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El Telégrafo
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En 60 años, el mar ha ganado más de un kilómetro de terreno

Cojimíes, tierra de peces de agua dulce y salada

La tarde es una buena hora para pescar. En el estuario del río Cojimíes se puede capturar bagres y corvinas.
La tarde es una buena hora para pescar. En el estuario del río Cojimíes se puede capturar bagres y corvinas.
Foto: Leiberg Santos / El Telégrafo
29 de octubre de 2016 - 00:00 - Mario Rodríguez Medina

Pedernales.-

Cuando ya ha pasado la hora de almuerzo, cerca de las 15:00, el portovejense Juan José Bernal se encuentra en el malecón de Cojimíes en sus labores de inspección de pesca. Al  preguntarle qué significa vivir en esta localidad, lo primero que responde es “esta gente es bendita, come como millonario. Tienen corvinas, centollas, langostinos a la disposición”.

Justamente, Juan José había almorzado un estofado de corvina. Comenta que en el lugar las personas son muy serviciales, “belleza de gente. Por cualquier cosa quieren regalar un pescado o unos langostinos, son muy generosos”.

La población local se dedica a la pesca, ya sea en el mar o en el estuario del río Cojimíes. La actividad camaronera también es alta.

En el río hay 350 lanchas en las que las personas realizan fletes, ya sea por paseo o para ir hasta Esmeraldas (frente al malecón deja de ser Manabí). También se realiza la pesca deportiva.

Pedro Sánchez es una de las personas que con caña de pescar en mano disfruta del sitio. Al arribar al muelle, saca de su hielera 2 bagres y 3 corvinas. Con cuchillo en mano las desbucha. “En la tarde voy a comer rico”, dice entre risas este quiteño, quien está en Cojimíes por vacaciones.

Llegar por carro, una odisea

Hace 10 años, la manera común de llegar a Cojimíes era por mar, ya que no contaba con carreteras (las vías se habilitaron hace 6 años).

Julio Centeno, oriundo de la localidad y dueño del hotel La Mapara, expresa que cuando la marea estaba baja se podía acceder a la localidad, “pero yo vi varios carros perderse porque se quedaban atascados y el mar se los tragaba”.

Como anécdota cuenta que en 3 años se tuvo que comprar 8 vehículos, “porque los metía por la arena y la salinidad los dañaba. Aquí nadie se compraba carros nuevos, porque en menos de 3 años ya no servían para nada”.

El comercio de la localidad, indica Centeno, se realizaba por barco. “Nosotros, en el negocio familiar, salíamos 3 veces por semana para  Manta. Llevábamos reces, café, cacao, maderas y desde allá traíamos los productos elaborados. Desde aquí se distribuía a las localidades cercanas como Chamanga”.

Además, recuerda que los fines de semana hacían un viaje “exclusivo para llevar camarones, langostas, conchas y todo ese se iba a Guayaquil”.

Sobre la historia de Cojimíes, Centeno destaca que el comercio fluvial desde siempre fue el estilo de vida de su gente. “El comercio se intensificó con el boom bananero. Teníamos un excelente producto y llegaban los barcos desde Esmeraldas para llevarse nuestro banano”.

La llegada de las camaroneras a esta localidad fue en 1975. “El primero en arriesgarse fue Teodoro Carofilis. Luego le siguieron Fabio Cedeño, Marcelo Palacios y 3 extranjeros más. Yo también estuve en el negocio desde aquella época, pero tras la mancha blanca (1999) dejé los camarones”.

Antes de la apertura de las carreteras, este lugar recibía turistas  por gestión de los dueños de hoteles, quienes realizaban giras turísticas. En la actualidad hay 28 establecimientos entre hoteles y hostales.

La arena los protegió el 16A

Debido a la calidad de su suelo, mayormente arenoso, el impacto del terremoto no fue devastador, a pesar de estar en la zona de mayor influencia del movimiento.

Otro de los factores para que en Cojimíes no se hayan registrado personas fallecidas es la calidad de sus estructuras: muchas son de caña guadúa y ninguna sobrepasa los 4 pisos.

También incidió que la dirección de las ondas sísmicas fueron para el sureste (según informe del Instituto Geofísico del Ecuador). Cojimíes se ubica al suroeste del epicentro.

El suelo arenoso trajo complicaciones a Cojimíes desde 1950, cuando el mar empezó a ganar terreno. Teresa Coba, dueña del restaurante Estuario, cuenta que por aquella época la localidad estaba más de un kilómetro salida hacia el océano, “pero el agua se tragó lo que había aquí. Hay una iglesia, escuelas y casas bajo el mar”.

Para evitar que esta parroquia perteneciente a Pedernales pierda más espacio (como sucedió también en la década de los setenta —la urbe tiene 2 reasentamientos—), en 2010 las autoridades locales construyeron un muro de escollera. (I)

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