Bolívar tiene 69 años creando artesanías con cuernos de toro
El reloj de su vida se niega a detenerse a pesar de que cumplió 83 años.
Bolívar Bonilla se mantiene erguido, con la cabeza cubierta de cabello y una impecable dentadura que muestra a menudo cuando sonríe a los turistas que llegan a visitarlo en su pequeño taller del barrio San Vicente, en el cantón Píllaro (Tungurahua).
Su ‘talón de Aquiles’, sin embargo, es la audición. Su hija Miriam asegura que su padre ha perdido la capacidad de oír en más del 85%.
Por eso, don Bolívar responde afirmativamente con la cabeza cuando alguien le pregunta en voz baja. Lo hace por educación y con tino aunque no entienda nada.
Buscan ayuda
“Hemos golpeado muchas puertas, pero no conseguimos apoyo. Un par de audífonos cuestan sobre los $ 2 mil. Es algo inalcanzable para nuestra modesta economía de artesanos”, asegura Miriam, una de 3 hijos, que vive pendiente de su padre y que trata de apoyarlo con ternura, tras la muerte de su madre hace un año.
¿Qué tiene de particular este hombre que vive en una casa de una sola planta al fondo de un sendero estrecho de tierra?
Es su habilidad para fabricar peines, botellas, llaveros, barcos, floreros, vasos, pájaros, copas, vasos y otros adornos con los cachos de los toros, que se sacrifican en los camales tungurahuenses.
Según los vecinos y conocidos, como Inés García, don Bolívar es el último de los virtuosos de este oficio que tuvo su época dorada hace 70 años.
“Es un hombre muy talentoso y solidario. Se merece una suerte mejor, que las autoridades provinciales y nacionales pudieran reconocer su esfuerzo y la belleza de sus obras y que más turistas vengan a su vivienda para que constaten con sus ojos lo que afirmamos”, asegura García, una empresaria turística que se da modos para enviarle clientes cuando consigue contratos.
Alisarse el cabello con estos peines ayuda a fortalecer el pelo y lo mantiene lustroso y sano.
Es el testimonio de las mujeres del sector que guardan en sus bolsillos uno de estos objetos de tocador que el octogenario fabrica en menos de 10 minutos.
Ver cómo lo hace parece magia. Se sienta en un pequeño banco de madera en el patio a cielo abierto.
Luego verifica que tenga a la mano todas las herramientas: la sierra, formones, ganchos, taladro, limas grandes y pequeñas.
Después comienza a cortar y formar a pulso. Lo hace en silencio en un momento de concentración total. Los visitantes se mantienen a una distancia prudente para no inquietarlo con las fotografías y las cámaras de video.
San Vicente es un barrio tradicional que no ha perdido el ambiente rural de campo saturado con sembrados de frutas, maíz, papas y, por supuesto, la producción lechera.
La carretera que conecta a Píllaro con los cantones Ambato y Patate es asfaltada y de 2 carriles que los viajeros utilizan continuamente para movilizarse por la región central, ya sea en dirección a Latacunga y Quito o hacia Baños de Agua Santa y la Amazonía para disfrutar de las piscinas termales y el paisaje subtropical.
Segundo Bolívar Bonilla aprendió este oficio contra su voluntad. Según él, a los 14 años se marchó a Quito para trabajar de ‘muchacho’ (para los mandados).
Después retornó a Píllaro y una de sus hermanas prácticamente lo obligó a sentar cabeza y aprender esta técnica de un hombre que había salido de prisión.
Con el tiempo le gustó y hasta hace 30 años estos utensilios se compraban mucho en las ferias populares de Ambato, Píllaro, Pelileo, Latacunga, Salcedo y de otras ciudades.
“Luego la venta empezó a decaer con el ingreso al mercado de los plásticos. En la actualidad los objetos que hace mi padre son apreciados por coleccionistas y propietarios de negocios turísticos que los compran para sorprender a los visitantes. Es un pequeño lujo tomarse un traguito en una botella de cacho de toro”, asegura Miriam Bonilla.
En la actualidad, ella y su hija buscan nuevos mercados sin mucho éxito.
Cada año participan en la Expoferia de Píllaro que se organiza por las fiestas de cantonización.
“Con esta actividad pude alimentar y darles la educación a mis 3 hijos. Estoy agradecido por la vida y por la gente que supo apreciar mi labor que continuaré hasta que Dios lo disponga. Me siento cansado a veces, desesperado otras cuando no encuentro la materia prima de buena calidad”, dice Bonilla.
Para los lugareños, el cacho de toro tiene bastante calcio y eso aporta nutrientes importantes al cabello cuando se utiliza un peine elaborado con este material.
Las peinillas cuestan $ 2, pero con estuche $ 5. Las botellas $ 12. Los pájaros $ 6. El valor depende del tamaño.
“En Ambato los ‘mercachifles’ (vendedores ambulantes) son nuestros principales distribuidores. Ellos ofertan nuestras artesanías mientras venden cordones, agujas, guantes, etc.
Durante la diablada Pillareña también tenemos un local en la calle y a la gente le gusta”, cuenta Miriam.
La tradicional diablada Pillareña se realiza anualmente del 1 al 6 de enero. Es la fiesta principal de ese cantón y una de las más grandes de la región y del país.
“Me gustaría tener una sierra eléctrica para hacer más artesanías, pues las que poseo son viejas, pero las aprecio mucho”, dice Bonilla.