Alberto regenta un pedacito de Ecuador tradicional en sus productos
En su taller ubicado en la planta alta del Mercado Artesanal (Baquerizo Moreno y Loja) de Guayaquil, Alberto Hinostroza, peruano de nacimiento y ecuatoriano de corazón, da forma a la trenza de la abundancia.
Así se denomina un adorno tradicional que se compra u obsequia bajo la creencia de que no faltarán los alimentos en el hogar donde se encuentre.
La artesanía reúne productos tradicionales de sectores de la Costa y Sierra ecuatoriana. Solo la trenza y el sombrerito de cabuya vienen de Montecristi, (Manabí) y las ollitas de barro de Samborondón (Guayas).
También tiene pulseras tejidas en hilo, hechas de tagua, corteza de coco y de otros productos típicos.
En tanto, los platitos de ceviche mixto hechos de mazapán llegan de Calderón (Pichincha) y representan los frutos del mar, mientras que las muñecas de tela las hace su esposa en Guayaquil.
Cada una de las ollitas lleva granos secos: alverjas, frijoles negro y blanco, lentejas, garbanzos, entre otros que produce la tierra.
Con movimientos hábiles, Alberto coloca los insumos y va finalizando las 30 trenzas de la abundancia que arma cada semana y que, en su mayoría, son adquiridas por extranjeros que en el mercado artesanal compran recuerdos de Ecuador.
Alberto también elabora aretes y collares de tagua, de semillas de huayruro (Amazonía) y achira (Sierra), de concha, madera, cerámica y todo cuanto produce la naturaleza. “No hago nada con plástico para no contaminar”. Elabora adornos magnéticos de mazapán y sandalias con motivos indígenas.
La bisutería confeccionada con semillas son los artículos preferidos de Adriana Pesantes, una joven guayaquileña asidua a las artesanías. “Tenemos productos hermosos hechos por nuestros artesanos que debemos impulsar”.
La destreza en sus manos la descubrió desde niño, cuando confeccionaba a mano collares y pulseras en su natal Lima. Con una muestra de ellas llegó hace 28 años a Guayaquil para visitar a un primo y dar a conocer un poquito de su cultura y tradiciones. “Yo pensaba avanzar a Estados Unidos, pero me enamoré de las artesanías ecuatorianas y de quien hoy es mi esposa”.
Abrió su local en el Mercado Artesanal y desde allí ha sido testigo de la innovación de las artesanías nacionales.
Cuando llegó se sintió fascinado por los tallados en mármol provenientes de Miraflores y Sinincay, en Cuenca (Azuay): casas, vírgenes, entre otras piezas.
También recuerda el boom de los adornos de balsa: tucanes, loros y más aves traídos de Playas (Guayas) y Salinas (Santa Elena); y los viejos elefantes de madera tallados en San Antonio de Ibarra (Imbabura).
Además, tiene bisutería y adornos de tagua; de sombreros, paneras y bolsos de paja toquilla; entre otros artículos de cuero. Su local es un pedacito de Ecuador porque está lleno de las tradiciones de diferentes rincones del país.
Son prácticas que hizo suyas desde hace 28 años.
Algunas le recuerdan a su entrañable patria. “Las artesanías de Ecuador y Perú son parecidas en sus tejidos y cerámica. En cambio, aclara, Bolivia no tiene tagua, balsa ni chonta, como tenemos aquí”, señala mientras termina la última trenza del día.
La adorna con agrado y dedicación, como si llenara un espacio en su alma. “Elaborar artesanías es algo que llena mi vida. No me canso. No tengo que pensar mucho, voy imaginando y creando. Es algo que me relaja”. (I)