Análisis
Volver los ojos al campo: el desafío de cumplir lo ofrecido
Desde 1972, cuando el petróleo se volvió el eje de acumulación de la economía delpaís, el agro en general, como factor de producción, empezó su declive. En las dictaduras militares (1972-79) creció el mercado urbano; el desplazamiento humano del campo a las grandes urbes fue anárquico. Ahí brotó la inequidad social cuando el agro ‘exportó’ fuerza laboral para alimentar los suburbios y tugurios. Ese fenómeno de proporciones sigue como una deuda social por pagar. Por si fuera poco, aquel falso modernismo se pagó con una ficción económica: los petrodólares.
Algunas cifras clarifican el urbanismo anárquico en desmedro del campo. En 1972, Ecuador tenía 6,4 millones de habitantes, 40% (2,6 millones) de los cuales vivía en la ciudad. Hoy la población nacional llega a 16,4 millones, y el 64% (10,5 millones) radica en zonas urbanas. Este dramático giro estructural tiene secuelas sociales, culturales, políticas y económicas. En frase simple: hoy existen menos manos produciendo los alimentos que consumen cada día más ecuatorianos. De ahí que la seguridad alimentaria sea la prioridad estratégica del Estado.
La fuerza del campo decayó por falta de capital, tecnología avanzada, asistencia técnica de calidad, insumos eficientes. Se agrega la urgencia de crear un tejido de comercialización que evite el secuestro del campesino por parte de los especuladores de oficio. Nudo crítico por solucionar.
En este contexto, la Minga Nacional Agropecuaria, inaugurada en Quevedo (Los Ríos), es un hito: arranca una política pública para atender los problemas citados y otros de nueva generación. El proyecto del presidente Moreno tiene 9 ejes: acceso a crédito blando; planes de riego; entrega de títulos de propiedad de tierras; acceso a tecnología; seguro agrícola y ganadero; estímulo a la asociatividad; mecanización; acceso a mercados; asistencia técnica.
Es un plan global que irriga optimismo. Pero para volver los ojos al campo hay que cobijarse de pragmatismo, en esa línea, se anuncian créditos preferenciales por 1.200 millones de dólares. Suena bien. La imagen de esperanza del campesino, el eterno trabajador del campo, quedó bien registrada en Quevedo. Una vez tomada la decisión política sobre el agro, inaugurado el programa, hoy viene lo duro: alzarse las mangas de la camisa, tomar el machete o el azadón y empezar a sembrar el futuro. Porque otra vez no se puede fallar. (O)