Los pastizales se perdían a la vista de los colonos con beneplácito de la corona
En 1721 los indios se vendían con las manadas de ovejas en Chimborazo
Tal como hemos puesto en el titular de esta entrega: “Venden manada de ovejas que limitan con otras manadas de ovejas, en Punín”.
Son formas de ir fortaleciendo el sustento de lo real y maravilloso que significa vivir en medio de nuestros administradores, y a la vez colonizadores de nuestras conductas atávicas.
¿Cómo es esto de poner límites a una manada de ovejas? Y peor, ¿cómo entender que limitaban con otras manadas de ovejas?
La evidencia está a la vista: fuimos gobernados por paranoicos que dejaron constancia de que la ambición saltaba de la realidad a las fórmulas legales con las que los escribanos ebrios de contubernios, daban fe de los absurdos.
Esto con el respectivo respaldo de obediencia ciega inventada para tan originales beneficiarios que resultan ser nuestros ancestros.
Es el caso de Hilario Ruiz de Guevara, el escribano público de Riobamba que certifica este texto tomado de su original que reposa en el Archivo Histórico de la Casa de la Cultura de Chimborazo.
El 20 de mayo de 1721 está ante el escribano de Riobamba doña Micaela Gerónima Pinto de Guevara, viuda del Alférez Diego del Salto, expresando lo siguiente...
“Tiene y posee,… en el sitio de Daglai, una manada de ovejas de castilla que le cupo por muerte del dicho Alférez, por vía de su dote y gananciales, en la división y partición que tuvo con sus hijos y los del dicho su marido, la cual le está poseyendo hasta hoy”.
Digamos en esta parte que las mujeres coloniales también tenían manadas de hijos de los señores de Castilla, como en este caso en que el Alférez, seguramente casado en segundas nupcias con doña Micaela Gerónima, no tenía mucha preocupación en poner límites fijos a sus heredades territoriales.
Porque eso era demasiado vago y sin importancia en una tierra arranchada al único precio de su presencia. Además, estas tierras no estaban hechas para delimitaciones insignificantes, cuando caían bajo la codicia de señores que manejaban armas.
Los alféreces eran los abanderados que llevaban a los ejércitos de lobos en busca de sus manadas de asustadizas ovejas que vagaban por los lomeríos andinos.
Para eso tenían respaldo del rey, o por lo menos, de sus efectivos representantes en América.
La viuda dice que está angustiada económicamente porque tiene que afrontar el sostenimiento de su familia, pagar tributos y porque de alguna forma sigue “atada con el Maestre de Campo don Manuel Diez Flores el venderla, atenta a que por ser mujer sola …”.
Tiene problemas con los vecinos y hasta “con el mismo indio pastor, quien, por no haber mayordomo, … se come muchas ovejas y la manada cada día viene en disminución”.
Con estos argumentos “otorga que vende… al Maestre de Campo don Manuel Diez Flores y a sus herederos y subsesores… la dicha manada de ovejas de castilla con 310 cabezas chicas y grandes, machos y hembras y un indio gañán del quinto del último padrón y apuntamiento del pueblo de Puni del gobierno de Don Manuel Sañay que sirve de pastor.
Con los pastos y sitios que le pertenecen, que lindan por arriba con tierras y manadas de ovejas del Licenciado Andrés Fernández Mariño, y por abajo con manada de ovejas de don Joan Antonio de Orbe, su yerno.
Y por un lado con una laguna de Daglay y manada de ovejas del General don Miguel Vallejo Peñafiel, Regidor Perpetuo de esta dicha villa, y por el otro con tierras de indios del sitio nombrado de Castog con sus entradas y salidas, aguas, montes, pastos y abrevaderos, cuantos han, y haber deben y le pertenecen de fecho y de derecho…
En precio de 13 reales cada cabeza que montan 503 pesos y 6 reales, que confesó la otorgante haberlos recibido de mano del comprador…”.
Un análisis necesario
Comentemos que se señala que el sitio de las ovejas está en el pueblo que debe ser de Punín, como se conoce en la actualidad, pero que en varias partes del documento se cita como “Puni”.
También hay que recalcar que no se especifica valor aparte para el indio pastor.
Sencillamente se vende con el indio incluido al precio que tiene la manada de ovejas: “Y declara que el justo y verdadero valor de la dicha manada, indio y sitios es de los dichos 503 pesos y 6 reales que no valen más ni menos cantidad…”.
Un tema colateral inserto en esta misma escritura señala que hasta que el comprador tome posesión judicial de esta venta, la vendedora queda de “su inquilina tenedora y precaria poseedora para saldar luego que sea requerida”.
A pesar de que ya le ha entregado las ovejas con el indio pastor y sus sitios. Luego de que se añaden todas las formalidades de leyes vigentes en la lejana península, que suenan a pregones lanzados desde ultramares por fantasmas de piedras ruinosas que viven en las fortalezas medievales, firman el documento.
Y lo hace de su puño y letra doña Micaela Gerónima Pinto de Guevara, lo que quiere decir que era una mujer ilustrada, frente al analfabetismo reinante en Indias en el género femenino.
Luego vienen las firmas de los testigos de oficio que siempre dormitaban en las escribanías y cobraban lo de ley más las propinas.
Porque sin sus firmas nada podía pasar a los beneficiarios de la posteridad. Estos nombres son don Domingo de León, Juan Ruiz y Victorino Garnica. (O)
Los danzantes rememoran esos tiempos tristes
Ahora las mujeres indias de Punín cantan ataviadas de sus ancestrales prendas, unos cantos que son más azules que sus cielos donde pastorean las ovejas que están a un paso de encontrarse con su Cristo. Sus agudas voces guardan una rara mezcla de alegría enredada en ovillos de tristeza.
Sus voces son de los mismos tiempos de sus antiguas ovejas que han sido revendidas en los derredores de sus iglesias. Los visitantes a las fiestas del Inti Raymi pueden ver en directo cómo los curiquingues que saltaban por sus lomas, ahora bailan en las calles.
En sus cabezas los turbantes oprimen todavía la época colonial que sale en las comparsas a encontrarse con algunas fachadas de piedra y adobe que se tragan la memoria de los siglos. Atrás de estos danzantes saltan sus alegrías y gritan sus porfías los enzamarrados mayordomos.
Metidas sus piernas en calzones de cueros de chivos y de guanacos, exhiben sus foetes luminosos que desgarran el aire con esas vetas hechas con nervio de toro. En Punín se bailan los dolores ancestrales con un olvido espantoso que sabe hacerse dulce en las ingenuas alegrías de los indios jóvenes que dicen que aman sus tradiciones enredadas en tantos saltos. (O)