Cines porno, un negocio lejos de su clímax
Una rubia de curvas generosas sube, baja y se agita en la gran pantalla, en medio de un coro de gemidos y sonidos guturales. Rossana Doll personifica a Mata Hari en el filme italiano “Spia in calore”, la versión triple X de la informante condenada a muerte por espionaje durante la Primera Guerra Mundial.
Son casi las 16:00 de un lunes cualquiera y unos 20 hombres de mirada imperturbable y bocas entreabiertas se encuentran dentro de la sala del cine Quito 2, ubicado en las calles Colón entre Seis de Marzo y Pío Montúfar, en el centro de Guayaquil. Allí dentro, en la oscuridad, se respira lascivia y un ligero olor a cigarrillo, pese a la prohibición de fumar.
Abrir a las 14:00, cerrar a las 20:45, recibir a un promedio de 50 personas y proyectar tres películas de forma continua es la rutina diaria de esta sala de cine de Guayaquil, famosa por proyectar únicamente películas restringidas a menores; más que eróticas, prohibidas, pornográficas.
Roberto Utreras, el administrador, es un hombre de aspecto tranquilo y hablar pausado, que parece haber agotado toda la curiosidad respecto del tema. Es que, aunque trabaja hace apenas una semana en ese puesto, estuvo durante al menos tres años en otra sala de cine donde también se proyectaba este tipo de películas.
“A veces entro un ratito, pero ya no me causa novedad. En el otro cine atendía el bar, entonces de vez en cuando me daba una vuelta por la sala”, dice, mientras anota en una hoja de cuadros una raya más. Es su forma de llevar el control de cuántas personas ingresan al día.
“VeneXiana” y “Orgasmo brutale” completan la oferta fílmica de esa semana, que -según explica Roberto- cambia cada miércoles, con tres nuevas películas. “La mayoría es italiana, pero también tenemos cintas francesas y brasileras”, añade. Y cuando dice “cintas”, lo dice de forma literal...
Según explica el copropietario, Alfredo Robles, desde hace aproximadamente 30 años poseen un archivo de al menos 180 filmes en formato de 35 milímetros de películas pornográficas y también de otros géneros, como acción.
Títulos como “Torero”, con el icónico actor italiano Rocco Siffredi, entre otros, son parte del inventario. La mayoría de películas data de la década del 80. Algunos van, según explica Alfredo, movidos por la nostalgia.
En la parte alta del cine, detrás de la localidad de platea, se encuentra la sala de proyección. La componen dos grandes máquinas que dejan en evidencia, en sus cables sueltos y engranajes remachados, sus casi 40 años de antigüedad.
El bulbo de 2.000 vatios, que sirve para proyectar la cinta en la pantalla, emana un calor que a su vez se mezcla con el sonido que produce el aparato al reproducir la cinta, con el ruido de los ventiladores que no abastecen y con un tenue olor a gasolina y sudor.
En esa atmósfera densa de paredes despintadas por el paso del tiempo está Juan Carlos Banda, quien trabaja como operador desde hace tres años, pero desde hace muchos como proyeccionista en diferentes salas de la ciudad.
“Me inicié con mi papá, que también trabajaba como proyeccionista en el cine Ecuador, más o menos en 1970. Luego estuve en los Policines, después en el cine Maya y en el Inca”, relata Juan Carlos.
En una zona más céntrica está el cine Presidente, ubicado en la calle Luque. Allí, al igual que en el cine Quito 2, se proyectan tres películas de porno europeo. Sin embargo, esta sala recibe una mayor cantidad de visitantes al día.
“Diariamente vienen unas 70 personas, que, generalmente, son hombres. Cuando vienen mujeres, lo hacen acompañadas de sus parejas. Los fines de semana los usuarios superan los 100”, afirma Amancio Pincay, su administrador, quien tiene casi 25 años trabajando en este lugar.
Alfredo Robles, quien además de ser copropietario del Quito 2 es también arrendatario del Cine Presidente, comenta que esta sala no siempre proyectó este tipo de películas. “Hace ocho años, aproximadamente, los señores Czarnisky y Wright instalaron grandes cadenas en la ciudad y prohibieron que las salas que no fueran parte de ellas proyecten estrenos. Nosotros teníamos películas de Jean Claude Van Damme, Arnold Schwarzenegger y Dolph Lundgren y la entrada costaba 50 centavos, pero nadie venía porque eran películas viejas”, recuerda Robles. En ese momento, con las instalaciones alquiladas y el dinero invertido, debió hallar una solución... “Entonces, decidí irme por una línea que no era tan masiva en ese tiempo y que los otros cines no tenían: las películas prohibidas para los menores de 18 años”.
