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El Telégrafo
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Antígona

Antígona
El Telégrafo
27 de septiembre de 2020 - 00:00 - Silvia Buendía

En estas últimas semanas, a propósito del debate mediático sobre el Código Orgánico de la Salud, se ha mencionado insistentemente la noción de la objeción de conciencia. Cuando pienso en objeción de conciencia inmediatamente viene a memoria el mito de Antígona.

Antígona era una princesa tebana hija de Edipo, ese trágico rey que, por mandato de una profecía inexorable, sin saberlo, mató a su padre Layo y se casó con su madre Yocasta. Luego del reinado de Edipo, el trono de Tebas quedó a cargo de sus hijos varones, Eteocles y Polinices, hermanos de Antígona.

Ellos acordaron turnarse en el mando de la ciudad un año cada uno. Pero cuando terminó su periodo, Eteocles no quiso cederle el trono a Polinices. Entonces se produjo una guerra entre los hermanos, Polinices armó un ejército para tomar Tebas y arrebatarle la corona a Eteocles.

Finalmente, estos dos príncipes se mataron mutuamente. Creonte, hermano de la reina Yocasta y tío de los hijos de Edipo, tomó el control de Tebas. Como primer edicto el rey Creonte mandó enterrar a Eteocles con todos los honores fúnebres y ordenó que el cadáver de Polinices yaciera insepulto como castigo por haber traicionado a su patria. Antígona le rogó a su tío Creonte que revisara su decisión, era insoportablemente cruel que el cuerpo de Polinices fuera comido por los perros y las aves de rapiña, a las afueras de la ciudad de Tebas.

Para los griegos de esa época, el alma de un cuerpo insepulto estaba condenada a vagar sobre la tierra por la eternidad. Sin descanso. Creonte no cedió en su decisión y por eso Antígona, en un acto de valerosa rebeldía, se escapó una noche de la ciudad para enterrar a su hermano a pesar de saber que sería castigada por esto. Cuando Creonte supo que lo había desobedecido condenó a muerte a Antígona; pero no a cualquier muerte, la condenó a ser enterrada viva en una tumba. 

Antígona personifica al individuo que desafía una ley que considera injusta, inhumana, imposible de acatar. Creonte representa ese poder miope que legisla normas crueles, que deben ser rechazadas. El mito de Antígona nos ilustra sobre de qué va la objeción de conciencia.

La Constitución de la República del Ecuador establece en el artículo 66, 12 que la objeción de conciencia es un derecho humano, reconocido y garantizado por el Estado; pero que quien lo invoque no puede con esta acción u omisión menoscabar otros derechos ni causarle daño a una tercera persona. Esa es la esencia de la objeción de conciencia: oponerse a una norma injusta que violenta y causa sufrimiento, pero sin perjudicar a nadie.

Por lo tanto, no es objetor de conciencia el médico que alegando principios morales se niega a atender a una mujer que le llega a la emergencia con un aborto, ese médico que prefiere dejarla morir desangrada antes que salvarle la vida. No es objetor de conciencia el médico que después de atender a una mujer por un aborto de emergencia la obliga a incriminarse, o que violando el secreto profesional la denuncia.

Tampoco es objetor de conciencia el médico que se niega a recetar métodos anticonceptivos a quien se los solicite. En temas de salud, que un médico anteponga sus prejuicios en detrimento de las necesidades y el bienestar de sus pacientes no se puede tolerar porque causa un daño irreparable.

Escribo estas líneas con el desaliento de saber que el debate mediático sobre el Código Orgánico de Salud se centró irresponsablemente en torno al aborto como una emergencia obstétrica, a la objeción de conciencia, al secreto profesional, o a la educación sexual a la que tienen derecho a acceder los adolescentes.

Estos son temas que deberían estar muy claros y que no se deberían ni siquiera discutir, pues todo el marco constitucional y legal de nuestro país ya asegura estos derechos enunciados en el Código de Salud que han causado tanto escándalo.

Me impacta que en serio haya quien le escriba cartas al Presidente pidiendo el veto del Código de Salud por artículos que garantizan la atención de mujeres en situaciones de emergencia, o que, como el artículo 208, prohíbe los centros de tortura en los que se ofrece terapias para cambiar la orientación sexual homosexual. Esas son cartas escritas desde la Edad Media.

Escribo estas líneas sin conocer todavía el contenido del veto presidencial respecto al Código Orgánico de Salud, pero estoy cada vez más convencida, luego de escuchar a médicos expertos en salud pública como Beatriz León o Pedro Barreiro, que me han acompañado en algunos paneles para conversar sobre este código, que este está escrito en forma desordenada, repetitiva, contradictoria, poco clara, en fin, que tiene demasiados problemas y muy graves, y que de pronto es hasta una buena idea vetarlo en su totalidad para hacer un borra y va de nuevo. Pero en temas de derechos de las mujeres, el Código Orgánico de Salud dice apenas lo que tiene que decir para asegurar derechos mínimos. Incuestionables.

Mañana es 28 de septiembre, Día de la Acción Global por el Aborto Seguro. Mañana saldremos a manifestarnos las mujeres del mundo que luchamos por el derecho a tomar decisiones sobre nuestra salud, nuestro proyecto de vida y nuestros embarazos, incluido el acceso al aborto sin restricciones, en forma segura, sin que esto nos cueste perder la libertad o la vida.

Mañana, pasado, y hasta que la dignidad se haga costumbre, las feministas seremos como Antígona plantándole cara a Creonte, alzando nuestra voz desafiante, rebelde, poniendo el cuerpo para rechazar esas leyes injustas que nos violentan, que nos agreden, que nos quieren muertas, presas, calladas, esclavas y sumisas. (I) 

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