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"Pintarme las uñas o el cabello era un delito"

"Pintarme las uñas o el cabello era un delito"
Karly Torres / El Telégrafo
30 de marzo de 2016 - 00:00 - Diana Holguín

Vestir un capri, una camisa blanca con un botón desabrochado, tener los labios y párpados pintados, usar aretes y perfumarse es algo que ahora puede hacer con tranquilidad Mariela. Aunque parezca descabellado, su expareja no se lo permitía.

Por más de 20 años se sometió a la idea de vestirse con faldas y blusas con manga larga o no cortarse el cabello porque eran las órdenes de él. Estuvo unida desde los 17 años, cuando aún estudiaba en el colegio. Fueron novios por 3 años, hasta que decidió irse a vivir con él, sin contar que debía ir a clases a escondidas porque a él no le agradaba la idea de que terminara sus estudios.

“Después de hablar, él me dejó estudiar, pero me sentía acosada porque muchas veces dejaba de trabajar por ir a la salida del colegio. Yo no podía conversar con mis amigos porque para él ya eran mis enamorados”, cuenta Mariela.

Para ella, el principal error fue creer que la palabra de su pareja era ley. Ese fue el mismo ejemplo que vivió en su hogar, pues su padre maltrataba a su madre. “Mi autoestima estaba por los suelos, porque pintarme las uñas era un delito y pintarme el cabello, también”, cuenta esta mujer, a quien le tomó años descubrir que era víctima de abuso psicológico.

Precisamente este tipo de violencia encabeza la lista de denuncias en 12 provincias en 2015. Carchi, Zamora Chinchipe, Azuay, Morona Santiago, Los Ríos, Orellana, Bolívar, Cotopaxi, Esmeraldas, Pastaza, Santa Elena y Sucumbíos son los lugares donde se han repetido episodios como los que vivió Mariela.

Hoy ella cuenta su historia: “estaba aferrada porque pensaba que era el único hombre que había, que si me dejaba no habrían más porque crecí en un hogar en donde mi mamá me decía: ‘Con el hombre que te uniste te tienes que morir, mira que yo me separé de tu papá hace 20 años y hasta el día de hoy tengo otro hombre y así tienes que ser tú porque si no le darás mal ejemplo a tus hijos”.

Su voz se quiebra y sus ojos se humedecen al recordar que soportó maltrato psicológico hasta que empezaron las cachetadas y halones de cabello, cuando salía de casa sin el permiso de su pareja. Algunas veces se separó, pero él volvía arrepentido y ella aceptaba su regreso sabiendo que tenía una doble vida.

“Mi papá me decía: ‘El hombre de la puerta para afuera que haga lo que quiera. Usted debe estar en su casa’; y yo me preguntaba si eso era normal porque mi papá vivió hasta con 3 mujeres y tuvo varios hijos. Yo me preguntaba ¿será esa la vida que me toca vivir?”.

Mariela creyó que su pareja cambiaría y al quinto año de estar juntos tuvo a su primera hija. Los siguientes tres hijos no fueron planificados porque su pareja no dejaba que usara un método anticonceptivo.

A pesar de ello en 2 ocasiones le exigió que aborte, pero ella no lo hizo. Luego de tener a su cuarto hijo lo convenció de que firme una autorización para ligarse. Esta era una práctica del pasado, las mujeres debían ‘pedir’ permiso a los esposos para realizar la intervención.

Los problemas de Mariela continuaron y ella prefería no conversarlos con su familia. Hizo algunas denuncias pero el papá de Mariela justificaba el accionar de su yerno. Solía decir que si portaba mal era porque no le había ‘puesto la mano’ antes. “Le decía: ‘Sabes mijo, nomás cuídale los ojos, no importa que yo esté ahí”.