Sin embargo, asegura que la entrada de nuevas tecnologías y la existencia de aparatos de reproducción casera de video afectaron este negocio. “Llegó el VHS y luego el DVD, poco a poco los cines empezaron a cerrar”, señala Amancio, el administrador.
“Unos cinco años atrás, antes de la venta masiva de los DVD”, acota Robles, “la sala se llenaba. Venían al menos unas 300 personas. Ahora la gente prefiere comprar una película en la calle que cuesta un dólar y que la puede ver las veces que sea”.
Pero, independientemente de la facilidad que existe para conseguir pornografía en la calle, o incluso en Internet, hay quienes aún prefieren ir al cine... Es el caso de Jimmy Morán. “Es por la calidad de las instalaciones. Acá se ven películas con mujeres hermosas, con historia, las salas tienen presencia, aseo, aire acondicionado y tienen precaución de no dejar entrar a cualquier persona”, explica.
Y al respecto, su arrendatario asegura que cuidan bien del establecimiento y de la admisión de personas estrictamente mayores de edad, así como de actividades o situaciones que podrían darse dentro del local. “Existe un inspector que recorre los pasillos de las salas con una linterna, vigilando que nadie incurra en actos fuera de la moral”, comenta.
No obstante, es muy difícil mantener actualizada la cartelera, pues el costo de cada película supera los $5.000. “Las películas se traen desde Europa y hay que cancelar un valor por los derechos y la copia, además del monto en la aduana. Antes se podía sacar ese valor sin problema, pero ahora ni en todo un mes reunimos ese monto”, sostiene.
Alfredo Robles recalca que tiene más de 60 años en el negocio del cine, entre pérdidas y ganancias. Algo así es su historia con la sala del Quito 2, local que vendió y que luego volvió a adquirir. Entre su experiencia está ser programador de la compañía Universal International Films en todo el país.
El ruido de los buses y los incesantes pitos de los vehículos es lo que antecede a la estrecha puerta de entrada del cine JJ. El ingreso, montado en parte con estructuras de madera, no parece el acceso a una sala de cine.
Sobre la avenida Machala y la calle Aguirre está ubicado el autodenominado “cine amigo”, tal como dice el cartel en colores fosforescentes que da la bienvenida. Allí, vigilando la entrada está su administrador, Julio Montero, quien manifiesta que trabaja allí desde hace 28 años, de los 30 de existencia que tiene este lugar.
“Inicialmente se llamó ‘Teatro JaJa’ y pertenecía a los Varela, una familia de actores guayaquileños. Luego se transformó en cine”, cuenta Montero, mientras observa a un hombre de unos 50 años y vestir descuidado que ingresa a la zona del bar, donde ese día se cobraba la entrada. “Es que la chica de la boletería no vino a trabajar”, explica.
Aquí la tendencia se mantiene, y el valor de la entrada también. Al igual que en los demás cines de similares características, los hombres son quienes en su mayoría lo frecuentan y cancelan un valor de $2 por la localidad de luneta y $1,50 por platea alta.
En una de las paredes se exhibe una improvisada cartelera, con letras de colores y tipografías discordantes con títulos que dejan casi nada a la imaginación. “El diario de una prostituta” y “Playa del sexo” son dos de las cinco películas de esa semana.
Según expresa Montero, de lo que algún día fue teatro, hoy solo quedan las butacas... Y ese es el caso de varios cines de la ciudad, que con el paso de los años han dejado de proyectar películas comerciales o pornográficas, para luego transformarse en iglesias de diferentes credos o, en algunos casos, en medios de comunicación.
Este es el caso del antiguo cine Quito, ubicado en las calles Quito y Aguirre, donde actualmente están el estudio y las oficinas de Radio Morena, que aún conserva el auditorio con piso a desnivel, los sillones y la pantalla.
Una cuadra más hacia el norte está ubicado uno de los templos de la Iglesia Universal del Reino de Dios, donde estuvo ubicado el antiguo cine Tauro.
Así también sucede con la iglesia pentecostal Dios es Amor, en Lizardo García 514, entre Clemente Ballén y Diez de Agosto, donde hace más de 13 años se encontraba el teatro Guayas. La parte superior de la edificación aún conserva su nombre original, en letras hechas de cemento. Su antigua sala de proyección ahora funciona como un estudio de audio, desde donde se graban las prédicas y se retransmiten por Internet a una emisora de corte evangélico, según explica el pastor Óscar Vera.
Algunos con más y otros con menos público, unos todavía con sus estructuras tradicionales y otros con sus instalaciones desgastadas, varios transitando de un extremo a otro del consenso moral (de cine porno a iglesia), lo cierto es que, aunque con dificultades, el negocio del cine XXX guayaquileño sigue allí, entre nostálgicos del “porno clásico”.