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Ecuador, 01 de Febrero de 2025
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El Telégrafo
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Apertrechado con elementos bélicos llegados de EE.UU., Veintemilla inició un movimiento envolvente que avanzó hasta Galte

El día en que los morlacos quisieron ser vascos

Antonio Borrero Cortázar fue elegido presidente del Ecuador con una cantidad de votos que nunca antes se había registrado en el país, pero también fue producto de coaliciones políticas  que se realizaron en ese entonces. Foto: Cortesía
Antonio Borrero Cortázar fue elegido presidente del Ecuador con una cantidad de votos que nunca antes se había registrado en el país, pero también fue producto de coaliciones políticas que se realizaron en ese entonces. Foto: Cortesía
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Revisando viejos papeles de la Hemeroteca Azuaya (Biblioteca del Banco Central, sucursal de Cuenca), nos encontramos con una verdadera joya de la crónica azuaya, escrita en 1876, que deseamos compartirla en su prístina virginidad, no sin antes realizar la consiguiente y necesaria ubicación de los hechos.

Gobernaba la República el Dr. Antonio Borrero Cortázar, elegido presidente con un total de votos hasta entonces no visto en los actos electorales ecuatorianos, según Gabriel Cevallos G. Pero su candidatura fue producto de una coalición de centristas con extremistas y esta alianza iba a explosionar en el momento menos pensado.

En efecto, el 8 de septiembre de 1876 estalló en Guayaquil el golpe de Estado. El general Ignacio de Veintemilla había sido reincorporado al ejército a su retorno de un largo exilio en Europa, aprovechando su amistad con Ramón Borrero, hermano del Presidente, logrando que se le designara comandante general de la plaza de Guayaquil.

Ante el destierro a Lima de Secundino Darquea y de los jefes 1° y 2° del Cuartel de Artillería, ordenado por Veintimilla -Darquea había sido tildado de autor intelectual en el asesinato de José de Veintemilla, hermano de Ignacio-, el presidente Borrero airadamente mandó a decir a su comandante general que el Gobierno no estaba dispuesto a vengar agravios ajenos. Veintemilla se indignó y comenzó a conspirar con los jóvenes liberales Miguel Valverde, Marcos Alfaro y Nicolás Infante, que se sentían frustrados porque Borrero no derogaba la Constitución garciana o Carta Negra.

Veintemilla, encerrado en el cuartel con los batallones y la caballería, fue proclamado Jefe Supremo y General en Jefe de los ejércitos hasta que se convocara a una Convención Nacional Constituyente para que gobierne bajo los verdaderos principios de la causa liberal. Se acordó entregar el poder a Pedro Carbo, por entonces en Nueva York, y el cambio de la bandera tricolor por la celeste y blanca de Guayaquil.

Ante los sucesos del 8 de septiembre los azuayos, indudablemente partidarios de Borrero, reaccionaron como nos deja ver ‘El Azuay sobre las armas’ (La Voz del Azuay, 30 de septiembre del indicado año). Sus redactores y colaboradores: Alberto Muñoz Vernaza, Juan de Dios Corral, Rafael Villagómez Borja, Tomás Abad, Julio Matovelle, José Rafael Arízaga y Mariano Borja. He aquí algunos fragmentos de la crónica:

La actitud bélica que ha asumido la provincia del Azuay con la noticia de la facción militar de Guayaquil, es un acontecimiento que nos llena de noble orgullo / (…) todo se mueve, se agita, hierve y se desborda en la provincia del Azuay. / (…) ¿podrá vencernos una legión de hombres oscuros y desacreditados, representantes siniestros del petróleo y de la comuna?

(…) En primer lugar su pie de fuerza (la de los traidores) es relativamente insignificante, (…) las provincias del interior pueden poner treinta mil hombres sobre las armas, sin que haya la más pequeña exageración. / (...) Solo esta provincia cuenta, según cálculos rigorosamente matemáticos, con más de mil fusiles, entre rémingtons y fulminantes, cinco o seis mil bocas de fuego más, entre carabinas, escopetas, trabucos, revólveres; y con más de dos mil armas blancas, siendo en mayor número el de bien templadas lanzas, manejadas por el prepotente brazo de los llaneros del Azuay, los invencibles del Escuadrón Cañar.

En segundo lugar, tenemos seguridad de que las dos terceras partes de las fuerzas de Guayaquil han sido engañadas por los traidores, cohechadas con mil falsas invenciones (…).

En tercer lugar, los hombres notables de la provincia del Guayas (…) y en general, todos los guayaquileños honrados, no podrán tolerar que se tome su nombre, en plena mitad del siglo 19, por un miserable grupo de hombres oscuros y generalmente execrados y maldecidos, para lanzarse en la bárbara conquista del interior, e imponer sus ideas profundamente disociadoras y salvajes (…) a cien pueblos que pueden enseñarles a leer y escribir. ¿Qué? ¿El suelo de Espejo, Mejía y Salvador; la tierra de Velazco y Maldonado; la patria de Lamar, Solano y Malo podrán ser conquistadas, aherrojadas y amordazadas, para que piensen y sientan como los Alfaro y Baldas, los Infantes y Valverdes de Guayaquil?

Ni pensemos en semejante absurdo. ¡Miserables!
A continuación, como una advertencia, copian en esta crónica los cantos vascos “encontrados por la Tour de Auvergue en un convento de Fuenterrabía”: “¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen! ¡Oh!, qué selvas de lanzas. ¡Cuántas banderas de diversos colores flotan en el aire! ¡Cómo brillan las armas! ¡Cuántos son! Muchacho, cuéntalos bien. Uno, dos, tres, cuatro... veinte, veintiuno y miles más. Tiempo inútil el que se emplea en contarlos; unamos los nervudos brazos, arranquemos estas rocas; y que caigan desde lo alto sobre sus cabezas; matémoslos, aplastémoslos.

¿Qué tenían que hacer en nuestras montañas esos hombres?, ¿por qué han venido a turbar nuestra paz? Cuando Dios formó las montañas, fue para que los hombres no las atravesasen. Pero los peñascos abandonados a su ímpetu se precipitan a aplastar las tropas; corre la sangre y se estremecen las carnes. ¡Oh!, cuántos cráneos rotos. ¡Qué mar de sangre!”.

“¡Huyen! ¡Huyen! ¿Dónde está la selva de sus lanzas?”
“¿Dónde las banderas de colores que flotan en medio? Ya no brillan sus armaduras teñidas de sangre. Cuántos son, muchacho, cuéntalos bien; veinte, diez y nueve, 18, 17...... 3, 2, uno. ¡Uno! Ni uno siquiera. Todo ha concluido: soldados, podéis volver a vuestras casas (…). Sin embargo, en diciembre, Veintemilla decidió atacar a la Sierra, a la que solamente había amenazado con el avance de tropas.

“Apertrechado con los elementos bélicos llegados de EE.UU., inició un movimiento envolvente y fue avanzando hasta Galte, donde una gran refriega que dejó mil muertos y seiscientos heridos determinó la caída de Borrero y el final de una etapa de nuestra historia”, anota Gabriel Cevallos García.

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