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Ambato mantiene un vínculo histórico con las alfombras

Ruperto Muñoz aprendió a anudar con su padre. Este arte lo perfeccionó en el curso de los últimos 60 años. En un mes termina un metro cuadrado de alfombra.
Ruperto Muñoz aprendió a anudar con su padre. Este arte lo perfeccionó en el curso de los últimos 60 años. En un mes termina un metro cuadrado de alfombra.
Foto: Roberto Chávez / EL TELÉGRAFO
05 de marzo de 2017 - 00:00 - José Miguel Castillo

La casa de dos plantas tiene una fachada moderna que armoniza con la arquitectura de Ficoa, al suroccidente de Ambato. En la avenida Rodrigo Pachano el tránsito vehicular es incesante y molesto. Nada fuera de lo habitual.

Solo que al entrar por un estrecho zaguán se descubre una estructura con patios interiores e incluso una piscina vacía que quizás formó parte de un área  de distracción hace 30 o 40 años por lo menos. En el patio principal hay algunas madejas de lana de diferentes colores puestas al sol a secar.

Todo está en calma y por momentos la vivienda da la apariencia de estar deshabitada.  Los pasos que resuenan en el pavimento llaman la atención de una mujer que detrás de una ventana del segundo piso solicita paciencia gesticulando con una mano.

Se llama María Ortiz. Es la ayudante de Ruperto Muñoz, considerado quizá uno de los últimos tejedores de alfombras en la capital tungurahuense. La señora, de unos 60 años, sonríe con amabilidad, aunque sus ojos denotan tristeza. Pronto revela la causa.  

“Don Pedro está enfermo y no sé si pueda conversar”, comenta María casi con un susurro. Arriba alguien se mueve y una puerta rechina. La atención de todos se vuelca hacia las gradas que se conectan con una bodega.

María vuelve a subir y al poco rato reaparece en el salón que tiene piso de baldosa para anunciar que su jefe pronto estará allí. Luego desenrolla las alfombras y aporta con información sobre estas artesanías.

“En este oficio llevo más de cuatro décadas y con don Ruperto trabajo 22 años. Aprendí de un ‘míster’ en la avenida Los Capulíes. Como fui la primera hija empecé a trabajar desde los 10 años para ayudar a mis padres. Nunca terminé la escuela”.

La explicación de María se relaciona con la historia de la Industrial Algodonera que hace más de siete décadas funcionaba en el barrio El Obrero y cuya producción se malogró por las huelgas sindicales. Fue fundada por el guayaquileño Lorenzo Tous.

Los extranjeros que fueron contratados: alemanes y norteamericanos, abrieron negocios paralelos empleando a algunos  extrabajadores. Uno de ellos fue Luis Muñoz, padre de don Ruperto, oriundo de Guano, en Chimborazo, un cantón que goza de la fama de elaborar alfombras tejidas a mano.

El tropel de unos pies que se arrastran instala el silencio en el lugar. Don Ruperto irrumpe con su andar cansino doblegado por la edad (80 años) y su salud deteriorada.

No escucha bien, habla pausado, pero se deja entender. “Aprendí de niño y perfeccioné los nudos en mi juventud. Ya trabajo en esto 60 años ininterrumpidos. Es un oficio de mucha paciencia, minucioso y que obliga a cuidar los detalles. El jefe de mi padre era un alemán que fue gerente de la Industrial Algodonera y me propuso trabajar para él. Así empecé”.  

En la bodega hay bocetos en papel cuadriculado con trazos de los futuros trabajos en los que no faltan los diseños andinos. Don Ruperto y María tejen bajo pedido porque el metro cuadrado llega a costar  $ 500 y no todos pueden comprarlos ni tampoco los aprecian. Solo los extranjeros valoran estos tejidos, tinturas y diseños.

“Lamentablemente, no creo que ninguno de los 7 hijos de mi padre continúe con esta tradición porque es un trabajo laborioso. Ayudo todo lo que puedo con las tinturas de la lana de borrego y los bosquejos, pero no sé realizar los nudos al estilo Persa, que son más finos”, menciona Fernando Muñoz, el tercer hijo. (I)

Don Ruperto y María indican a un turista cómo hacen los nudos tipo Persa que dan el buen acabado a las alfombras hechas a mano que pueden llegar a costar $5.000. Foto: Roberto Chávez / EL TELÉGRAFO

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