Destinos
“La cueva de Luterano” guarda su recuerdo
Mientras Fabiola Cevallos recorre las zonas aledañas al cantón Guamote como parte de su trabajo social, observa una cueva en la montaña. Esta se encuentra rodeada de vegetación y de flores color blanco que han crecido a su alrededor.
Cuando un foráneo pregunta sobre aquel hueco “extraño”, una historia es desplegada por parte de los comuneros.
Este sitio que se ubica a media hora de la cabecera cantonal, frente al denominado Puente Negro, fue el lugar en el que habitó un hombre hace 440 años y cuya cabeza atravesada por dos espadas es representada en el escudo de armas tanto de Riobamba como de Guamote.
La leyenda que ahora se ha convertido en un atractivo turístico se desarrolló entre el año 1571 a 1575 y hace mención a un doctor de origen húngaro de 40 años de edad llamado Sibelius Luther.
Este europeo huyó de su país después de cometer un asesinato pasional, cuya víctima fue su hermano al encontrarlo con su esposa.
Desde su arribo al cantón su apariencia, costumbres y su poco léxico español llamaron la atención de los habitantes. Él tenía gusto por la recolección de insectos a los cuales los mantenía bajo un cuidado exhaustivo.
Aunque su dedicación para curar a los pobres de enfermedades que les aquejaban hizo que llegaran a estimarlo, hasta el punto de llamarlo “Padre Blanco”, la poca fe que tenía en la Iglesia Católica de esa época influyó para que se gane a muchos enemigos.
Pero también que su apellido Luther se pareciera al de Martín Lutero, un fraile revelado y cuyo nombre al ser escuchado causaba horror y era considerado maldito. Todo eso hizo pensar a los sacerdotes que él también profesaba esas creencias.
Sin embargo el libro “Riobamba: del Luterano al terremoto”, también señala que en este acto hubo un juego de intereses sociales.
“El tal Luterano aunque extranjero, no hay certeza que pertenecía a esa incisión de la Iglesia Católica, en disputa sino que al llamarse Luther, le denominaron a secas el Luterano con la carga que en ese momento existía”.
Según el archivo Cuentos y Leyendas del Municipio de Guamote, este hombre era contrario a la esclavitud y cuestionaba la miseria en que vivían los indígenas.
Del mismo modo, criticó la influencia del catolicismo en la sociedad de esos años. Por esta razón en múltiples oportunidades fue considerado: hereje.
Los religiosos prohibieron “a la comunidad que se le vendiera alimento, se le dé posada e incluso que se hiciera algún acto de caridad hacía él. Aquel que falte a esta orden podía ser sancionado con la excomunión”, señala el archivo histórico.
Sibelius solía acercarse a los pueblos con las frases: “¿habrá por ahí un pan?”, “¿habrá por ahí un real?”...
“Lo interesante es que en esa época todo se pedía en nombre de Dios, pero él no lo hacía debido al trato que recibió por parte del clero”, manifestó Martha Copa, historiadora de Guamote.
Mientras Sibelius transitaba por el Corregimiento de la Villa del Villar Don Pardo, cerca de la plaza de la iglesia, fue abordado por el sacerdote Horacio Montalván, uno de los principales gestores del odio hacia el húngaro y lo abofeteó en presencia de otras personas.
Debido a que estaba débil por la falta de comida, el doctor cayó al piso y exclamó, “Ave Agorera, algún día cortaré esas manos que se levantan injustas contra mí”, narró Copa.
El 29 de junio de 1575 se efectuaban las fiestas de San Pedro, patrono de la antigua Villa de Riobamba y se hacía la eucaristía, presidida por el sacerdote Montalván.
“En ese momento y con un cuchillo, Sibelius intenta mutilar la mano del clérigo. Hay que resaltar que el médico consideraba que la consagración realizada por el cura católico no era digna, más la presión psicológica y el hambre en la que se encontraba firmó su sentencia de muerte”, indica el libro Riobamba: del Luterano al Terremoto, de Juan Carlos Morales.
Al abalanzarse sobre el sacerdote el médico gritó: “ya no volverás a ultrajarme y a consagrar con esa mano maldita”. La hostia consagrada cayó al suelo en ese momento.
Este acto, que fue calificado como sacrilegio, enardeció a los presentes, quienes sacaron sus filosas espadas y las hundieron en la cabeza y el corazón del húngaro.
“Pero se obró un aparente milagro, la sangre fue derramada únicamente cuando fue sacado del templo, fue atado a un caballo y luego arrastrado, después el presidente de la Audiencia, Diez de Armendáriz ordenó que el cadáver fuera quemado”, acota el texto de Morales.
En honor a este acto que defendió la fe católica, “el rey de España Felipe IV le otorgó el escudo de armas y el título de muy noble y muy leal a la ciudad de Riobamba, por ello ahí se observa la cabeza de Sibelius atravesada por dos espadas”, añadió la historiadora Copa.
Aquellas personas que buscan conocer el sitio en el cual el “Luterano” pasó varios años de su vida aislado y sobreviviendo con lo que estaba a su alcance pueden visitar Guamote. En uno de sus edificios reposan cuadros que simbólicamente cuentan la travesía de este médico que encontró la muerte a miles de kilómetros de su país.
“Es parte de nuestra historia y está plasmado en nuestros símbolos patrios. Muchos suelen sacar conclusiones sobre esta historia. Unas positivas y otras negativas, pero que a la final fueron reales”, manifestó María Vimos, guía comunitaria de la zona.
Para Fabiola (mencionada al principio del texto), este hecho aunque es fascinante también la llenó de horror. “Según lo que me contaron era un hombre bueno, que ayudaba a la gente y porque no compartía las mismas creencias que otros lo trataron mal”.
Asimismo remarca que deja ver “la influencia que tenía el catolicismo en esa época hasta el punto de asesinar al alguien y dejar marcada su vida en nuestro escudo”. (I)
DATOS
Lope Diez de Armendáriz, presidente de Quito, ordenó que el cadáver del europeo sacrílego fuese incinerado, lo cual se cumplió. Los escritores Juan de Velasco y Federico González Suárez, reseñaron en textos estos acontecimientos.
Entre 1571 y 1575 en las colonias españolas como en todo el mundo occidental, estaba instaurado el poder de la religión católica, que había encontrado en la Santa Inquisición el aparato coercitivo para evitar prácticas de hechicería.
Tras la muerte del europeo los indios esclavos, en secreto, recogieron las cenizas del “Padre Blanco” y las enterraron en un lugar cercano a la laguna de Colta para que su espíritu nunca los abandone. (I)