y siguió...

No percibió la gravedad de aprender a fumar a los 17 años y todos los problemas que eso implicaría, pues en la calle veía todo lo contrario: “Hombres bacanes, con mujeres, con carros, divirtiéndose y pensé que eso era posible para mí”.

Conoció la base de cocaína, que lo hacía sentir invencible, pues le quitaba la borrachera, entonces podía seguir bebiendo todo lo que quisiera. Germán recuerda que fumaba cigarrillos con tabaco y base de cocaína, que en el lenguaje de la calle se conocen como “pistolas”.

Perdió el año lectivo y nunca volvió a las aulas. Al menos, su mamá dejó de verlo llegar borracho a casa, cosa que la hería mucho. Aunque cada vez que lo hacía, ella y sus siete hermanas lo perdonaban.

Intentando huir del huracán que de lejos lo divisaba escapó a Galápagos, donde permaneció por cerca de 10 años.

Pero no todo fue tranquilidad. Conoció gente nueva, que lo empujó de nuevo al abismo... Y volvió a beber y a consumir.

Era un ritmo ya conocido para él, el alcohol servía de vehículo para el consumo de droga. La influencia de un vicio sobre el otro era tan fuerte que -según relata- “solo se drogaba cuando estaba bajo los efectos del alcohol”.

En medio del torbellino, a los 22 años, se enamoró de Eliana. Una mujer cuatro años mayor que él, de metas, fuerte, que intentó ayudarlo a superar el problema junto con su familia, pero se rindió. “Como mis otras novias, como el resto de mi familia”, explica acongojado.

Poco a poco  empezó a perderlo todo, a gastar lo que ganaba en fiestas, amigos y mujeres. “Ya no podía vivir”, recuerda, “pasaba borracho hasta tres días seguidos”.

Y se vio en el piso, sin ganas de emprender rumbo, con el ego destruido... Entonces decidió buscar ayuda y acudir a centros de rehabilitación. Pasó por algunos y también por varias recaídas.

Según cuenta, se sentía perseguido por el alcohol. Intentaba alejarse, pero no había reunión social, familiar o salida con Érika, su nueva novia, en la que la bebida no estuviera presente. Pensando en prosperar, abrió un bar. Pensó que podía vender alcohol y no consumirlo. Volvió a caer.

Cuando estuvo atorado por los problemas, por las deudas, se le presentó una oportunidad a la que, pensó, no podía rechazar.

Eran $ 10.000 de ganancia por un viaje, uno por tierra y otro por avión, a Europa. Eran 90 cápsulas que debía transportar en su estómago, tragándolas despacio. Se veía sencillo transformarse en mula del narcotráfico y volver al país con dinero y tranquilidad.

Nada más alejado de la realidad que eso. Él, sus contactos y las demás personas con las que viajaba fueron descubiertos luego de un interrogatorio. Estuvo preso en el Callao, Perú, tres años en los que se hundió más en el  alcohol y las drogas, consumiendo, además, cocaína.

En su primera época de rehabilitación, años atrás, hizo un buen amigo. Su nombre es Humberto Molina, cuando lo conoció ambos estaban en problemas, con  pocas ganas de seguir.

Hace poco, y años después, Germán y Humberto se encontraron. Ahora Humberto es motivador y conferencista y ayuda a Germán a superar su enfermedad.

Este último explica que por momentos su familia pierde la fe y hoy se juega una de sus últimas cartas en el  centro de rehabilitación Fundación Amparo,  al norte de Guayaquil. Hasta allí lo llevó su familia, hace tres meses, con el afán de que se aleje de las malas influencias.

Asiste a las terapias, a las charlas de motivación y a las rutinas de ejercicios físicos que realizan diariamente. Hoy mira hacia atrás y piensa que si nunca hubiese consumido alcohol, sería un hombre feliz. Sin embargo, a los 37 años, las ganas de salir de la vorágine del vicio están intactas.

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