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El Telégrafo
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Algunos de los betuneros del parque calderón se dedicaron a este oficio al perder otras fuentes de empleo

Hay manos que dan brillo al calzado de los cuencanos

Espátulas para limpiar el lodo; cepillos, tinta negra, amarilla  y café para renovar el color; y el ‘trapo mágico’, servicial para el brillo del calzado de sus clientes, son los elementos que diariamente utilizan los boleros del parque Calderón.
Espátulas para limpiar el lodo; cepillos, tinta negra, amarilla y café para renovar el color; y el ‘trapo mágico’, servicial para el brillo del calzado de sus clientes, son los elementos que diariamente utilizan los boleros del parque Calderón.
18 de mayo de 2014 - 00:00 - Redacción Regional Sur

Cuando alguien se acerca a su sombrilla ubicada en el portal de la calle Benigno Malo, frontal al parque Calderón de Cuenca, inmediatamente baja la mirada para observar los zapatos de su visitante.

No es un crítico de moda, aunque su trabajo permite que las personas a las que atiende luzcan un estilo impecable, al menos en el calzado.

César Pulla tiene 81 años, 61 de ellos dedicado a uno de los oficios más antiguos que se han visto en el lugar: es betunero.

Al igual que él, otros 15 especialistas en la misma rama se asientan alrededor del parque Calderón, bajo los portales de las calles Luis Cordero y Simón Bolívar.

“Empecé desde muy joven, me quedé sin trabajo luego de que cerraron una funeraria que se llamaba Azuay”, dijo. Cuando dio sus primeros movimientos con los cepillos, la tinta y los trapos, era parte de una sociedad tripartita que componía junto con otros 2 niños. Sin embargo, poco tiempo después sus socios desistieron y lo dejaron solo.

A partir de entonces, esta actividad se fundió en su espíritu hasta convertirse en una pasión. Con el paso de los años, César se casó, procreó una hija, pero sufrió su pérdida y la de su esposa por diferentes motivos que prefiere obviar.

Desde hace unos años —no precisa cuantos— vive solo, pero con el consuelo de que hace lo que más le gusta. Su jornada empieza a las 09:30 y se extiende hasta las 17:30, con una hora intermedia que usa para ir a almorzar.

Luis Caldas, tiene 82 años. De lunes a viernes atiende desde las 08:00 en su sombrilla. Foto: Andrés Carpio.

Cada par de zapatos pequeños que lustra le significa un ingreso de $ 0,50, mientras que cuando se trata de botas de cuero el precio se duplica.

“Aquí se gana solamente para sobrevivir, no como dicen en la calle: la bola (bastante). A veces se puede ganar unos $ 2 o también $ 40, pero hay que irse callados porque esto es como la lotería. Solamente uno tiene que calcular que le reste para el arriendo ($ 100), la comida, la tinta y los cepillos”, comenta.

Las arrugas de su cara se extienden un tanto cuando sonríe al recordar que entre sus clientes más importantes estuvo Miguel Ángel Estrella (+) quien fuera alcalde de Cuenca entre 1953 y 1955.

“Recuerdo que lo atendí en una silla de ruedas. Lo atendí de la mejor manera. Los de ahora (alcaldes) nunca han venido por acá”, acota.

Mantuvo a sus 3 hijos

Román Tapia labora, en cambio, en los portales de la Luis Cordero. Hace 15 años, cuando tenía 45, fue liquidado de una embotelladora, debido a que allí desearon renovar el personal.

Con el dinero que le dieron sus exjefes logró mantener a su esposa y 3 hijos durante 3 años. “Se me terminó la plata y no conseguía trabajo. Fue desesperante”, asegura.

Un día, husmeando por el parque Calderón, vio oportuno emprender como betunero. Lo hizo, con una inversión de $ 120 en la adquisición de una silla y un mueble de madera, en el que hasta hoy se acomodan sus clientes mientras mueve con total practica las manos, los cepillos y el trapo.

“Cuando recién comencé costaba el lustre $ 0,25, pero gracias a Dios me alcanzaba para llevar la comida a mi casa. Además pude pagar los estudios de mis hijos”. Hoy, cuenta, sus 2 primeros vástagos son ingenieros comerciales y el tercero es psicólogo clínico.

“Vengo acá desde hace unos 30 años. Limpio mis zapatos con cualquiera de las personas de aquí porque lo hacen bien y no cuesta mucho”, comenta Luis Cabrera, mientras lustra sus zapatos negros en el puesto de César Pulla.

En el lugar, diariamente se concentran unos 15 boleros en diferentes sectores. Algunos, como Luis Caldas, por ejemplo, con 82 años, 68 en este empleo, aunque no quieren ahondar con su historia, por recelo a los medios de comunicación, dicen que han dedicado gran parte de su vida a este oficio, así no les haya recompensado con suntuosas cantidades de dinero.

“Aquí somos 3 los más viejos. No sé quien estuvo primero, pero todos ya trabajamos más de 60 años”, dice Caldas.

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