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Ecuador, 03 de Febrero de 2025
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El Telégrafo
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Poco a poco íbamos dándonos cuenta que teníamos que transformarnos en ovejas y el silencio se nos subió a los labios

La paridad de ovejas e indios ayudó a sostener los obrajes

Hubo indios con excelentes cualidades de obediencia y sumisión que trabajaron hasta por más de 20 años sin salir de estos encierros (los obrajes) que fueron su cuna y tumba. Fueron como ovejas que solo acataban la voz del amo. Foto: Miguel Castillo
Hubo indios con excelentes cualidades de obediencia y sumisión que trabajaron hasta por más de 20 años sin salir de estos encierros (los obrajes) que fueron su cuna y tumba. Fueron como ovejas que solo acataban la voz del amo. Foto: Miguel Castillo
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Las ovejas nacen para encarnar la obediencia. Tienen miradas sumisas que se incrementan cuando nos quedan contemplando tras sus muertes. Así han pasado a La Biblia; y desde ella, hasta nosotros. La iglesia cristiana no puede vernos de otra manera sino como a ‘corderos de Dios’, dispuestos para el sacrificio.

Debemos derramar nuestra sangre para quitarnos los pecados, hasta los que nunca sabemos que cometimos, y los de los demás también. Las ovejas en la tierra son las metáforas más antiguas de las nubes del cielo.

Así las manadas buscan pastores en las religiones, en la política, en las agrupaciones gregarias, en el liderazgo comercial, y hasta en el arte, donde todos se vuelven predicadores hasta de sus torpezas.

Hay que demostrar la obediencia no solo con genuflexiones y bajando el rostro. Agachando la cabeza es mejor.

Hay que hablar quedo y con un tono de súplica para entrar en el ‘diálogo jerárquico’. La obediencia es la postración del alma. Para nosotros es la negación de la razón.

Yo, la más fiel de sus ovejas, así he pensado antes de dirigirme al Ilustrísimo Señor Doctor Don Andrés de Paredes y Armendáriz, por la Gracia de Dios y de la Santa Sede obispo de Quito, del Consejo de Su Majestad.

En virtud de los informes del cura doctrinero del pueblo de San Miguel de Tacunga y del capitán don Joseph de Paz Villamarín, vecino y mayordomo de la iglesia.

Ilustrísimo Señor: “Beso la mano de Vuestra Señoría Ilustrísima. Hallándome de Mayordomo de esta Santa Iglesia, se me hace cargo de conciencia el no manifestar el estado de las cofradías. Pues la iglesia tiene tres manadas de ganado ovejuno que conservo algunos años a mi cargo.

Y hallándome al presente cargado de años y falto de salud, siendo el principal motivo el mantener dichas manadas, ya sin indios pastores legítimos que las cuiden, y por ningún camino haber podido conseguir, suplico que se ordene que dichas manadas, o se entreguen a los caciques de este pueblo para que estén sujetos a las cuentas, o se vendan.

Es mi deseo que Nuestro Señor guarde la apreciable vida de Vueseñoría Ilustrísima por muchos y felices años…”. [Tomado del Archivo Nacional del Ecuador, Seccional Tungurahua, folios 230 a 256, (1754), Notaría de Santiago Ponce].

Las ovejas recogen la tristeza de la tierra y con sus hociquillos temblorosos van saboreando el desamparo de no tener un indio que les guíe por los campos resecos de San Miguel de Tacunga.

Ellas ni siquiera saben por qué les cortan la lana. Han oído que muchos indios han muerto porque solo les han enseñado fidelidad, y porque les han dicho que la razón es como la lana: Solamente pertenece a sus patrones.

Los negocios del capitán

El capitán don Gaspar de Mier va midiendo en varas de paño la distancia que se interpone entre Hambato y la Ciudad de los Reyes.

Su caballo sabe dar pasos de una vara de 84 centímetros; y a veces hasta de una yarda. Cuando adelanta sus orejas para otear el horizonte, mira cómo las almas de los indios escarmenan las nubes de los Andes para llevarlas en hilos a los obrajes de San Ildefonso y Tilipulo.

He tenido que calcular en metros la cantidad de varas de paños con los que tengo que negociar. Soy un militar con grado de capitán. Soy quien ocasionalmente vengo a Hambato por la producción del obraje de San Ildefonso.

Esta es mi triste vida de negociante de paños de esta época. Hay magnitud en mis negocios. Hay capacidad de producción de materia prima y mano de obra.

Hay indios con excelentes cualidades de obediencia y sumisión que trabajan hasta por más de 20 años sin salir de estos encierros que son su cuna y su tumba.

Por el asiento de San Juan de Hambato están ante el escribano público don Juan Antonio Balenzuela un 8 de noviembre de 1701, por una parte el general Fernando Dávalos, militar caballero de la Orden de Santiago, vecino de este lugar; y por otra, el capitán don Gaspar de Mier “residente al presente en este asiento”.

El primero “otorga que vende 7.555 varas y media de paño, de las que se labran y fabrican en sus obrajes de San Ildefonso de este dicho asiento de Hambato, Tilipulo (cercano a Latacunga) y galpones, beneficiados todos en dicho obraje de San Ildefonso, a precio de 18 reales vara”.

Este negocio se concreta para cumplirlo en su producción señalada dentro de 8 meses.

Se dice que la entrega la ha de hacer “dicho general, puestos los paños en dicho obraje de San Ildefonso desde el mes de febrero de 1702 hasta todo el mes de septiembre del dicho año”.

Haciendo los cálculos en varas de 84 centímetros, quiere decir que se producían 944.375 varas mensuales. “Y el capitán de Mier se obliga dar y entregar al general Dávalos 17 mil pesos de a 8 reales por varas de paño, en esta manera.

Las ovejas dejan sus huesos en los mosaicos de las casas de hacienda, mientras sus almas se vuelven nubes que suben a vivir en los laberintos de Los Llanganates.

Los patrones aman esos huesos porque el morbo que les pica en las suelas de sus botas. Por eso primero lamen las carnes y después incrustan los tobillos entre ladrillos de los corredores, para poder seguir pisoteando ovejas y carneros hasta después de muertos.

Las ovejas, cuando se hacen nubes, se suben al horizonte a esperar a Dios hasta que reflexione sobre las inequidades de su creación.

Ella estaba balando y balando, cuando pasaba el ataúd de don Agustín Pico rumbo al cementerio de Píllaro. En el hocico tembloroso que recogía los silencios del camino, me di cuenta que tambaleaba su tristeza asustadiza.

Tenía afán por recoger algo de hierba para sobrevivir a su destino. Toda oveja es el símbolo del sacrificio. Sus ojos tienen la semilla de la muerte.

¿Para qué más sirven las ovejas sino para entregar su sangre por la vertiente de su cuello? Dicen que los indios aprendieron a morir con los ojos abiertos copiando la impotencia de los rebaños.

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