Las leyendas conviven con Carachula
Llegar a Carachula (Ciudad de Piedra) no es tan fácil. Este sitio, ubicado a 3.000 metros sobre el nivel del mar, en la provincia del Azuay, tiene formaciones rocosas que simulan una ciudad perdida. Hay dos vías para su acceso. La primera, por el cantón San Fernando-Pedernales Frío. Y la segunda, por el cantón Santa Isabel, límite con la provincia de El Oro, hasta la parroquia Shaglli y de allí al lugar de las piedras.
Por el primer trayecto se tarda unas tres horas aproximadamente, entre vehículo y caminata. El sol acompaña desde la mañana. Sus rayos caen directamente al cuerpo, pero los paisajes hacen olvidar el cansancio.
Ese camino está lleno de bosques que casi no dejan ver el cielo, mientras los pajonales verdes se mueven con el viento, al igual que las plantas silvestres, refugio de pequeñas lagartijas.
A lo largo de la caminata, las cadenas montañosas van creciendo en tamaño y la belleza de la naturaleza es una fuente de inspiración para seguir.
Una manada de caballos aparece entre los matorrales, pero pronto desaparece por la presencia de los caminantes.
Los guías señalan que ese es el sendero correcto y que los llevará hasta la ‘Ciudad de Piedra’.
Tras la primera jornada, los viajantes se cruzan con un habitante de la zona, que galopa su caballo negro. Con una sonrisa él pregunta: ¿A dónde van? No dice su nombre, pero señala con el dedo la ruta que debe seguirse.
“Si van por este camino llegan más pronto”, se despide, y sigue.
Después de ese breve encuentro, solo queda el sonido del viento que agita los árboles y la ropa. El recorrido sigue lleno de pequeñas quebradas y el terreno se va tornando más irregular, mientras se avanza a paso rápido.
En el trayecto se toma mucha agua para refrescarse. Eso es importante, ya que ayuda a la resistencia durante la travesía y se convierte en un elemento para la subsistencia.
Un camino que parece no tener fin
Una hora y media más tarde, la temperatura aumenta con el sol que cae con fuerza y vuelve la tierra más árida en algunos sectores.
A lo lejos se divisan unas figuras extrañas. “Ahí es Carachula”, dice Guadalupe Criollo, que acompaña en este viaje. Con el anuncio todos cambian de rostro. El cansancio se transforma en alegría. Un bosque de pino se levanta entre los pajonales. Se dice que este fue sembrado por militares del Cuartel Dávalos hace unos treinta años, aproximadamente, para repoblar la zona de vegetación. Una manada de borregos da la bienvenida a los visitantes. Se nota que están muy bien alimentados, pero entre ellos destacan dos de color negro, un tono muy raro en esta parte de la provincia del Azuay.
Al llegar al filo de la montaña ya se percibe más cercana ‘La Ciudad de Piedra’, pero en realidad solo son ilusiones que la naturaleza muestra ante la mirada del hombre, pues para llegar hasta allí es necesario otra hora más de camino, por lo menos, dicen los guías.
La caminata se torna más lenta por el cansancio, la brisa da un alivio a las extremidades. Se puede escuchar con facilidad la mezcla de sonidos de aves y borregos. De pronto aparece un riachuelo que refresca a los aventureros, “nada como el agua para vivir”, dice uno de ellos mientras bebe el líquido cristalino que solo el campo y la montaña, sin contaminación, pueden ofrecer.
En el momento de descender, aparece, sin previo aviso, un ave de considerable tamaño. Se trata de un ‘uzcho’, también conocido como buitre. Esta ave es carroñera y se alimenta de algunos animales muertos, entre ellos vacas, explica Criollo.
Entre los estrechos arbustos que dificultan el camino hay una lagartija que, asustada, busca refugio, pues los días calurosos son propicios para que estos pequeños reptiles salgan de sus escondites a tomar un poco de sol.
Criollo señala que es raro ver animales por esta zona, recuerda que en su juventud solo eran pajonales y no existían potreros. Además dice que ahora pueden observarse cercos naturales que dividen los terrenos.
Carachula, un lugar enigmático
A la distancia se divisa una estructura, tiene parecido a una iglesia, “llegamos a Carachula”, dice nuevamente Guadalupe Criollo.
Esta vez es verdad, allí está la ‘Ciudad de Piedra’; entre el cansancio, se notan los rostros de admiración.
Las inmensas rocas tienen forma de animales, de caras humanas o de una ciudad de grandes edificios.
Inmediatamente y sin perder tiempo se inicia el recorrido por esa zona. La piedra en forma de jarrón es la primera en ser explorada. Esta formación tiene unos 6 metros de largo, aproximadamente, y su forma perfecta parece moldeada por el paso de los años.
Desde la parte baja parece imposible subir hasta aquellas rocas, pero si se observa con detenimiento existen pequeños caminos que guían hasta la cúspide.
En el ascenso no hay dificultad debido a las gradas formadas por el agua, que facilitan su acceso.
Algo característico de este lugar es que las piedras generan una variedad de vida vegetal, distintas clases de musgos y algunas flores de páramo que van creciendo en medio de todas esas rocas.
