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El Telégrafo
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En la capital de Sucumbíos, 62 especies se rehabilitan en cautiverio

En Lago Agrio hay una 'clínica' de animales

Un par de guacamayas azules y amarillas descuidaron sus alimentos, los cuales fueron robados por un mico.
Un par de guacamayas azules y amarillas descuidaron sus alimentos, los cuales fueron robados por un mico.
Foto: Cortesía / Eduardo Benítez
12 de noviembre de 2016 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

Lago Agrio, provincia de Sucumbíos.-

Cuando un animal silvestre es sacado de su hábitat a un medio dominado por humanos se enfrenta a condiciones que pueden marcarlo de por vida. La situación apenas es comparable a la del hombre citadino que se queda incomunicado en medio de la selva. Las garras no sirven cuando se enfrentan al asfalto, los brazos peludos no pueden escalar edificios sin lianas a su alcance y reptar en la carretera es una de las formas más seguras del suicidio.

Un mono capuchino —también conocido como ‘cariblanco’ y cuyo nombre científico es Cebus albifrons— se desliza por las ramas de un árbol hacia el comedero que un par de guacamayas azules y amarillas (Ara ararauna) han descuidado. Las aves, que son hermanas, fueron decomisadas en Guayaquil y galantean a los visitantes del Parque Turístico Nueva Loja —un ecosistema que se conserva en el centro de la ciudad— sin imaginar que uno de sus vecinos hurtará su alimento.

Los capuchinos —al igual que sus parientes del lugar: monos ardilla o barizos— acostumbran recolectar sus alimentos sin quitárselo a otros animales, pero el mico, que ahora ya tiene las frutas y verduras ajenas entre sus manos, se ha hecho perezoso a causa de la domesticación a la que un captor intentó someterlo. “También le gusta pedir que le den de comer”, dice Estela Noteno, una de las guías del parque.

La mujer, menuda y morena, cuenta también que el joven tapir o danta —Tapirus bairdii— que merodea junto al sendero de 30,9 hectáreas del parque fue rescatado de un hotel en Orellana. Lo tenían como una atracción que no siempre gustaba a los huéspedes, quienes llegaron a maltratarlo. Luego de una larga rehabilitación volvió a comer las verduras que había dejado de lado por las golosinas que le daban.

En una jaula cercana, un gavilán campestre (Buteo magnirostris) padece un cuadro más complicado que el mico que ha empezado a robar alimentos o el tapir que se acostumbró a los dulces: le lastimaron las alas, por lo que el encierro que le han impuesto evita que intente alzar el vuelo, un reflejo instintivo que haría que vuelva a herirse. “Cuando les quiebran las alas es muy difícil que sanen”, admite Estela, mientras una lora cabeciazul —catarnica, Pionus menstruus— parece saludarla.

Al igual que en las camillas de un hospital, las jaulas de los animales del herpetario tienen fichas en que se indica su estado de conservación. Una solitaria boa arcoíris (Epicrates cenchria), por ejemplo, fue etiquetada con la frase “preocupación menor” pese a que ya no puede nadar —una de sus habilidades—. Y el lagarto overo tegu (Salvator merianae) que también debería estar en el río Aguarico sigue en observación.

Cuando el proceso de rehabilitación concluye, los animales son liberados en sus hábitats naturales. Las serpientes, por ejemplo, son trasladadas a reservas protegidas, como la de Limoncocha o la de Producción Faunística Cuyabeno.

Aunque no hayan sido extraídos de su medioambiente para convertirlos en mascotas o atracciones, el azar suele ser cruel con ciertas especies amazónicas: una boa matacaballo —Boa constrictor— fue atropellada en una de las vías de la provincia de Sucumbíos. Las lesiones incluyeron 3 costillas fracturadas, las cuales no le permitirán volver a su hogar. Es poco probable que el conductor haya sabido el daño que le hizo, pero la boa tendrá que vivir el resto de sus días en cautiverio.

Otra Boa constrictor, que sobrevivió a un ataque a machetazos que le hizo perder un ojo, se esconde tras hojas que ha arrancado de los árboles de su jaula. Esta especie suele ser perseguida porque se cree que es venenosa. Dependiendo de su alimentación, estos animales mudan de piel en un proceso que dura de 15 días a un mes, entonces, su color se torna opaco, gris.

Tras un vidrio, en una jaula aledaña, una serpiente se mueve sigilosamente pese a que no puede emboscar a su presa (mamíferos, aves, lagartijas y anfibios) porque quedó paralítica luego de recibir varios golpes cerca de la cabeza. Cada lunes o martes, un veterinario abre sus fauces para alimentarla ‘manualmente’.

En una comunidad fronteriza, una anaconda (Eunectes murinus) aprendió a temerles a los seres humanos no solo por instinto. Su captor, quizá sin saber que la especie se puede extinguir, la había encerrado, lo cual dificultaba su respiración...

En esta parte del bosque primario de Lago Agrio se rehabilitan especies diversas: 10 mamíferas (entre las que están guatusas y monos), 12 reptiles y anfibios (como el sapo de la caña, chontas y caimanes) y 40 aves (la tangara azuleja, la amazilia pechizafiro o la cuco ardilla).

En las altas copas de los higuerones de tallo blanco que flanquean el sendero del parque, unos osos perezosos comen cogollos tras las hojas y son una de las especies libres de este ecosistema junto a insectos multicolores. Afuera, el Parque Ecológico Recreacional Lago Agrio tiene una extensión de 200 hectáreas de bosque tropical amazónico. (F)

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