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Rodrigo Llambo se volvió emprendedor en las calles

Rodrigo Llambo se volvió emprendedor en las calles
19 de enero de 2014 - 00:00

Desde que fue niño le fascinaban los números y en su cabeza las sumas y restas eran procesos mentales sencillos de resolver. Por eso, Rodrigo Llambo se volvió compañero imprescindible para su padre, Hilario Llambo de 65 años, cada vez que pedía un préstamo en un banco de Ambato.

La precaria agricultura que practicaba en su nativa parroquia Chibuleo, situada a 20 minutos de la capital de Tungurahua, apenas era suficiente para alimentar a sus 7 hijos y su mujer, Paula Chalán (67 años). Rodrigo ocupa el cuarto puesto en la numerosa prole y siempre se mantuvo atento a los requerimientos de su progenitor para que las cuentas quedaran bien.

Tenía entonces 7 años cuando esperaba por horas sentado en la vereda, pues la discriminación racial era muy acentuada hace 30 años y a los indígenas no se les permitía compartir el hall de un banco con los mestizos.

Era una suerte de apartheid nacional, pero con similares procedimientos segregacionistas como los que se practicaban en Sudáfrica.

“Mi papá contrataba un tramitador para que le gestionara los créditos. Nosotros aguardábamos en la calle para analizar las condiciones del crédito y luego firmar”, recuerda Llambo, mientras se desvanece la sonrisa que siempre le acompaña y se queda serio y pensativo.

Tras estudiar en la escuela 6 de Marzo y parte de la secundaria en el colegio Pilahuín, a los 18 años se mudó a Ambato para trabajar como ‘canillita’. Fue después de que su madre lo retara y terminara definitivamente con la idea de ser futbolista: “O estudias o juegas, no puedes hacer las 2 cosas a la vez”, le dijo en aquel tiempo.

Rodrigo fue siempre impulsivo y buscaba de la vida todas las oportunidades que pudiera ofrecerle, sin que le atemorizaran los sacrificios.

La esquina del Colegio Bolívar, en la calle Sucre, se convirtió en su cuartel general para la oferta de periódicos.

Se había propuesto vender 180 diarios y por cada uno invertía 20 centavos y se ganaba 5.

Su labor empezaba de madrugada y concluía a las 11:30. Con el bulto de diarios colgado en bandolera partía a una frenética búsqueda de clientes en peluquerías, tiendas, buses, parques, farmacias, oficinas y más.

Pero a pesar del ímpetu, la carga de periódicos lo doblegó y tuvo que idear un coche para empujar. Fue el primero en vender de esa manera y su inspiración fue el medallista olímpico Jefferson Pérez.

Las calles, con sus peligros y recompensas, fueron tallando al emprendedor que dormía en su fuero interno. En 1997 convocó a sus amigos de parroquia para exponerles la idea de formar una cooperativa de ahorro y crédito. Ninguno asistió y se dio cuenta de que todavía no era tiempo. Concluyó entonces el bachillerato en el colegio Universitario Juan Montalvo.

En 2002 volvió a llamar a sus amigos. Esta vez concurrieron 27. Uno de ellos fue Cristian Chalán, quien ahora, como en aquel tiempo, admira a Llambo y lo considera una buena persona. “Nunca olvidaré que Rodrigo empezó a trabajar de canillita y daba ejemplo de superación a los jóvenes. Tiene muchos proyectos que se volvieron realidad y otros todavía por concretar”, dice Chalán, quien hoy es jefe de Marketing y Comunicación.

Después de la reunión empezaron las gestiones para legalizar la entidad financiera en Quito. Lo consiguieron con demasiado sacrificio y permanecer horas y días en las aceras quiteñas.

Por fin, en la avenida Los Andes y Tomás Sevilla, en Ambato, abrieron la ‘matriz’ de la cooperativa. La primera semana de trabajo dormían allí sin apenas probar bocado.

Pero fue en esos días que ocurrió algo extraordinario que los volvió locos de alegría. Los primeros clientes llegaron y les confiaron a estos jóvenes, que vestían poncho rojo a rayas y pantalón con camisa blanca, un total de 1.350 dólares.

Pero otra vez la inexperiencia les jugó en contra. Una noche, entraron al local y se llevaron el dinero y la única computadora que poseían.

A Llambo se le unió el cielo con la tierra. Tenía ganas de llorar, gritar y maldecir su suerte, pero un juramento de silencio, con su compañero Darwin Muño, les obligó a guardar en secreto la tragedia para el resto de los 20 fundadores.

En la actualidad, Llambo es el gerente general de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Chibuleo que cuenta con 105 mil socios y clientes.

Sus activos son de 60 millones de dólares y su patrimonio bordea los 6 millones. Su crecimiento anual es del 48% por virtud de los microcréditos.

Llambo se casó con Diana Caiza, y sus 2 hijos, Kerly (7) y Erik (2) no han perdido el vínculo con sus raíces sencillas en las comunidades rurales. Así lo refiere su esposa: “Es muy buen padre y sabe inculcar valores de honestidad y solidaridad en nuestros niños. El trabajo que gerencia es intenso y sacrificado, pero él sabe compaginar bien su oficio y el hogar”.

En el edificio ecológico e ‘inteligente’ que ahora es la matriz de esta entidad financiera, en la Espejo y 12 de Noviembre, Llambo ingresa como en su segundo hogar. La gente lo saluda con afecto y no faltan las palmadas de cariño en la espalda.

Mientras se sienta en su sillón negro de gerente, sentencia: “No nos olvidaremos nunca de dónde venimos y de sentirnos orgullosos por ser indígenas”.

Datos

De contextura delgada, Llambo siempre gustó de los deportes. Supo sacar el mejor partido de los infortunios. Aun cuando debía caminar 45 minutos diarios desde su nativa Chibuleo para estudiar en el colegio de Pilahuín.

Estudió Ingeniería Contabilidad y Administración en la Universidad Nacional de Loja. En la Salesiana siguió Auditoría Financiera y un curso de Alta Gerencia en el Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (Incae).

Llambo se siente un hombre libre de resentimientos. De hecho más de 50% de sus socios son mestizos.

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