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Pequeños negocios que alimentan familias

De mora y de coco son los sabores  de  los helados de paila que Homero Guela ofrece a las personas mientras recorre la ciudad. Su puntos de venta son los alrededores de los mercados. Foto: José Luis LLivisaca |  El Telégrafo
De mora y de coco son los sabores de los helados de paila que Homero Guela ofrece a las personas mientras recorre la ciudad. Su puntos de venta son los alrededores de los mercados. Foto: José Luis LLivisaca | El Telégrafo
25 de mayo de 2014 - 00:00 - Redacción Regional Sur

No necesitan de una gran inversión para llevar el sustento a sus hogares. Su trabajo requiere eso sí bastante dedicación,  desplazamiento continuo por distintos lugares de la ciudad, fuerza y, sobre todo, carisma para persuadir a los compradores.

Los comerciantes ambulantes de comidas preparadas, dulces, helados, y otros productos caminan todas las las calles de Cuenca hasta que encuentran el sitio estratégico para instalarse e incrementar sus ingresos.

Bedón Limas, de 59 años, llama la atención de la gente porque vende perros calientes (hot dogs) en una carreta halada por un cuadrón negro.

Los fuertes dolores lumbares que este comerciante empezó a sentir a raíz del esfuerzo físico que hacía al empujar el coche, lo obligaron a buscar alternativas de transporte.

“Por suerte tengo un amigo que me rebajó el precio de la moto y me la dejó en 1.600 dólares”, comenta.

Limas recorre lugares de la ciudad como el parque El Paraíso, el de La Madre, los alrededores de la Universidad del Azuay, El Vergel y en las afueras del colegio Benigno Malo.

En esos sitios, reconoce, tiene clientes fijos, aunque todos los días se encuentra con gente nueva que saborea su producto.

El precio de cada perro caliente es de $ 1; se valor incluye el vaso con jugo de coco. “Me despierto a las 04:40 de la mañana. Pongo música nacional, que es mi preferida, y empiezo a preparar todo”, apuntó.

Diariamente pica 15 libras de cebolla blanca, parte por la mital 150 panes y empaca igual número de salchichas antes de salir a las calles.

Considera que el éxito de su negocio es la confianza en Dios, el carisma con el que llega a la gente, pero sobre todo el original sabor de su producto.

“Yo aprendí a hacer esto con un italiano en un hotel de Quito. Él me dijo: aprende para que algún día te pongas tu negocio y aquí me tiene”, expresó. Los ingresos obtenidos por este trabajo, le sirvieron para mantener seis hijos, tres de ellos ahora ya son independientes. Por ahora, su labor le permite sustentar los gastos para pagar arriendo y llevar el sustento a su esposa y tres hijos menores de edad.

“Chupetes a la antigua”

Cuando Ángel Hernández tenía 15 años, en 1964, empezó a trabajar en un circo a nivel nacional.

El momento de mayor alegría para él era en el intermedio de la primera y segunda parte del espectáculo, pues en ese momento podía vender su producto, que hoy en día denomina “los chupetes a la antigua”.

Ahora, todos los días recorre las vías de Cuenca e incluso otros sitios de la provincia del Azuay, deleitando a niños y adultos con el dulce.

Por lo general busca espacios en los exteriores de las escuelas, pues los niños son sus principales clientes.

La preparación de los chupetes inicia en la noche, pues debe esperar al menos unas 8 horas hasta que se “serenen”, como él mismo dice.

“Para hacer los chupetitos se requiere de fresas, azúcar y  unos palillitos”, cuenta.

Diariamente comercializa unas 200 unidades a $ 0,25. Cuando no logra terminar el producto sale a recorrer el centro histórico de Cuenca hasta lograr su objetivo.

“Con $ 20 que acumule al día me avanza para comer y pagar el arriendo”, puntualizó.

Los helados de frutas

“Cuando llueve no se vende mucho, pero cuando hace calor si hay buen dinerito”, dice Manuel Lucero, de 41 años, cuando se le pregunta sobre los beneficios de vender helados de frutas en el sector de la calle 9 de octubre. Cansado de no encontrar un trabajo estable en el cantón Gualaceo, vio a Cuenca como la fuente para emprender con su negocio.

Otro trabajador de la misma rama fue quien le enseñó a elaborar los helados de leche, mora, chocolate, chicle, vainilla y fresa.

Todos los días, desde las 03:00, alista 150 unidades. Luego de tres horas en el congelador, los empasta y sale a ofrecerlos a los caminantes en $ 0,25. “Cuando se vende todo si hay una ganancia de $ 30”, acota.

