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Pánico en 1950. Cuenca, el río se lleva todo a su paso

Este puente fue testigo de la tragedia registrada la noche del 3 de abril de 1950, en Cuenca, cuando el río Tomebamba se desbordó por la intensidad de las lluvias registradas en El Cajas. Desde ahí se lo conoce como el Puente Roto. Foto: José Llivisaca
Este puente fue testigo de la tragedia registrada la noche del 3 de abril de 1950, en Cuenca, cuando el río Tomebamba se desbordó por la intensidad de las lluvias registradas en El Cajas. Desde ahí se lo conoce como el Puente Roto. Foto: José Llivisaca
25 de mayo de 2014 - 00:00 - Mario Ignacio Carrasco Vintimilla

‘Aguas en enero, atranca tu granero’, —decía la abuela— y nosotros le seguíamos con aquello de ‘abril, aguas mil’ y ‘mayo, ¡hasta que se pudra el sayo!’. Porque así se expresaban los morlacos de antaño para señalar los 3 meses más lluviosos del año en la ciudad de la eterna primavera.

Pero, nada como abril; así recuerda mi hermano Adrián la noche del 3 de ese mes de 1950, cuando el manso Tomebamba se tornó en colérico Julián Matadero.

La gente se había reunido en las balaustradas del final de la calle Tarqui para mirar la inundación. La gente le contaba a Teodoro Rodas cómo se derrumbó el costado derecho del puente del Vado y cómo con su caída el agua saltó unos 2 metros.

Teodoro Rodas le contaba a la Voz del Tomebamba cómo en las Tres Tiendas el río se había dividido en 2 brazos, el uno corriendo por donde siempre lo hacía y el otro era una cosa espantosa que arrastraba ramas de gigantes eucaliptos y sauces y se tragaba las huertas de hortalizas y los animales amarrados en las orillas.

“La Voz del Tomabamba le contaba a mamá que al río se le dio por entrar en el barrio de San Roque con un enorme bramido arrastrando por las calles cristales, camas, cunas, mesas, aparadores, cómodas, vigas, tejas, radios y vitrales. Bueno, la Voz del Tomebamba contaba a todos” [Carrasco Vintimilla, A. (2011). Los morlacos]. 

Casi en iguales términos en el diario un cronista narraba con profundo desaliento al día siguiente los pormenores de la tragedia que sorprendió a los vecinos de la franciscana urbe.
Nadie esperaba una inundación de esa magnitud

“Nuestra pacífica ciudad fue estremecida el día de ayer por un desastre nunca registrado en la historia de Cuenca,  y nunca esperado tampoco, dada la especial ubicación de la urbe y las condiciones naturales excepcionales de los alrededores.

Con todo, el día de ayer, fatal, y que dejará doloroso recuerdo en la memoria, no solamente de todos los cuencanos sino del país todo, la naturaleza estuvo contra nosotros y desató su furia acrecentando el caudal de agua del río Tomebamba hasta el punto de salirse de madre y arrasar con todo lo que encontró a su paso en las riberas.

Un aluvión que dejará huellas imperecederas se desató desde la siete de la noche, más o menos,  luego de haber llovido fuertemente casi toda la tarde, especialmente en las alturas del Cajas. El antes hondo cauce del Tomebamba apenas fue pequeño canal para dar cabida a los miles de toneladas de agua que corría por segundo;  de este modo las turbulentas aguas rebasando las orillas llegaron a anegar toda la extensión de la Avenida Tres de Noviembre,  por un lado,   al norte, y  la avenida 12 de Abril, lo mismo que los terrenos de la orilla opuesta, arrasando desde luego con todas las  propiedades ubicadas en sus inmediaciones”. [Carrasco Vintimilla, M. (2008) Crónicas para la historia de Cuenca].

La tragedia golpeó con rudeza las existencias y las conciencias de las generaciones que la vivieron. Así, don Octavio Sarmiento Abad en uno de los volúmenes de su Cuenca y yo dejó para la posteridad memoria del suceso al escribir: “Solamente al día siguiente se supo la magnitud del desastre: la destrucción total de la capilla de Santa María de El Vergel; la desaparición de catorce puentes, entre ellos los del Vado y Todos Santos   —hoy Puente Roto— ambos de la época colonial; la muerte de tres personas, la desaparición de la Avenida Doce de Abril en toda su extensión; el derrumbe de varias casas cerca del centro parroquial de San Roque; la desaparición del islote que quedaba junto al puente del Centenario; sitio qué un día insinuaron algunos de que allí debía levantarse el edificio de la Casa de la Cultura Núcleo de Cuenca, por ser un lugar poético y sobre todo por hallarse a las márgenes del Tomebamba, río al que habían cantado todos los trovadores morlacos y, un sin número de otras novedades más”.

Salvo las muertes de los  ciudadanos que reseña el cronista, a las que se sumaría la de una persona que se acercó al puente del Vado al momento de la caída, la ciudad no tuvo que lamentar mayores tragedias,  más que las pérdidas materiales producidas por el desbocado torrente.

Autoridades tuvieron que esforzarse para reconstruir

Don Enrique Arízaga Toral, que en esa época estaba al frente del Ayuntamiento,  tuvo que centuplicarse para resolver los problemas más urgentes del momento, puesto que la ciudad había quedado casi incomunicada, es decir, apenas con los puentes del Centenario y Mariano Moreno (escalinata).  Ambos en inminente peligro de irse al agua.

El gobierno presidido por don Galo Plaza Lasso tan luego como tuvo conocimiento de la catástrofe, remitió una cantidad de dinero para la construcción del actual puente de El Vado —acota el Sr. Sarmiento—.

Hoy, a los 64 años de la fatídica noche, pocas son las cicatrices de la tragedia: el ya vetusto puente de El Vado, el Puente Roto, el reconstruido Ingachaca, hoy El Vergel, y la modesta capillita que se yergue a su vera; al parecer la ciudadanía, gracias a las obras de reconstrucción, puede dormir tranquila.

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