Las cadenas de noticias del mundo coincidieron en señalar que la abrupta y monumental caída del precio del petróleo ha conmocionado a diferentes mercados de valores y ya se habla de un “lunes negro” en medio de una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes y de una magnitud aún inestimable, más allá de los esfuerzos de las instituciones multilaterales por dar una cifra de la recesión mundial.

Los expertos señalan que la actual sobreoferta del mercado de petróleo se comercializa con contratos de precio futuro que están por expirar, lo que ha provocado que sus operadores traten de desvincularse de esos contratos y evitar hacerse cargo del costo de transporte y almacenamiento, consiguiendo así una caída sin precedentes de su precio.

La demanda petrolera ha descendido drásticamente (hay más vendedores que compradores), dadas las restricciones sociales y productivas para tratar de controlar la pandemia del coronavirus. En este sentido, cobra renovada vigencia el debate respecto a la economía real versus la economía especulativa.

La interdependencia financiera global es en realidad un virus más letal que el propio coronavirus. El pánico puede contagiar a los mercados en segundos y provocar desplomes en los precios de cualquier producto que se transe en bolsa. Este comportamiento se asienta en el desmedido afán de lucro que soslaya incluso la actual crisis sanitaria que exige exactamente lo contrario: solidaridad planetaria; en este sentido, el virus de la ganancia es más letal que el biológico.

Añadimos a este panorama desolador el liderazgo mundial de personajes como Trump, Putin, AMLO, Bolsonaro y los jeques árabes, a quienes les importa muy poco los dos virus y sus impactos, ya sea en vidas humanas o en pérdidas sociales y económicas. Bastaría un elemental grado de sensatez para controlar los techos de producción, en el caso petrolero y ciertas restricciones sociales para evitar muertes innecesarias, respecto del coronavirus, pero en sus lógicas políticas ello no cuenta.

En Ecuador este entono de múltiples crisis que parecen no terminar constituye la mejor oportunidad para tomar decisiones estructurales profundas como eliminar subsidios a los combustibles, establecer políticas macro fiscales, flexibilización laboral, revisión de impuestos, redefinir el rol del Estado. Los cálculos políticos dejaron de ser un elemento de análisis. Hay que tomar decisiones en otro nivel. (O)