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Los habitantes buscan aprovechar la biodiversidad y atractivos de la zona

Nono, un tesoro biológico a 30 minutos de Quito

El clima frío de la zona favorece la presencia de neblina durante gran parte del día y del año en el lugar. Foto: Cortesía
El clima frío de la zona favorece la presencia de neblina durante gran parte del día y del año en el lugar. Foto: Cortesía
20 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

El padre Juan de Velasco menciona a Nono en su obra Historia del Reino de Quito en la América Meridional. En ella hace referencia al eventual camino que habrían seguido los integrantes del mítico pueblo Cara en su peregrinaje desde las costas manabitas hasta llegar a la actual capital de la República.

Sobre la enigmática segunda parte del nombre (Nono), los lugareños la explican a través de una popular leyenda.

La historia señala que estando el diablo por aquella zona en cierta ocasión, sobrevino la noche, muy fría en esa parte del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ). Y ante la insistencia de los pobladores para que permaneciera en el lugar, el maléfico ser exclamó asustado “no no”.

El área es señalada como un lugar donde vivían y descansaban los yumbos, pueblos que antiguamente conectaban la Sierra con la Costa ecuatorianas.

El lugar fue fundado oficialmente por la orden jesuita que bautizó a la parroquia como San Miguel de Nono. La primera parte en honor del arcángel guerrero de Dios. En tanto que el término Nono proviene del vocablo latino noveno, porque fue el noveno pueblo creado por ellos.

La zona fue constituida como parroquia eclesiástica en el año de 1660 y obtuvo su registro jurídico en el año 1720.
Nono es una zona básicamente agrícola y ganadera, por lo que su territorio está cubierto de pastizales y cultivos de cereales, tubérculos (sobre todo papa) y hortalizas.

El poblado siempre estuvo rodeado por grandes haciendas. Los antiguos habitantes recuerdan, por ejemplo, que Manuel María Jaramillo Arteaga (MM Jaramillo Arteaga) tenía tierras allí hacia mediados del siglo pasado.

La parroquia genera riqueza, también, a través de la explotación de sus canteras de piedra caliza y andesita.

Uno de los atractivos de la zona es presencia de la piscina de aguas termales de La Merced. El líquido proviene de las entrañas del volcán Pichincha, en cuyo costado noroccidental está la población. El líquido amarillento se mantiene a una temperatura de entre 12 °C y 18 °C.

La relativa cercanía con la montaña hace que una de las actividades de recreación que se ofrezcan a los turistas sean caminatas al volcán. La ruta inicia a la entrada del poblado desde el que, en un día despejado, se puede observar el cráter del coloso andino.

La travesía implica una caminata de cerca de 12 horas, durante las cuales se puede apreciar la vegetación de la zona, consistente en chilcas y pajonales.

Si existe algo de suerte, el visitante incluso podrá observar algún espécimen de la fauna local, compuesta básicamente por colibríes, zamarritos pechinegros, torcazas, tórtolas, mirlos, gorriones, perdices, conejos, cervicabras y lobos.

Al llegar a la cumbre se podrá disfrutar de una vista impresionante sobre el cráter y el paisaje del inicio del Litoral.

El trazado de la cabecera parroquial obedece a la idea seguida por los colonizadores en los pueblos de la serranía: una plaza central, en la que se concentraban la iglesia, el poder político y algunas casas, rodeada de predios rústicos que crecían de manera concéntrica.

El pintoresco pueblo colocó su plaza central sobre un antiguo cementerio; en una de sus primeras casas apareció la escuelita y la minga integró a los pocos pobladores iniciales para construir la iglesia que, según cuentan, fue levantada por el año de 1665.

Pese a haber sido por muchos siglos el enlace entre la capital con el noroccidente de la provincia y del país, la vialidad para acceder a la ciudad fue, contradictoriamente, por mucho tiempo, el punto débil de la parroquia.

Hasta casi entrado el nuevo siglo, la ruta de acceso, recibía mantenimiento esporádico y, muchas veces, de manos de los propios pobladores.

Aquello contribuyó para que el pueblo pudiera desarrollarse con mayor fuerza. Esto porque estando a no más de 30 minutos de la ciudad en vehículo, las condiciones de la vía alargaban el viaje y aislaban a su población.

Hoy, los habitantes intentan aprovechar la riqueza ecológica que poseen para atraer al turista. (I)

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