El temor de que algo le ocurriera a ella delante de sus 4 hijos hizo que busque una vivienda cerca de la casa de su mamá y de sus amigas. Lo primero que pensaba es que si le pasaba algo podía gritar para pedir auxilio. “Aunque él ahora es cristiano, siempre me ha dicho: ‘¿Qué quieres, ir al cementerio o ir al hospital?”.

En 2008 Mariela vivió la última agresión psicológica y física en su casa, delante de los amigos de su pareja, cuando estaba borracho. Luego de recibir un golpe en la cara que la dejó cubierta de sangre, encerró a sus hijos en su cuarto y se defendió con una botella hasta salir de casa mientras él gritaba que la iba a matar.

Luego de esto los libros le abrieron los ojos de la realidad que estaba viviendo y poco a poco fue entendiendo que su relación no estaba dentro de los parámetros normales. Acudió como voluntaria a una fundación que se preocupa por los derechos de los niños; ahí los psicólogos la valoraron y le ayudaron a enfrentar el problema.

También llegó al Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam) en donde aprendió que lo que vivió no era propio de un hogar, que las relaciones sexuales que tenía con su pareja cuando ella no quería también eran un tipo de maltrato, abuso y acoso.

Ya han pasado 5 años desde que se separó definitivamente de la persona a la que se aferró. En medio de demandas y de peleas por la potestad de sus hijos accedió a que él los visite en casa, sin tener mayor acercamiento.

Ahora Mariela se siente más tranquila y segura al momento de tomar sus propias decisiones. A sus 38 años se fijó como meta ser un ejemplo para sus hijos y sacarlos adelante sin la necesidad de pedir ayuda al papá de ellos. Busca solución a los problemas incluso cuando se trata de defender a vecinas que también sufren violencia.

Una violencia minimizada

El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) señala que 6 de cada 10 mujeres en el país han sufrido algún tipo de violencia y que la más recurrente es la de tipo psicológico con 53,9%.
La psicóloga del Cepam Anabel Arévalo, señala que en Ecuador no se conoce del todo sobre las expresiones de este tipo de agresión, ni de sus consecuencias porque no se han realizado suficientes estudios.

En junio de este año, la organización espera tener un avance respecto a ello. En enero pasado, el centro inició una investigación solicitada por ONU Mujeres y la Asamblea Nacional para conocer la realidad desde los administradores de justicia y de algunas usuarias.

En Ecuador, en 2 de las 12 provincias con más denuncias por violencia psicológica hay 927 casos y hasta la fecha solo hay un sentenciado por el delito. Ocurrió a inicios del mes, cuando la Fiscalía Provincial de Pichincha sentenció a Geovanny P., a 30 días de cárcel por violentar psicológicamente a su esposa. También fue obligado a pagar $ 150 como indemnización para restablecer la salud emocional de la afectada mediante terapias.

¿Qué ocurre con el resto de casos? Arévalo explica que el objetivo de la investigación es determinar si el delito de violencia psicológica (contemplado en el Código Orgánico Integral Penal -COIP) está siendo procesado como tal o hay alguna sanción que hace que las denuncias no progresen y terminen en sentencia. Pero la tarea no es fácil.

Es una evaluación cualitativa en la que se revisa cuántos casos tiene cada fiscal y se escogen de forma aleatoria. “Hasta ahora no las podemos encontrar, fuimos a Cuenca en busca de 4 personas que primero dijeron que sí pero a última hora se retractaron para hacer la entrevista”, explica Arévalo.

Añade que los funcionarios públicos no conocen qué tantos efectos puede tener la violencia psicológica por una razón: “Está minimizada porque no hay sangre, no está herida, no tuvo permiso médico más de 8 días y no hay una prueba objetiva”.

Arévalo explica que muchas mujeres agredidas psicológicamente van bien maquilladas, están trabajando y aparentemente no tienen un efecto. Cuando se hace un tratamiento psicoterapéutico los especialistas encuentran elementos que indican que están afectadas y que viven el maltrato en silencio. (I)

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