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En los primeros días de septiembre, la población conmemorará esta festividad

En la fiesta del Yamor se recrean los sabores de antaño

Las fiestas del Yamor comenzaron hace más de 50 años, cuando se combinó la celebración del Koya Raymi con las tradiciones católicas. Foto: Cortesía Ministerio de Turismo
Las fiestas del Yamor comenzaron hace más de 50 años, cuando se combinó la celebración del Koya Raymi con las tradiciones católicas. Foto: Cortesía Ministerio de Turismo
16 de agosto de 2015 - 00:00 - Juan Flores Ruales

Mi primer recuerdo del Yamor se remonta a hace más de medio siglo. Era aún niño, cuando a comienzos de septiembre de 1960, mi abuela me pidió que le comprara una jarra de Yamor de a 1 sucre y una bandeja de mote con tortillas, empanadas y fritada de a 2 sucres donde doña Tránsito Guerra, cuyo negocio se situaba a solo 3 cuadras del hotel París, donde vivíamos.

Recuerdo que 3 sucres eran suficientes para satisfacer el antojo de 6 miembros de la familia. Se sabía que Otavalo estaba de fiesta, porque doña Tránsito ya había abierto su local.

Para la mayoría de la población la fiesta del Yamor consistía solo en eso, saborear cada año el elixir de los dioses tutelares, acompañado de ese platillo que no volvíamos a ver sino al año siguiente. El local se abría solo pocos días por esta ocasión y la pequeña casa de doña Tránsito, se convertía en la meca de todos los mestizos otavaleños.

Sin embargo había otro lugar menos famoso donde se vendía esta exquisita chicha; Monserrat, donde, según la tradición, se había originado tanto esta bebida, prolegómeno religioso de esta fiesta ancestral que 20 años después devendría en la fiesta folklórica más importante de Ecuador.

Recuerdo que en aquella primera vez me llamó la atención los enormes toneles de madera ennegrecidos por el tiempo, en cuyo interior resplandecía el aromático charco de oro licuado con la harina de siete variedades de maíz, en cuya superficie flotaban como flores de loto, enormes medallones escarlatas que no eran otra cosa que el oleaginoso néctar natural que brotaba del “ñabi” del maíz y que muchos confundían con achiote… pero solo eran coágulos escarlatas del polen que manaba de la aorta del corazón sagrado del maíz.

En la pequeña y oscura habitación donde espumaba el Yamor, su aroma se confundía con el jolgorio de aromas exquisitos que salían de las secretas especies con las que se fermentaba esta chicha de los dioses, mezclado con el bálsamo de ricas frituras que a todo el mundo abría el apetito.

Doña Tránsito, que era en extremo bondadosa y hospitalaria; prodigaba a los clientes con gratuitas degustaciones de comida y bebida de donde probablemente Edwin Rivadeneira sacó la inspiración para crear el slogan de que el Yamor es “La fiesta más alegre en la ciudad más amable del país”.

El yamor se obtiene de la fermentación de 7 variedades de maíz que son el amarillo, blanco, negro, chulpi, canguil, morocho y la jora. Foto: Cortesía blog un loco deseo

En aquel tiempo aún no había la costumbre, salvo excepciones, de que las familias salgan a comer fuera de casa. Por ello, doña Tránsito acomodaba las habitaciones de su hogar con unas cuatro mesas y sillas, para que, quienes lo deseen, puedan servirse el típico potaje en el mismo sitio donde se lo hacía, como quien dice “de la mata a la olla” de donde salían satisfechos no solo por la finura de la chicha y la comida, sino principalmente por el fino trato de su dueña.

En la temporada del Yamor, había otros eventos vedados para quien no pertenecía a la pírrica élite local. El pueblo otavaleño se limitaba a esperar a que llegue el domingo para agolparse en la estrecha línea férrea junto a la Gruta del Socavón, para ver desde ahí arriba, como en la cancha de patinaje de la Piscina de Neptuno, se divertían los pelucones, los “cagatinta” la ridícula aristocracia local al compás de mambos chachachás y boleros de moda interpretadas por la orquesta “Son Clave de Oro”, o por la “Lira Otavaleña”, la “Rumba Habana” o la “Costa Azul”, célebres elencos provinciales de ese entonces.

Luego el Yamor sufrió una revolución cultural encabezada por una generación de jóvenes visionarios que propagó la fiesta a los barrios, con una temprana concepción intercultural que buscó, con las limitaciones de aquel entonces, un sincretismo entre las costumbres mestizas con las ancestrales.

En una ciudad marcada por el racismo y la intolerancia, introducir fiestas como el Tandanajushpa Ripashunchi, era una ruptura radical de los paradigmas etnocéntricos con que se había manejado el Yamor hasta esos días. Probablemente fue la influencia del pensamiento de Fernando Chávez Reyes, de Gonzalo Rubio Orbe y de Hugo Cifuentes Navarro. (I)

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