Actualmente forma parte de la asociación de heladeros 22 de marzo que habilitó el Municipio de Cuenca para transiten libremente por la ciudad.

De albañil a heladero

Homero Guela dejó de ser albañil para vender helados de paila. Coco y mora son los sabores que este cuencano ofrece desde hace siete años a las personas mientras recorre la ciudad.

Guela quien aprendió el oficio de su suegro, explica que a pesar de que la ventas no son muy buenas  esta labor le ha permitido llevar el sustento para su familia durante los últimos años. “No hay para riquezas pero si para comer”, mencionó.

Sus sitios de venta son los alrededores de los mercados Nueve de Octubre y Diez de Agosto. La preparación empieza a las 6:00,  con el licuado de las frutas. “Hay que hacer un líquido bien espeso ya sea de mora o de coco, se le hecha el azúcar y algunos saborizantes”, explica el ambulante, quien señala que cuando los días son soleados llega a vender hasta 100 unidades, por los que gana 25 dólares.   

El secreto para que el líquido se convierta en el helado de paila, según  Guela,  “está en la carretilla. En los alrededores del recipiente donde pongo la mezcla, le rocío de sal y hielo, esto hace que  adquiera la textura de helado”, explica.

Los últimos días, para el vendedor, no han sido tan buenos. El frío y la lluvia que cae sobre la ciudad son desventajas para su negocio; sin embargo, comenta que “el de arriba (Dios) se compadece” y en los días lluviosos por algunos minutos sale el sol y con él los clientes.

“Y en esos ratitos es cuando se gana algún dinerito”, acota.

Una trabajo que le da tiempo

A pocos cuadras de Guela, se encuentra Digna Isabel Ontaneda. Aún no tiene el recipiente adecuado para vender su producto pero aseguró que se trata del “verdadero ceviche de balde”. Eso también lo confirman sus clientes.

Antes de tener a su hijo esta lojana  trabajaba en una fábrica, luego, decidió dedicarse a vender ceviche para tener tiempo de cuidar a su pequeño. “No tengo quien me lo cuide y por eso me dedique a esto”, dice.

La mujer, quien empezó en este negocio desde hace un mes atrás, explicó que por el momento usa un recipiente de plástico, pues el propio balde para el ceviche cuesta unos 40 dólares y aún no tiene presupuesto para comprarlo.

Su labor inicia a las 5:00. Acude a la Feria Libre para comprar los productos, la preparación empieza a las 7:00 y el alimento está listo a las 11:00, hora en  que va al centro de la ciudad a vender.

Sus principales clientes son los estudiantes de los establecimientos educativos.En el día su ganancia va de 8 a 12 dólares. “Es poco, pero para la necesidad que yo tengo de alimentar a mi hijo esta bien”, reconoce.

Vendiendo dulces le va mejor

Saliendo del centro histórico de la ciudad, se encuentra Lupe Castro. Ella dejó de vender pan para deambular ofreciendo bocaditos.

Lupe aseguró que las ganancias son mejores, a pesar de que el trabajo represente levantarse en las madrugadas de lunes a sábado.

Junto a su esposo, a su hijo e hija, impulsan el negocio desde hace un año y medio.

Se levantan a las 3:00 a preparar los dulces. El número establecido son 1.500, entre relámpagos, empanaditas y conitos. La venta empieza a las 9:00. Ella junto a sus hijos salen a vender, mientras su esposo continúa horneando los bocaditos.

Las cantidades están determinadas, Lupe en un día debe vender alrededor de 600 aperitivos, su hija 400 y el varón 500, es por este motivo, que para evitar hacerle competencia a su madre y hermana, decidió salir de la ciudad y probar suerte en Azogues.

Las ganancias cuando todo han logrado comercializar los bocaditos es de 150 dólares en el día. “De eso invertimos unos $55, un poco para mis hijos y el resto para las necesidades de la casa”, señaló.

Lupe no tiene una zona definida para sus ventas, pero indicó que prefiere salir del centro debido a la presencia de los guardias municipales, pero también a la competencia que tiene de otras personas. “Ellos no dejan vender tranquilos, pero uno tiene que buscar la manera de hacer sus cositas”, resalta.

Para estas seis personas la palabra descanso no existe en sus mentes. Desde muy temprano y hasta muy tarde su vidas se desarrollan en las calles de la ciudad, donde ni la falta de un trabajo estable, ni el frío, ni la lluvia, ni el fuerte sol, les impiden llevar el alimento a sus hogares, pero como ellos mismos señalan trabajando honradamente.

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