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El Telégrafo
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La parroquia registra en la actualidad un alto nivel de desarrollo urbanístico y comercial

Cotocollao tiene una historia de 3.500 años

La antigua iglesia y la plaza central continúan siendo el eje de la vida de ese sector del norte capitalino, tal y como ha ocurrido durante los aproximadamente 5 siglos de historia escrita del área. Foto: John Guevara/ El Telégrafo
La antigua iglesia y la plaza central continúan siendo el eje de la vida de ese sector del norte capitalino, tal y como ha ocurrido durante los aproximadamente 5 siglos de historia escrita del área. Foto: John Guevara/ El Telégrafo
04 de enero de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

José Luis Revelo atesora los recuerdos de los paseos que solía hacer su familia extendida (padres, hermanos, tíos, primos y abuela) al terreno que tenían sus padres a un costado del camino a Nono, en el noroccidente de Quito, durante su infancia.

“Guambras: el fin de semana nos vamos a Cotocollao —afirma que solía decir su padre a él y sus hermanos—, así que el viernes quiero los deberes acabados”.

Revelo recuerda que la zona “era por aquella época un montón de potreros, bosques y acequias. Nada que ver con la cantidad de casas que se ven hoy en el sector”.

El quiteño dice que mientras los adultos cosechaban choclos y arvejas, los más pequeños se dedicaban a recorrer los terrenos en busca de lagartijas bajo las piedras y nidos de pájaros en los árboles cercanos.

Alguna vez, las correrías provocaron el disgusto de algún vecino como el día en que la pandilla entró a un terreno y se llevó unos huevos que resultaron ser de una gallina ponedora.

En la década del setenta, Cotocollao era todavía una zona semirrural de Quito, como había ocurrido durante el siglo precedente.

A partir de aquella época, sin embargo, el área inició un proceso de rápida incorporación urbana que ha terminado convirtiéndola en un área residencial con una fuerte presencia comercial.

Pero durante la primera mitad del siglo XX, el sector se constituyó en la puerta de entrada a la capital desde el norte andino y el noroccidente de Pichincha.

Al lugar llegaban y, en ocasiones, dormían allí antes de reemprender el viaje hacia la ciudad los habitantes de Pacto, Nanegal, Los Bancos o alguna de las otras parroquias rurales ubicadas al noroccidente.

Luis Alfonso Mosquera (78) confirma aquello y dice que no era extraño que algún pariente, paisano o simplemente conocido de sus padres durmiera en algún rincón de su casa “cuando les agarraba la noche en su viaje a Quito”.

Hasta los setenta, “la avenida de La Prensa era la única vía que unía a la zona con la ciudad y en algunos tramos era empedrada. Luego se construyó la Occidental (av. Mariscal Sucre), se mejoró La Prensa y entonces sí pasamos a ser parte de la ciudad”, afirma el antiguo habitante de Cotocollao.

No obstante, la historia del sector se remonta a miles de años antes de la llegada de los españoles pues es uno de los puntos hoy forman Quito que presenta antiguos vestigios de poblamiento humano.

Los estudios arqueológicos muestran rastros de la presencia de una cultura en la zona entre los años 1500 a. C. y 500 a. C.

La intensa actividad comercial en vías como la Lizardo Ruiz, 25 de Mayo y av. de La Prensa forman parte de la actualidad de la parroquia urbana quiteña. Foto: Miguel Jiménez/ El Telégrafo

Los llamados cotocollaos habrían formado un pueblo artesano y que llegó a fabricar elementos de cerámica bastante elaborados. Los habitantes de la cultura se dedicaban principalmente al cultivo de maíz y fréjol. También comían frutas y cazaban animales.

Sus casas estaban hechas de materiales orgánicos tales como madera y paja, por lo que no quedan restos tangibles que puedan observarse hoy en día. Por ello, incluso pasó mucho tiempo sin que se conociera su existencia.

Pese a la ausencia de restos de ese tipo, aún se puede observar los orificios donde ubicaban los postes del hogar. Los huecos están hechos en piedra volcánica. De esa forma se conoce que las casas de los cotocollaos eran más o menos de 4 x 6 metros (24 m²). La zona en la que se han hallado rastros de su presencia abarca un área aproximada de 1 km².

La diferencia entre este pueblo y otros del mismo período es el talento que tenían para hacer figuras y otras piezas de cerámica. En su caso, hacían objetos útiles más que de decoración.

Para hacer la cerámica, los cotocollaos usaban una pasta de piedra pómez. La superficie de la cerámica es conocida por su tinta roja o ploma; en ciertas ocasiones con pintura iridiscente. En algunos casos representaban a los animales que habitaban la zona.

Los hallazgos llevaron a la creación de un museo de sitio que lleva el nombre de la cultura. Con la llegada de los españoles, el lugar se convirtió en una zona agrícola en la que existían haciendas propiedad, primero, de nobles y, luego, de criollos adinerados.

Uno de los casos más conocidos es el de Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, quien se convirtió en la esposa de Antonio José de Sucre.

Una de sus propiedades, de características coloniales, es ocupada actualmente por la Administración Zonal La Delicia; en tanto que el apellido de la familia de la marquesa (Carcelén) ha dado nombre a uno de los barrios que conformaban la que en su momento fue la parroquia quiteña más extensa.

Por cuestiones administrativas, varios sectores que pertenecieron a Cotocollao hoy han sido asumidos por nuevas parroquias, dejando a la jurisdicción con 5 barrios (25 de Mayo, Cotocollao Central, Divino Niño, Jarrín y La Delicia).

DATOS

La parroquia Cotocollao, ubicada al norte de la capital, ocupa en la actualidad un área aproximada de 275 km². Su población era en 2010 de 31 mil habitantes.

Por siglos, la vida en Cotocollao obedeció a una lógica rural por lo que la iglesia central y su plaza constituyeron el eje. El templo, erigido en honor a San Juan Bautista, fue rehabilitado en 2007 junto con la plaza.

La importancia de ese punto de Cotocollao se mantiene no solo por la actividad citadina moderna sino porque cada junio tiene lugar en la plaza la llamada Yumbada, un antiguo rito de orígenes prehispánicos.

La Yumbada forma parte del cordón festivo andino celebrado el mes de junio a propósito del Solsticio de verano. Conmemora el encuentro andino con los pueblos de las zonas tropicales.

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