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Manuel Jesús de Ayabaca, desde el último rastro
El maestro Manuel de Jesús Ayabaca nació en 1844 y por los años 1940 lo vimos envejecer lentamente. Ya no tallaba Cristos, no quería contar cómo aprendió a hacerlos en el taller del maestro José Miguel Vélez por temor a que se descubrieran sus ‘secretos’.
Incansable, el arte le debía muchas obras como un Calvario para la Iglesia del Santo Cenáculo, un grupo de Soledad de María, el Descendimiento de la Cruz para la iglesia de la Virgen de Bronce, una imagen de Cristo Pobre de profunda devoción popular, para la Iglesia de San José. Incontables Cristos y Niños tallaron sus manos. Todavía trabajaba a los 98 años y la muerte le llegó cuando cumplió 103, en 1947.
Su última obra artesanal fue una talla de relieves florales en las puertas de madera de una pequeña casa en la calle Montalvo y Bolívar. Allí vivió sus últimos años con sus 2 hijas, cuando después de ser oficial de Vélez resolvió establecerse por cuenta propia y halló el apoyo de Don Antonio Vintimilla Argudo quien, como muchos otros vecinos de Cuenca, le encargó algunos Cristos y uno que otro calvario.
No podía ser de otro modo. Todo fiel cristiano necesitaba la imagen del Señor en la Cruz para la oración diaria y el momento final. “No tener Cristo en qué morir” un dicho que hacía referencia a quienes no contaban con un crucifijo por falta de medios o peor aún por la condición trágica de ya no esperar nada, de haber perdido la esperanza.