“Perdone la palabra, dijo don Nicolás de Cabrera. Como se está diciendo aquí, el señor Juez de la Lana que además es el Comandante Militar de este cantón, debe aclararnos por qué es que quieren cobrarnos tantas deudas que no las hemos autorizado ni pedido.

Como la que se sabe que tenemos con el ciudadano francés Monsieur Francisco Crevel, quien le ha dado en préstamo 700 pesos para auxiliar al mismo batallón Caracas, el 22 de septiembre de 1827.

En que yo les encontré en la escribanía con su esposa la señora Manuela Cobo. Me parece demasiado desprendimiento y patriotismo suyo haberse obligado a pagar en un mes, dineros que el escribano ha hecho constar que no ingresarán a las cajas y tesoros de la nación.

Sino que él mismo por sí dará y pagará recibiendo como recibe este instrumento de obligación en grado de sentencia definitiva de juez competente. Basada en autoridad de cosa juzgada, consentida y no apelada, para que a lo dicho le apremien y compelan por todo rigor de derechos y vía ejecutiva.

Si la gente no tiene para contribuciones y se les está arrebatando gallinas, huevos, alfalfares, novillos y se les socapa a los soldados hurtos y pillerías y hasta saqueos.

¿Cómo es que Monsieur Crevel confía en las ciénagas temblorosas de estas repúblicas?
Y ha expresado ante el escribano que  por esta gracia que ha hecho dicho Crevel prestando su dinero en la presente vigencia, le da las más expresivas gracias el Gobierno a nombre de la República.

¿Se acordarán en el futuro del patriotismo del juez, del ciudadano francés y de su distinguida esposa? ¿Acaso no estaba informado que Sucre había puesto al servicio de la guerra la fortuna de su esposa, en caballos, maíz y gallinas para la tropa?

Los venados huían de los discursos como soldados desbandados de cuarteles donde se había consumido toda la hierba. Los gallinazos en cambio hacían contertulios con los cóndores para que la gente se ilusionara con sus vuelos. (O)