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El artesano vive en la comunidad san francisco

Pilamunga, 25 años en un oficio que identifica al pueblo chibuleo

Casi en la penumbra de su pequeño taller, Pilamunga pasa más de 12 horas diarias totalmente sumergido en su actividad manual que aprendió en Pelileo.
Casi en la penumbra de su pequeño taller, Pilamunga pasa más de 12 horas diarias totalmente sumergido en su actividad manual que aprendió en Pelileo.
16 de agosto de 2014 - 00:00 - Redacción Regional Centro

Ambato.-

Los sombreros que moldea a mano, bajo la escasa luz de la madrugada o durante la noche, son utilizados por indígenas de la etnia Chibuleo que cumplen funciones ejecutivas en cooperativas de ahorro y crédito o en otras oficinas. Estas se abrieron en Ambato en la última década, alentadas por el boom de las microfinanzas.

También son utilizados por agricultores y comerciantes que no han abandonado el arado en las tierras negras de los páramos de la parroquia Juan Benigno Vela, situada a 25 minutos de Ambato.

Allá, precisamente, en una de las 7 comunidades rurales que la integran vive Manuel Pilamunga. Es un hombre de vida sencilla que alterna sus días entre la labranza y su pequeño taller adjunto a la nueva vivienda de hormigón que construyó en minga. También conoce de albañilería y otros quehaceres.

Pilamunga es considerado uno de los últimos fabricantes de los típicos sombreros para esta etnia ancestral, que es fácil de identificar porque viste ponchos rojos con rayas, pantalones blancos e inmaculados sombreros de copa redonda.  

La jornada de trabajo para este artesano empieza de madrugada en la comuna San Antonio de Chibuleo, cuyo camino de ingreso es angosto y con tramos de piedra y tierra, muy cerca de la carretera asfaltada Ambato-Guaranda.

Este ciudadano de 57 años recuerda la época dorada de estas prendas, cuando había más de una docena de fabricantes, con quienes competía para enfundar los sombreros y venderlos en las ferias populares. Hace algunos años se transportaban por docenas, pero ahora siente que su trabajo está en decadencia. No lo dice con las palabras, basta su mirada triste.

En la comarca todos lo conocen y no les importa abandonar por unos instantes los sembrados de maíz, habas, mellocos y arveja, para informar a los desconocidos sobre los detalles de la vivienda de bloque visto y losa en la que vive el artesano, junto a su mujer, María Carmen Ugña de 47 años.

Una vez frente a él, escucha con atención los motivos de la visita y luego invita a trasponer la puerta de madera vieja que permite acceder al taller de 3 por 2 metros.

Casi en la penumbra, se logra ver arrumadas pequeñas cargas de lana de borrego sobre una mesa que ha perdido su color por la humedad. “Mis competidores ya han muerto o se marcharon de aquí para siempre. Tal vez a otras provincias o están en Estados Unidos o en países europeos”, dice con una pausa larga como si solo en ese momento fuera consciente de la gravedad de estas frases.

Entre las 05:00 y las 20:00, Pilamunga se dedica por entero a su labor que reconoce es ardua. Ya no con el mismo ímpetu de antaño, pues los hijos se marcharon de casa y formaron sus hogares luego de recibir la educación gracias a las hábiles manos de sus progenitores.

“Fabrico a la semana 4 sombreros, cada uno cuesta $ 70 y lo hago bajo pedido”, explica el artesano, mientras agarra una piedra redonda y comienza a apisonar un par de sombreros a medio hacer en la esquina de la mesa.

Luego añade detalles sobre la preparación de la lana, el lavado y las herramientas que utiliza. Por supuesto que la forma y calidad dependen íntegramente de su buen pulso y experiencia.

Pilamunga aprendió este oficio en 1989 cuando se marchó a Pelileo para emplearse como oficial en uno de los talleres que se habían abierto para empujar la boyante producción de jeans. Allá conoció a su esposa y regresó 2 años después a su tierra para abrir un taller.

Con el tiempo no solo hizo eso, también pudo comprar el resto de la propiedad y algunas cuadras más para sembrar. “Seguiré con mi oficio mientras Dios lo permita, después seré parte de la historia”, asegura con un gesto que parece una sonrisa, mientras su compañera lo mira, pues dejó de ayudarlo hace años, por causa del dolor de espalda y la pérdida progresiva de su visión.

Afuera se escucha a un tropel de personas. Son vecinos que llegaron a pedirle a los esposos que sean padrinos de bautizo.

Pilamunga acepta casi sin hacerse de rogar, aunque ha perdido la cuenta del número de ahijados que tiene.

DATOS

Chibuleo proviene de una planta llamada chibu que crecía en ese lugar y leo de los descendientes de la cultura Panzaleo, de la cual son originarios.

En su mayoría tienen legalizado el 70% de las tierras. Su población es de 12 mil personas organizadas en 7 comunas: San Francisco, San Luis, San Alfonso, San Pedro, Chacapungo, San Miguel y Pataló Alto.

El comercio con el mercado provincial y nacional se realiza con productos agrícolas como papas, cebolla, ajo, hierbas, así como la oferta pecuaria y artesanal. Estas son las principales fuentes de ingresos económicos.

Los hombres usan ponchos rojos y camisas, pantalones y sombreros blancos. Las mujeres, anacos negros que representan la Tierra, sombrero blanco y camisa bordada con flores para recordar a la Pacha Mama.

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