Desde la cima de este ‘jarrón’ se puede apreciar con más detenimiento el lugar. Hay alrededor de 15 formaciones rocosas gigantescas, que se contabilizan desde esa altura. Entre ellas está una en forma de iglesia, con un campanario en su parte superior. Otra tiene la forma de un elefante, otra la silueta de un rostro humano; mientras más lejana está una roca más semejanza tiene con el Coliseo Romano, que está en la capital de Italia.
Carachula no permite confusión, sus piedras son únicas, una mezcla entre gris y blanco, además de ser un lugar poco habitado y visitado por falta de promoción.
La forma de esas rocas facilita la movilidad, aunque hay momentos en que es necesario no tener vértigo para poder cruzar de un extremo a otro.
Desde esa altura pueden verse diferentes colores y formas que despiertan curiosidad sobre su origen, o sobre cómo adquirieron aquellas texturas. No existen estudios sobre este particular; es un sitio poco conocido y las autoridades no han puesto mayor interés en promocionar o en investigar su origen.
Mitos y leyendas de la ‘Ciudad de Piedra’
Los mitos son parte de la vida de Carachula, argumenta Guadalupe Criollo. Ese lugar, antes era una ruta propicia para los viajeros y comerciantes que llevaban productos como la papa, melloco y queso, para vender en el mercado del cantón Santa Isabel.
Y de esas travesías de los comerciantes surgían las leyendas que fueron transmitidas de generación en generación. La leyenda del campanario es la más conocida, aunque tiene diferentes versiones y con el paso del tiempo se han modificado algunos datos.
Según Rosa Inés Segarra, de Shaglli, este sitio no ha sido explotado como fuente de turismo. Aquí existen leyendas que podrían cautivar a propios y extraños, cuenta.
Desde la cima hay que buscar la piedra más grande y larga, que está ubicada en la parte norte de este asombroso lugar.
Su forma llama la atención porque encima de ella hay otra piedra de menor tamaño que se asemeja a un altar.
“Es el campanario”, dice Segarra, quien relata la historia: antes los viajeros buscaban refugios entre las piedras para descansar y uno de ellos encontró dos bejucos (plantas trepadoras).
Debajo de una piedra rectangular y al halar una campana resonó y huyeron despavoridos de este sitio. También se dice que si se hace sonar tres veces esa campana, la ciudad sería desencantada.
Los habitantes de Shaglli explican que esa era una ciudad donde había casas y una iglesia. Pero fue encantada un Viernes Santo por un sacerdote y ahora solo otro religioso puede devolverles la ciudad, comentan.
Otra leyenda asegura que el Viernes Santo, después de las 24:00, la ciudad cobra vida pero solo durante una hora, “hasta se escuchan los campanazos que llaman a la gente a misa”, indican.
Según ellos, quienes permanezcan allí pasada esa hora se quedarán también encantados, es decir, “hecho piedras”, sostienen los acompañantes.
Pero las plantas silvestres como hongos y achupallas complementan el colorido de estas piedras.
Algunas flores en diferentes tonos también sobresalen con la interrogante de cómo lograron crecer, si ese es un espacio rocoso.
De toda esa belleza enigmática que presentan estas gigantescas piedras, muchas son bastante altas y superan los 50 metros. En Carachula se encuentra hasta hoy naturaleza abundante, donde también sobresalen los árboles de quinua, la “chuquirahua”, una planta de flores coloridas y de uso medicinal para el dolor de cabeza y otras enfermedades.
Dos lugares para llegar a estas formaciones
El otro ingreso a la ‘Ciudad de Piedra’ es por la parte de Santa Isabel; de allí a Shaglli hay 61 km. En esta parroquia está la entrada a Carachula, por allí se va incluso a las lagunas, donde se hace pesca deportiva.
En esa zona hay cultivos privados de trucha, cuyos propietarios se ocupan de preparar comida para los visitantes.
El potencial turístico de esta parroquia es evidente: además de Carachula, existen otras formaciones rocosas, como Bolarrumi, una piedra de gran tamaño que se mantiene en equilibrio sobre una punta. “No se cae, pese a que usted intente moverla por todos los medios”, dice Wilfrido Lozano, que ha visitado este sitio como turista.
El camino de regreso a casa es bastante largo por el cansancio de la travesía. Pero a los caminantes les queda la sensación de relax y de emoción. Ellos viven una mezcla de vértigo y hasta de misterio porque visitaron esas formaciones rocosas que presentan varias figuras reales o irreales. Son figuras que quedan en la memoria de todos y que empujan a un retorno motivador a la vida cotidiana de esos caminantes.
Datos
→ Las rocas tienen una altura de hasta 50 metros, son visibles desde varios kilómetros a la redonda. Desde hace varios años la única manera de ingresar a dicho lugar se calculaba en casi tres kilómetros de distancia, entrando por Santa Isabel.
→2 ingresos tiene Carachula. Uno por el cantón San Fernando y el segundo por Santa Isabel.
→ La flora y la fauna es propia de las zonas templadas y frías de la Sierra; sobresalen árboles de quinua, “chuquirahuas”, plantas medicinales, venados en estado salvaje, conejos, entre otras especies. (I) et