En el cementerio se respira paz y amor por los desvalidos
A las 16:00, la paz que reina en el Cementerio Patrimonial de Guayaquil se ve trastocada por el agitado caminar, aunque sigiloso, de decenas de gatos que reciben —casi con fanfarria— a una mujer de mediana estatura, que lleva consigo una funda.
Inmediatamente el maullar de los felinos irrumpe en el silencio al tiempo que ellos rodean a Rosa Cofre, nombre con el que se identifica esta manabita, quien por 10 años ha alimentado a los gatos que habitan en el camposanto.
Ella se muestra un poco reacia a contar su diario trajinar argumentando que hay personas inescrupulosas que al enterarse de que estos animales son alimentados, van por la noche a botar a los suyos.
A medida que pasan los segundos, más gatos se suman a la comilona, y Rosa, llena de gusto al verlos, los identifica como cualquier madre lo hace con sus hijos. “Esa es la Bonita, allá está la Katy, y ese macho de ahí es Chichobelo”.
Sobre el último felino nombrado dice que como es “guapo” se va a molestar a las gatas que están por las otras puertas y le pega a los demás machos.
Los cerca de 120 gatos que habitan en el cementerio tienen sus historias y Rosa se las sabe a la perfección; conoce cuáles nacieron allí y cuáles son los que llegaron producto del desamor de sus dueños que prefirieron deshacerse de ellos.
La mujer se pone melancólica al revelar que muy pronto tendrá que abandonar a sus protegidos, pues tiene dolencias en la columna vertebral y una afección en la visión.
Como tratando de consolarse dice que nadie es irremplazable y que quizás quien tome la posta de alimentar a los gatos lo haga mejor que ella.
Al mismo tiempo se contradice y argumenta: “No sé si otra persona va a hacer lo mismo que yo, porque además de darles de comer yo los rescato, llevo a las hembras a hacerlas ligar y a que los atiendan cuando enferman”.
Enfermedades
Doña Rosa aclara que la benefactora de estos animales es otra persona —de la cual no revela su identidad— y que ella solo cumple órdenes. Sin embargo, su amor por los felinos hace que entristezca cuando habla de sus padecimientos.
Resalta que una de las gatas sufre de gingivitis, que también le dio anemia, hepatitis y además tiene insuficiencia renal. “Cuando se enferman de caries y no se curan las consecuencias son peores que en las personas”.
A las gatas que han sido ligadas las reconoce porque tienen una oreja cortada en la punta que las identifica.
Mientras cuenta que todos los días, por 2 horas, recorre casi todo el cementerio para alimentar a las que se han convertido en sus mascotas, cuantifica a los felinos según las distintas puertas de ingreso al lugar.
“En la puerta N°. 3 hay 17 gatos, en la N°. 6 existen 19, en la N°. 13 son 22...”, y sigue dando detalles de sus mimados que son de diferentes edades, colores y características.
Luego de darles de comer les cambia el agua de los recipientes plásticos que están colocados cerca de las tumbas.
Diariamente la mujer les lleva 15 libras de alimento para gatos y afirma que los 4 sacos que reciben en donación ya no alcanzan para el mes sino solo para 18 días; es ahí cuando su preocupación aumenta.
Ella apresura el paso, pues debe seguir con su recorrido, ya que sus otros comensales la están esperando. Mientras llega el alimento, algunos mininos toman un descanso encima de las tumbas; se los nota cómodos y confiados, y su actitud es la de un guardián.
Ante la inquietud de si a los gatitos bebés igual los provee de pepas, ella dice que cuando tiene dinero les compra leche, pero solo para los pequeñitos.
La manabita, que desde muy pequeña radica en Guayaquil, destaca que son muy tristes las historias de las que ha sido partícipe. “Hay personas que botan a los animalitos recién nacidos a las alcantarillas y cuando estas se llenan salen ya ahogados”.
Los ojos de Rosa se enrojecen de la pena, pero rápido recobra la cordura y se encamina hacia el encuentro con el resto de gatos, esos a los que otros les dieron la espalda, y ella y otra persona caritativa decidieron no dejar morir. (I)
DATOS
El artículo 249 del COIP sanciona con pena privativa de libertad de 3 a 7 días a aquellas personas que por acción y omisión causen daño, produzcan lesiones, deterioro a la integridad física de una mascota o animal de compañía.
Estas deberán cumplir de 50 a 100 horas de servicio comunitario.
De esta disposición se exceptúan las acciones tendientes a poner fin a sufrimientos ocasionados por accidentes graves, por enfermedades o por motivos de fuerza mayor.