El Kapak Raymi, la celebración navideña de la etnia salasaca
Este año la etnia Salasaca, en Tungurahua, se propuso mostrar las semejanzas entre el Kapak Raymi y la Navidad, mediante una serie de rituales en los que los niños y los adultos mayores tuvieron una participación predominante.
El Kapak Raymi es la cuarta celebración andina más importante del año y se realiza el 21 de diciembre como parte del solsticio o momento en que el Sol alcanza la mayor o menor altura en el cielo. En esta fiesta, que se practicaba mucho antes de la llegada de los españoles, los indígenas celebraban con profunda espiritualidad la masculinidad, la fuerza y el liderazgo.
“Es el tiempo de la germinación de las plantas, especialmente del maíz. Y es por eso que agradecemos con mucho amor a los elementos y a la Pachamama. Los yachacs (hombres sabios) y los adultos mayores encabezan ceremonias de gratitud y entrega de kamaris (obsequios) a los chicos de entre 10 y 13 años, para que puedan continuar con las siembras”, explicó Ángel Masaquiza, uno de los yachacs de las 20 comunidades.
La ceremonia empezó en el centro de la plaza Llakikama. Allí se trazó un altar circular cuyos bordes fueron demarcados con frutas, flores y con pan amasado en hornos de leña.
El yachac, rodeado de abuelos, niños y adultos, se quitó el poncho negro y el sombrero blanco de ala ancha y con su vestimenta inmaculada elevó sus oraciones al cielo soleado. Agradeció a la Pachamama, a los 4 elementos (tierra, fuego, aire y agua) y a los volcanes y cerros sagrados (Chimborazo, Tungurahua y Teligote), por el momento de germinación que permitirá obtener las cosechas para el año nuevo y asegurar el sustento para unos 20 mil salasacas.
Los participantes formaron un círculo fuera del altar y meditaban las palabras de su guía y sanador con la cabeza agachada. El humo del incienso que ardía en pequeñas vasijas fue esparcido con las manos del yachac hacia los indígenas, las autoridades (alcalde de Pelileo, Manuel Caisabanda) y los turistas.
Estos últimos no dejaban de filmar y capturar en fotografías estos hechos inusuales. Entre la multitud sobresalía una docena de hombres y mujeres que tenían el cabello encanecido, los rostros arrugados y la vestimenta tradicional descolorida, pero que infundían respeto y cariño en los presentes.
Muchos eran músicos, artesanos hábiles y agricultores diestros que por esos méritos se habían ganado un puesto en la ceremonia y que se encargarían de realizar el primer corte de uñas a dos recién nacidos, bendecir a los niños-adolescentes y entregarles los kamaris a los muchachos que aguardaban nerviosos su participación.
Los obsequios consistían en azadones, sogas, hoces y palas, instrumentos vitales para ejercer la agricultura que está considerada la principal fuente milenaria de alimento.
Mientras estas escenas se sucedían sobre la plaza adornada con adoquines de colores, de las casas de los alrededores provenían los olores deliciosos de las comidas típicas: sopa de arveja (tipo colada) con carne de chancho desmenuzada a fuego de leña, papas con cuy asado, chicha de pondo, mote, frutas y más.
Estos platos fueron parte de la denominada ‘pampa mesa’ o mesa comunitaria en la que participaron todos, fueran o no indígenas. Pero antes había que continuar con los rituales de esta ‘Navidad andina’.
Frente a los adultos mayores, en fila, los chicos recibieron la bendición y los regalos. Luego la banda de músicos con flautas, tambores y pingullos entonaba melodías alegres con las que acompañaron al grupo hacia las chacras situadas a tres cuadras de la plaza.
En ese lugar los niños estrenaron sus herramientas de labranza guiados por los yachacs. Con el azadón desbrozaban la tierra, con la hoz cortaban los tallos y con las sogas agrupaban la cosecha para cargarla sobre las espaldas.
Fueron momentos de abrazos y de ternura, pues los niños con sus rostros sorprendidos encaraban la realidad dura de las siembras, a la vista cariñosa de sus madres.
Con música llegaron a la chacra y de igual manera retornaron a la plaza para la ‘pampa mesa’. El hambre aceleró el andar de la multitud: unas 300 personas. En las tarrinas plásticas se sirvió el caldo espeso y delicioso en cuya sustancia estaban sumergidos los trozos suaves de la carne de cerdo acompañada con papas cocidas y peladas. El sabor agradable hacía sonreír a la gente.
Fueron instantes de convivencia, charla e incluso de confidencias. “Es una fiesta del nacimiento, de la producción y del florecimiento de los campos. Esta vez el Municipio, la Junta Parroquial y las comunidades de Salasaca se unieron para mostrar a la sociedad estas costumbres que se estaban perdiendo. Se celebraba en diciembre y coincidió con la Navidad”, explicó el burgomaestre Caisabanda.
Con el atardecer, los grupos de danza y música se preparaban para desfilar por la plaza. Llamó mucho la atención la juventud de sus integrantes. La mayoría tenía sobre los 16 años y a esa edad ya se sentían identificados con sus raíces y tradiciones heredadas. (F)