La familia Rodríguez mantiene el legado del astillero artesanal
Una parte de la rica historia de Samborondón reseña que hace muchos años el cantón guayasense contaba con un astillero en donde diestros canoeros artesanales transformaban la madera en espléndidas embarcaciones para transportarse con canalete sobre el río Babahoyo.
El gobierno municipal mencionó que por la condición de activo fluvial, la industria artesanal de construcción de canoas se convirtió en una de las importantes actividades a las que se dedicaban artesanos del lugar.
En ese entonces, a través de dichas embarcaciones, los habitantes se desplazaban a impulso de canaletes hasta lejanas poblaciones para vender o adquirir productos.
Actualmente, las canoas están provistas de motores fuera de borda y son utilizadas principalmente para transportar pasajeros y también se emplean para las labores agrícolas y para la pesca.
Una de las pocas personas de Samborondón que continúa con esta actividad es Marco Rodríguez, quien aprendió esta labor cuando tenía 14 años gracias a su padre Néstor.
Rememora que por aquel entonces “estudiaba y le ayudaba a mi papá, en las tardes, después del colegio”.
“Mi padre aprendió este oficio de mi abuelo. Él y sus hermanos también fueron carpinteros, lamentablemente ya todos fallecieron, solo tengo un tío, pero ya no trabaja”.
Don Marco comentó que los Rodríguez fueron los que comenzaron en Samborondón con el emprendimiento de los astilleros artesanales, y que aprendieron esta actividad de manera empírica.
Mencionó que con sus familiares, con el pasar del tiempo, fueron perfeccionando el arte de elaborar canoas de otros estilos y modelos, es decir más rústicas, ya que se trabajaban a pura hacha, suela, machete y otros instrumentos.
“Hoy en día, en lo avanzado que estamos, hay hasta máquinas para cepillar madera”, recuerda Rodríguez.
Su astillero, llamado Hermanos Rodríguez Crespo, es un legado histórico de Samborondón, ya que tiene más de 50 años de vida.
“En la historia del cantón los primeros carpinteros fueron familiares de mi padre, es decir hermanos de mi abuelo. Ellos tenían un astillero en la orilla del río (Babahoyo), después adquirieron un terreno y comenzaron a trabajar acá (centro de la ciudad)”, destacó orgulloso.
La labor de Marco ha permitido que habitantes de Babahoyo, Montalvo, Machala, Daule, Durán, Santa Lucía, Samborondón y otras poblaciones lleguen a su negocio en busca de una reparación o la construcción de una embarcación.
El negocio decae con el tiempo
El paso del tiempo, la construcción de carreteras y otros motivos pasan factura al tradicional astillero artesanal de Samborondón.
Rodríguez mencionó que anteriormente trabajaban todo el año en la construcción de canoas, pero ahora solamente elaboran, sobre todo en la temporada de invierno, cinco embarcaciones grandes de entre 12, 14, 15 o 16 varas, y 10 pequeñas de 5, 6 o 7 varas. Sus precios van de $ 300 a $ 2.000.
Para ello en su taller tiene la ayuda de su hijo César y un oficial. Dice que construye una canoa grande, usando madera guachapelí, en aproximadamente 15 días.
“El trabajo seguirá hasta cuando construyan el puente, que hace varios años está en proyecto; si eso sucede muere este negocio. La canoa será solo para uso personal y para la pesca, ya no para transportar pasajeros o carga, como es ahora”, enfatizó el artesano.
Alfredo Rodríguez, agricultor y canoero de Samborondón, dijo que siempre acude al taller de Marco.
Por ejemplo en estos días está por terminar la construcción de una nueva nave, de 14 varas, que servirá para llevar pasajeros y transportar productos hasta los recintos ubicados frente al cantón.
“Hace 30 años tuve mi primera canoa y desde entonces he tenido varias. Por ejemplo, mando a construir una y después de año y medio la vendo y hago otra”.
Hoy en día en Samborondón existen 80 canoas a motor que prestan servicio sobre el río Babahoyo. (I)