Pahuma alberga a 170 especies de aves (GALERÍA)
Un arcoíris se dibujaba el martes pasado sobre las montañas que rodean a la vía Calacalí-La Independencia. El sol ‘despertó’ temprano, pues antes de las 06:00, el cielo se extendía sobre la parroquia Nono (noroccidente) hacia el infinito sin una sola nube.
Desde la carretera, era posible divisar, a lo lejos, en la cumbre de montaña de la reserva Pahuma, la cascada Pacay. El agua que corría por la pared de rocas semejaba un velo blanco que brillaba entre el follaje de los árboles de cedro y tangaré.
“Es allí donde espero que podamos ver varias aves, pero esta aventura requiere de paciencia y suerte para hacer las observaciones”, dijo René Lima, guía de la reserva.
El vehículo terminó su recorrido en el kilómetro 43, punto en el que se encuentra la entrada a la zona protegida de 663 hectáreas (ha) que pertenece a la familia Lima desde hace más de 30 años.
Tras cruzar la carretera, los árboles cobijan un sendero de lodo y de hojas caídas, mientras poco a poco aparecen diversidad de orquídeas (blancas, amarillas y rosadas) que crecen sobre los troncos de los árboles y riegan su perfume olor a vainilla, menta y chocolate blanco.
A las 06:15, el bosque era una fiesta de trinos, cantos y gorjeos. Mientras en la cumbre de los árboles se movían las aves en todos los sentidos, haciendo caer desde las copas hojas de diversos colores, al igual que semillas redondas llamadas aguacatillos, René caminaba ágilmente, junto con otros guías, por una senda estrecha rodeada de ramas y arbustos.
El hombre recordó que el proyecto turístico es una iniciativa de la reserva y Quito Turismo, debido a que las parroquias del noroccidente son los territorios donde se puede observar con mayor facilidad muchas aves. Solo en Pahuma se han registrado 170 especies, entre ellas urracas, pavas de monte, colibríes, tucanes andinos, entre otras.
La caminata llevaba 45 minutos y la vegetación era cada vez más espesa; mientras, un ligero calor cobijaba el ambiente. De repente, René se quedó como paralizado; su mirada se concentraba en buscar algo en la cima de los árboles y colocó un dedo índice sobre su boca en señal de silencio, al tiempo que un sonido grave se hacía eco en el ambiente. “Es un carpintero macho”, aseveró.
Se movió despacio hacia el filo de una peña. Una sonrisa se dibujó en sus labios y sus ojos brillaron: en una de las ramas estaba parado un carpintero, el que al sentir la presencia de seres extraños, voló rápidamente hacia otra cumbre.
René y los demás caminaron presurosos hacia donde estaba el ave; su única guía era el sonido que producía mientras volaba de copa en copa.
Luego aminoraron la marcha, por lo que apenas se escuchaba el crujir de las hojas al ser pisadas. Y de repente, de ente unas ramas, emergieron la cresta roja y el plumaje negro del carpintero.
“Seguro está aquí su pareja. Esta es una de las aves que tienen una pareja para toda la vida. Son difíciles de encontrar”, comentó Álex Cadena, el director turístico de la reserva.
Hace 12 años, la familia Lima dejó la producción agropecuaria y maderera para dedicarse al ecoturismo. Previamente, en 2001, los dueños de Pahuma establecieron un convenio con la ONG norteamericana Ceiba, la que se comprometió a sustentar económicamente el área por 25 años.
Así mismo, la reserva es parte del proyecto Socio Bosque que ejecuta el Ministerio del Ambiente. Las 663 ha son controladas satelitalmente con el fin de proteger su flora y fauna. De igual forma, los dueños de Pahuma esperan que este año se concrete la declaratoria como Área de Conservación y Uso Múltiple al sector Nono-Pichán-Alambi.
“Esta tierra la compré hace 30 años. Nos dimos cuenta que preservar el bosque era una mejor manera de vivir y ya son 3 generaciones las que forman parte del proyecto”, dijo Efraín Lima, dueño de la reserva.
