Boxeadoras combinan los golpes y la maternidad
Con las luces violetas de una madrugada que poco a poco se va convirtiendo en mañana, ellas pelean con su propia sombra.
En la vida de cinco mujeres boxeadoras esta no es una descripción figurativa.... La pelea con la sombra es una de las técnicas de box que Érika Cedeño, Gabriela Palma, Ivonne Ortiz, Dennise Arce y Carolina Pachito ejecutan como parte del entrenamiento al que se someten al amanecer y por la tarde, desde hace aproximadamente dos meses.
Ellas conforman la Selección Juvenil Femenina de Boxeo, que se enfrentará a equipos de otras provincias durante los III Juegos Nacionales de este deporte, que empiezan el próximo 28 de septiembre en Cotacachi, Imbabura.
En su día a día -que actualmente transcurre en la residencia de la Federación Deportiva del Guayas, ubicada en la explanada del Estadio Alberto Spencer- hay esfuerzo físico, tácticas de pelea, golpes, pero también hay pañales, leche materna, deberes universitarios. Una vida que ellas se afanan por mantener y hacer funcionar de manera paralela al deporte.
Érika -muy delga y alta, tiene 18 años- vende caramelos en los buses. Usa botas azules con franjas rojas que parecen sacadas de una historieta de superhéroes y tiene un tatuaje en su mano derecha: “Erick”, escrito en letra cursiva, en un azul verdoso, una marca que lleva en el cuerpo. Con el paso del tiempo las letras han perdido su color.
Esa tarde, junto con sus compañeras, se probaba un protector pectoral que se utiliza obligatoriamente en el box femenino para atenuar el impacto de los golpes. “Esto parece esos sostenes de las viejitas”, dice entre carcajadas con las demás chicas.
Mientras tanto el pequeño Erick, de 2 años, agarra el cabezal -una pieza acolchada que protege las orejas y la cabeza- y se lo empieza a colocar de forma torpe. “A ver, presta acá. Yo te ayudo...”, le decía a su hijo, mientras le ajustaba la especie de casco a todo lo que daba la correa y que aún así seguía quedándole grande.
“Yo entré a este deporte de casualidad, porque mi hermano boxeaba. Un día fui a verlo donde entrenaba, su profesor me vio y me dijo para que venga. Eso fue hace unos 5 años. Tuve que interrumpir el colegio, porque, ya pues, no podía con el boxeo y los deberes y, ya pues”, cuenta sin entusiasmo.
En el mundo del boxeo aprendió a golpear con ganchos certeros. También conoció al padre de Erick. “A mi ex pareja lo conocí en el boxeo. Él ya se retiró y yo sigo”, confiesa.
Su historia es parecida a la de Ivonne, su adversaria en las peleas de práctica. Comparten golpes, la maternidad y también la habitación en la residencia deportiva. “Dormimos juntas por las bebés”, dice Ivonne, en medio del llanto de su pequeña de 1 año, quien deambula llorosa por la cancha de cesped sintética de fútbol que sirve como lugar de entrenamiento.
De su mochila cargada de guantes y protectores saca un biberón lleno de leche, para calmar el llanto de su hija. “Ahorita no estoy yendo al colegio porque no tengo ni para el pasaje, ni para comprarle la leche ni los pañales a la niña. Mi mami me ayuda, pero ahorita ella tampoco tiene”, dice esta menuda joven de 17 años y cabello corto, quien es madre también de Enmy, de 2 años. “Me gusta como defensa personal y me ha servido. En la calle a veces le querían pegar a mi hermana y yo me metía a pelear y les ganaba. Peleaba con hombres, aunque, bueno, dicen que el hombre siempre tiene más fuerza”, indica con su voz grave. Ella quiere ser policía.
“Ya, comencemos. Vamos, vamos”, interrumpe Alfredo Andrade, uno de los preparadores físicos de cara al torneo nacional. Él toma el cronómetro en sus manos y comienza el entrenamiento. “Libre por 5 minutos”, les dice el entrenador, mientras programa el reloj y ellas se colocan la indumentaria, buscan su pareja para los “asaltos de combate” y comienzan algo que parece una mezcla entre danza sincronizada y enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
Ivonne y Gabriela se miran, Gabriela extiende un golpe recto e Ivonne se cubre, Ivonne responde con un cruzado del que Gabriela se esquiva formando un movimiento circular en el aire. Ivonne descuida el encuentro un segundo para lanzarle un beso volado a su hija, quien la aplaude unos metros más allá.
“Nuestra situación económica es dura. Ahorita la Asociación Provincial de Boxeo está intervenida por unas elecciones internas, entonces eso representa menos dinero. Yo gano $ 150 mensuales y trabajé durante años sin sueldo. Pese a eso, yo ayudo a las chicas con lo que puedo, a veces les doy para el pasaje. Dicen que ahora nos van a subir el sueldo, incluso nos hicieron una evaluación. Ojalá”, dice Alfredo, al tiempo que verifica los 5 minutos en el cronómetro.
“¡Cambien, cambien!”, les grita. “Nos dijeron que a los ganadores ahora los van a becar con $ 250 mensuales y con un valor que les cubrirá la transportación. Yo por eso voy allá a ganarme el oro. Ya hemos sido campeones en otras ocasiones con las chicas y estamos bien preparados”, afirma este campeón nacional de boxeo en 1980, quien posteriormente, en 1985, obtuvo el tercer lugar.
Además de haber obtenido el primer puesto en varios campeonatos nacionales juveniles como entrenador, sus alumnas también han participado en encuentros en el exterior, tanto Panamericanos como Intercontinentales.
Las deportistas tienen otro entrenador, Frank López, un afrocubano de 49 años, quien trabaja de cerca con las jóvenes en la Federación Deportiva desde hace 4 meses. “Todas tienen un buen nivel de boxeo y ahora están perfeccionando algunos golpes, contraataques, el aspecto tecnico-táctico, alimentándose correctamente, porque este es un deporte en que hay que estar en el peso adecuado”, explica López, quien también fue boxeador y campeón en su país en varias oportunidades.
“Profe, deme 25 centavos para un jugo”, le dice Ivonne a Alfredo Andrade luego del entrenamiento. El hombre rebusca en sus bolsillos hasta encontrar varias monedas de 10 centavos. “Yaaaaa pues, que sean dos”, dice Erika, bañada en sudor.
Gabriela -quien durante las dos horas de ejercicio forzó uno de sus omóplatos y ahora tiene un intenso dolor- abandona el lugar de entrenamiento. “Me voy al cuarto”, afirma con cansancio. “¿A dormir?”, increpan las demás. “¿A dormir? Ja, ¡a hacer deberes!”, responde Gabriela, quien cursa el preuniversitario de jurisprudencia en la Universidad de Guayaquil, una carrera que ella considera le sirve para forjar su carácter, así como los golpes en el ring forjan la resistencia que sus cuerpos le ponen a su propia sombra.