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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los artesanos del calzado no dejan el oficio aunque el pago sea poco

Héctor Serrano, de 65 años, elabora las sandalias de cuero charol en color negro, vino tinto y café. Las tallas van del número van del 32 al 38. Foto: Andrés Carpio.
Héctor Serrano, de 65 años, elabora las sandalias de cuero charol en color negro, vino tinto y café. Las tallas van del número van del 32 al 38. Foto: Andrés Carpio.
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El oficio que escogieron de a poco ha ido perdiendo vigencia. Si bien los productos que fabrican son indispensables para el ser humano, en los últimos años varios zapateros artesanales han abandonado sus talleres por los bajos ingresos económicos que generan.

Hay, sin embargo, artesanos que se aferran al oficio, porque consideran que representa parte misma de sus vidas, pues algunos heredaron la habilidad de moldear la suela de sus padres.

“Lo que gano me avanza para pagar compromisos”

Jorge Tierra realiza las costuras de un par de zapatos de hombre que debe entregar en 3 días, lo hace sentado frente a una máquina negra.

En un espacio de unos 12 metros cuadrados, cuyas paredes son de ladrillo, funciona su taller bautizado con el nombre de La Elegancia. Allí se hallan también las vitrinas en las que exhibe los artículos para ser entregados.

Allí, en el barrio Santa María de la parroquia Sayausí, al oeste de la capital azuaya, labora Tierra desde hace 35 años, cuando llegó a Cuenca, proveniente de Riobamba tras separarse de su exesposa.

Aprendió este oficio cuando tenía 12 años, gracias a la enseñanza impartida por su padre, Segundo, quien falleció hace 18 años.

Cuando llegó a la capital azuaya de inmediato arrendó este local para ponerse a las órdenes de los pobladores de la zona, quienes, en su mayoría, ahora lo identifican plenamente.

Mientras Jorge comenta sobre sus primeros años en la ‘Atenas del Ecuador’, sigue en sus labores, pues cree que perder el tiempo sería desastroso porque no podría cumplir con el plazo que fijó con su cliente para la entrega de un par de zapatos de cuero.

“A la semana me hago unos 15 pares más o menos, pero eso sí, sacado el sucio (exhausto)”, dice.

Tierra cuenta que fabrica calzado cuyo costo va desde los $ 40 hasta los $ 70; todo depende de la clase de material que se utilice para su confección. Las tallas en las que trabaja van del número 24 al 42.

Aunque pone todo el empeño para que el producto sea de calidad, eso no es suficiente para que ingrese un buen dinero a su bolsillo. Explica que para hacer un par de botines que se venden en $ 40 al por menor, requiere de una inversión de al menos $ 30. Rubro destinado a la adquisición del cuero, los hilos, los forros y la planta del calzado.

“Muchos artesanos dejaron sus trabajos porque no se gana mucho. Yo, en cambio, no lo dejo porque es lo único que sé hacer”, agrega.

Una nota de resignación se transmite en el tono con el que pronuncia sus palabras.

Para pagar el arriendo del lugar que le sirve como taller y punto de venta, Jorge necesita reunir al mes unos $ 50. La misma cantidad requiere para comprar la comida y alimentarse.

Haciendo cálculos, concluye que “lo que gano me avanza para pagar compromisos”.

Zapatos “para las cholas”

Cuando Héctor Serrano tenía 12 años, aprendió a elaborar calzado, en la parroquia Tarqui, lo hizo de su tío, Leopoldo Illescas.

Comenta que su consanguíneo era un especialista en este oficio, tanto así que sus obras eran comercializadas en Machala y en Pasaje.

Al no tener las posibilidades para seguir con sus estudios, Serrano captó las técnicas para confeccionar botines y, a los 15 años se mudó a vivir en Cuenca para emprender su propio local.

“Antes se hacía el zapato de suela refinada con piso de caucho. Ahora la gente prefiere algo más económico, por eso es que compra lo que viene de Colombia, Perú y de Ambato”, comenta, mientras realiza los trazos, en su local, llamado Calzado Original, ubicado en las calles Tarqui y Larga.

Las máquinas de coser adquiridas hace tiempo aún lo acompañan, el aspecto delata su angüedad.

En una de las vitrinas de exposición, este artesano, de 65 años, tiene expuestas las sandalias de cuero charol. Aunque él las considera más como “las sandalias para las cholitas”, pues son las que más utilizan las mujeres indígenas de la ciudad. Estas son de color negro, vino tinto y café. Cuestan entre $ 35 y $ 50 y las hay en tallas que van del 32 al 38.

“Estas se venden más. La gente de pollera sobre todo me compra, aunque cuando hay los pases del niño viajero (24 de diciembre) también mucha gente viene y se llevan los pares”, confiesa.

En otro mostrador, cerca de su mesa de tareas, se exponen los zapatos rebajados, los botines y las botas. Estos últimos, por ejemplo cuestan $ 90, de los cuales $ 20 representarían la ganancia.

“Se gana poco. Hay veces que para lograr producir un buen número de calzado (10 a la semana) se requiere pedir la ayuda de gente a la que yo le enseñé. Ellos me dan haciendo, les pago y de nuevo se llevan otro trabajo para ayudarme”, acota.

Él, pese a ganar poco, no piensa en otra cosa que no sea seguir trabajando en ese oficio, pues considera que a su edad dejarlo sería un grave error.

Técnica estadounidense

Juan Morcacho tiene 44 años, 34 de experiencia como artesano de calzado.

De esos 34 años de experiencia 13 los vivió en los Estados Unidos, en donde trabajó fabricando calzado de todo tipo, incluso ortopédico.

Ahora que tiene su propio taller, ubicado en la Vega Muñoz y General Torres, sigue haciendo el mismo tipo de producto, pero utilizando un estilo ecuatoriano.

“Los zapatos ortopédicos tienen un costo de $ 100 si son tipo botín y $ 150 si son tipo bota”, expresa.

Dice que por un par de botas de este estilo invierte unos $ 75 para comercializarla en $ 150.

A la semana elabora 2 pares con la ayuda de sus 3 hermanos y de su padre.

Todos insisten en que seguirán haciendo aquello que les fascina, pese a que en la mayoría de casos la paga sea poca.

Datos

En sus talleres se observan máquinas de coser, apartadoras, tijeras, hilos, hojas de papel, cuero, suelas y otros elementos utilizados para hacer el calzado.

En general, la mayoría de clientes de los artesanos son adultos y gente de la tercera edad. Cuando el período escolar va a iniciar sus ventas en tallas pequeñas aumentan relativamente.

Hace más de una década, en las principales calles de Cuenca, era normal ver este tipo de talleres. Hoy, en el mismo sector, es complicado encontrarlos, debido al auge del calzado extranjero.

Entre las variedades de modelos que presentan están los zapatos rebajados o de caña baja, los botines y las botas. Estos últimos son los de mayor valor.

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