Pahuma significa “cabeza plana”, en lengua quichua. El nombre se debe a que al final de la reserva existe una planicie rodeada por 15 kilómetros de coluncos, que eran los caminos por donde transitaban los integrantes del pueblo yumbo para pasar de una región a otra.
En ese punto, el viaje ya llevaba alrededor de 2 horas y en torno se divisaban árboles de más de 8 metros, hojas de helechos grandes y palmas, entre otras especies vegetales.
Con su silbido, uno de los guías atrajo a 2 urracas que se posaron sobre unas ramas, pero se asustaron y desaparecieron entre los árboles.
Entre los atractivos del sector están 6 cascadas, donde es posible divisar gallos de la peña y aves de vistoso plumaje.
Con el transcurrir de las horas, el silencio se apoderó del ambiente. Faltaban pocos minutos para las 09:00 y a esa hora las aves se dispersan, por lo que verlas es poco usual. Solo el viento y los sonidos que emiten los insectos se podían escuchar.
Para poder observar a las aves es necesario caminar alrededor de 3 horas a través de la montaña desde muy temprano. La hora recomendada es la 6:00 por sus hábitos diurnos.
La reserva está ubicada en la parroquia Nono, es considerada uno de los territorios más antiguos del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ) y está a menos de una hora del centro urbano. El sector se encuentra al límite entre el bosque andino y la selva subtropical.
El poblado tiene 1.600 habitantes y desde hace 4 años, la Junta Parroquial impulsa proyectos turísticos y de preservación ecológica.
Santiago Enríquez, presidente del gobierno local, señaló que en el sector, el turismo también gira en torno a lo agrario y ganadero y que varios proyectos se relacionan con esas actividades.
QUITO, EL HOGAR DE VARIEDAD DE PÁJAROS
En el Distrito habitan más de 500 especies de aves, las que hoy están distribuidas principalmente en las parroquias rurales, aunque son visibles también en el área urbana.
En el Ecuador existen alrededor de 1.663 especies de aves y más del 27% de ellas encuentran en las parroquias del noroccidente quiteño.
En esa área se han registrado más de 400 clases de pájaros, por lo que las comunidades del sector se organizaron para aprovechar de este recurso y promocionarlo turísticamente. Ese es el caso de Bellavista, Armadillo y Pacto, entre otros sectores.
Un hito remarcable en estos años fue el hecho de que la fundación Birdelife declaró a a los bosques de Mashpi-Guaycuyacu-Saguangal y el Sistema Hídrico y Arqueológico Pachija como Área de Supervivencias y protección de aves. De igual manera, estos espacios naturales fueron declarados como áreas protegidas por el Municipio.
Los valles de Tumbaco y de Los Chillos también son lugares donde se pueden contemplar algunas clases de aves como golondrinas, gorriones, quindes, lechuzas, etc.
La parroquia Pintag es otro sitio privilegiado para la observación de aves; entre ellas destaca el cóndor, presente en número aproximado de 25 en la comuna La Seca, población que limita con la reserva del Antisana.
LAS QUEBRADAS Y PARQUES SON REFUGIOS
En el área urbana capitalina es posible contemplar alrededor de 25 especies de aves, según señala un estudio de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), el mismo que indica que los parques metropolitanos, la zona de El Itchimbía y las quebradas son los lugares donde se encuentran la mayor diversidad de pájaros gracias a la vegetación endémica (única) existente en esos espacios.
Según datos de la Secretaría de Ambiente, cerca del 25% de la flora de Quito es endémica.
Hecho que se complementa con que el 62,9% de la superficie del Distrito está cubierta por 17 ecosistemas vegetales boscosos, arbustos y herbáceos, los cuales albergan 21.490 registros de plantas, 111 especies de mamíferos (29% del total nacional) y 540 especies de aves (33,4% del total nacional).
Respecto a la aves, el estudio indica que en Cumbayá, Tumbaco, Puembo y Guayllabamba se pueden encontrar entre 150 y 200 especies.
