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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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También despertó la codicia de hacendados, pues apuntaló sus riquezas

El agua estuvo y estará en la base del desarrollo histórico de Tungurahua

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Una frase clave, anónima, que tiene la Agenda Ambiental de Tungurahua dice: “Tomar agua nos dará vida, pero tomar conciencia nos dará agua”.

Esta frase nos cuestiona a todos. Lo hace por los enfoques como las disposiciones legales del Estado; la información geográfica técnica de las cuencas hidrográficas y los ecosistemas; el manejo de desechos y los problemas de la contaminación.

Yo diré que hacen falta otros libros ligados a tantos “beneficiarios” que necesitan ser involucrados en esa toma de conciencia.

Mírese los nombres de las acequias de Tungurahua y nos daremos cuenta de quiénes han sido los nuevos amos coloniales que desplazaron a los nativos de tierra y agua.

Este libro tendría que ver con la gente que usa y abusa del agua y que me ha hecho pensar en que se deberían analizar las codicias, porque el agua ha sido vista como puntal de sus particulares riquezas.

Las cuales no solo se relacionan directamente con el recurso hídrico, sino con las utilidades y los beneficios particulares que derivan de su circulación en los cauces y en la tierra y que les dieron rédito político.

Esto ha hecho decir redundantemente a los beneficiarios y a los manipulados, que cuando se trata de “su defensa”, refiriéndose al agua, harán que corra sangre.

Se debe analizar a quiénes la desperdician con pasmosa indiferencia, mientras se habla de déficit y de racionamientos para grupos marginales. Las  universidades, escuelas y colegios, edificaciones burocráticas y mercados son tan apáticos al cuidado del agua que merecen una reglamentación como las que se oyen del poder central, que tratan de imponer a la sociedad un control al consumo, para que nos duela lo que contaminamos y desperdiciamos.

Todo esto con el afán de vivir una cultura de la conciencia social contraria al despilfarro.

Perspectiva geográfico-cultural

Aunque vaya en contra de algunos impresores de libros que hacen textos para escuelas de Tungurahua, no podemos decir que aquí, en esta provincia andina, nuestros abuelos vivieron como nómadas, alimentándose de frutos y animales silvestres.

Para vivir en Tungurahua, hasta ahora, hay que convertirse en sedentarios. Quien haya decidido radicarse acá tendría que haber cultivado el maíz y las papas y haberse dedicado al cuidado de cuyes.

Habría tenido que hacer una choza y dejar de andar vagabundeando. Si no le hubiera gustado este modo de vida, habría ido a buscar selvas con árboles de frutos, con animales terrestres y con aves; y con ríos con peces para vivir sin ninguna suerte de patria, entendida como tierra que se hereda sentimentalmente de los padres.

Y si ha decidido cultivar maíz, papitas y zapallos, y tener hierba para los cuyes y llamas, habría pensado en hacer acequias y llevar el agua para sus cochas; además, porque para cocinar no tendría que haber ido a acarrear del río cada vez que la habría requerido.

Digamos que en esos tiempos, cuando se supone que la vida comunitaria era armónica, se habrían hecho solidariamente las primeras acequias aprovechando el caudal suficiente que bajaba por los ríos.

No de otro modo se puede entender la estructuración de poblados donde se encontraron restos de la arqueología. Pensemos en Illagua, Pillagua, en Mocha primitiva, o en Sigualó, donde hubo hasta alfarería.

Los habitantes de la parte baja del Pachanlica al igual que los de los Puñapí frente al Pingue, imposible que hayan desarrollado sus querencias sin agua acarreada por canales.

Otro de los aspectos que recalcar de estos llamados tiempos ancestrales, es que los habitantes de Tungurahua no fueron circunscritos a pisos climáticos fijos.

Los datos de tenencia de la tierra, así como de remembranzas que aparecen en las primeras épocas de la colonia, por los años 1600, indican que gente de Patate tenía tierras en Tisaleo y viceversa; o gente de Quisapincha tenía tierras en El Shuyo, en Angamarca o en las faldas del Tungurahua. Estas conductas de una tenencia descentralizada y dispersa dan idea de una práctica que poco a poco fue anulándose con el advenimiento de la cultura conquistadora hispana.

No solo la idea de los cultivos ‘sedentariza’ a la gente, sino que los riegos son los que  hasta los esclavizan. Hoy, el turno de agua es sagrado, incluido el horario de donde se derivan muchas puntualidades que para nada son ideas urbanas, peor burocráticas, salvando el caso de la esclavitud contemporánea a controles computarizados.

Cuando ocurren las primeras incursiones conquistadoras a cargo de las panacas del incario, diré que devienen un criterio étnico y una nueva noción de sedentarismo con ribetes de nacionalismo.

Las dinastías de cacicazgos sectoriales, al verse sometidas a ejes que controlaban la producción agrícola y pecuaria, habrían sentido la pérdida de relación ‘democrática’, creo, con miembros de comunas vivientes en diversos pisos climáticos y con diversidad de producción.

El incario delimita territorialidades y propicia un extraño germen de nacionalidades que ha confundido a los estudiosos contemporáneos cuando nos explican que en Tungurahua poblaban, por ejemplo, pilahuines, mochas, tisaleos, patate-urcus, huambaloes, atis, jambatos, isambas, queros, quisapinchas, etc. como si se tratara de gente diferente, cuando en el fondo son denominaciones toponímicas con habitantes de una misma cultura que hablaba una misma lengua, cuya autodenominación se ha perdido, pero que por metodología histórica se los conoce como quitu-pantsaleos.

HUBO INGENIEROS PARA AGUAS ENTRE LOS MITIMAES

Una vez singularizados y perfilados en esta agrupación sedentario-político-productiva, reciben a los primeros y numerosos inmigrantes mitimaes, acarreados y movilizados desde diversas geografías del Tahuantinsuyo.

¿Cómo se produce esta readaptación inmigratoria? Un caso curioso para Salasaca es el haber traído entre los mitimaes a ‘técnicos de Nasca’, del Perú desértico, para que sean ingenieros en acueductos para las arideces de Pelileo, que con riego, habrían tenido que ofrecer mejor rendimiento a los manipuladores del poder. Terraplenes o terrazas, que también en el lenguaje rural siguen llamándose cochas.

De esta misma época deben ser los ‘huachadores’, verdaderos ingenieros de los niveles de los surcos y los cálculos de canteros hasta con huahuanchis, quienes ahora son muy escasos en la mano de obra rural.

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