Además, el parque Metropolitano norte (270 ha), ubicado en la loma Guangüiltagua, es un ejemplo de la riqueza natural quiteña. Las quebradas de ese lugar son consideras los últimos reductos de bosque nativo en el interior de la ciudad. Por ello, en ese punto se han registrado 24 especies de aves, entre ellas 8 tipos de colibríes, además del pájaro brujo, pinchaflor negro, huirachuro, jilguero, picocono, carpintero, torito chico, etc.
También es común observar en los patios de las casas, parques barriales, veredas y más espacios gorriones, colibríes, golondrinas, tórtolas, mirlos, quilicos, lechuzas y más especies.
En ese marco, el Municipio trabaja en la protección de los animales y plantas que habitan en el Distrito, especialmente de aquellas consideradas endémicas.
En tal sentido, la agenda ambiental de la ciudad planteada desde 2010 hasta 2016, establece la necesidad de promocionar el patrimonio natural capitalino.
Con esta finalidad se creó el proyecto Quito Hábitat Silvestre, según el cual se escogió a 24 especies, consideradas como representativas.
Se trata de especies de plantas y de animales, que fueron declaradas como patrimoniales y emblemáticas con el fin tratar de mitigar la amenaza que soportan, en general, la flora y fauna de Quito.
En esta lista se encuentran tipos de aves como el tucán andino, el yumbo, el gorrión, el cuscungo, el quilico, el chingolo, colacintillo colinegro, huirachuro, preñadilla y colibrí; y, plantas como el taxo y la mora.
No obstante, flora y fauna del cantón aún soportan fuertes niveles de amenaza, ya sea por la destrucción de su hábitat natural o por la introducción de especies exóticas.
Más de 100 hectáreas protegidas
Entre las principales amenazas que afrontan la flora y la fauna del Distrito Metropolitano de Quito está la perdida del hábitat natural a consecuencia de la expansión de la frontera agrícola, el crecimiento urbano y la deforestación.
Y frente a tal contexto, el gobierno local y fundaciones de defensa de la naturaleza han trabajado conjuntamente para declarar áreas de protección a diferentes sitios del cantón. Por ejemplo, en enero la Fundación Aves y Conservación y BirdLife Internacional entregaron la designación como áreas importantes para la conservación de las aves (IBA Important Bird Area) a los sectores Mashpi-Pachijal y en la microcuenca del Río Chirapi.
En esas reservas existen 92 especies de mamíferos, 52 de anfibios, 13 de reptiles, 460 de aves y 182 de plantas.
Se convierte así en otra área natural protegida, al igual que Mashpi, Guaycuyacu y Sahuangal.
Esteban Guevara, investigador de Birdlife, señaló que una de las especies que se encuentra en peligro es el colibrí zamarrito pechinegro, el ave emblemática de Quito.
“Las aves tienen distintas características de vida. Por ejemplo, los colibríes son polinizadores. Otras especies como las tangaras aprovechan las semillas y se consideran aves dispersoras y ayudan a mantener el bosque. Todavía no tenemos un registro de la extinición de algún tipo de ave. De hecho, la que se encuentra en estado más crítico es el zamarrito. Lo que hemos hecho tanto la fundación como la Secretaría de Ambiente del Municipio quiteño es tener un registro y hacer un levantamiento de información sobre las aves y la declaración de áreas sustentables”, dijo.
El Cabildo y Birdlife, de igual manera, trabajan en un proyecto sustentable para el medio ambiente para declarar como Áreas de Uso Sustentable a la zona de Nono-Pichan-Alambi. Esta área aún está en proceso de declaratoria.
Guevara señaló que los bosques secos que se encuentran en Guayllabamba también podrían ser considerados como sectores de interés para la conservación de aves.
En el Distrito, cerca del 33% del territorio corresponde a áreas naturales que se encuentran bajo alguna categoría de protección. De este porcentaje, el 68% corresponde a zonas de protección ecológica.
La Secretaría de Ambientes señaló, meses atrás, que se creará el corredor natural del noroccidente del Distrito y sus zonas de influencia.
El citado proyecto se ejecutará en un área que integrará a las parroquias rurales Calacalí, Nanegalito, Nanegal, Nono y San José de Minas, involucrando a 5 comunidades y a las reservas privadas Santa Lucía, Pahuma y Maquipucuna.