Con el covid-19 aparecieron varias desigualdades que no se veían anteriormente. Nadie desconoce esta realidad. Lo que no se toma en cuenta es la gran diferencia que existe en el acceso a los derechos para diversos colectivos.

La afluencia de migrantes desde Venezuela al inicio no llamó mucho la atención. Llegaban personas con recursos a desarrollar su vida y negocios en Ecuador. La mayoría fueron bien recibidos. Luego vinieron profesionales calificados que no tuvieron grandes problemas en encontrar una plaza de trabajo. Se mimetizaron y pasan inadvertidos frente a una estructura social que valora la migración cuando esta es, de cierto modo, acomodada. Las personas LGBTI de estos grupos están de alguna manera incluidas.

Desde hace un par de años el arribo de venezolanos ya no es el mismo. Se incrementó. Ahora son los caminantes, andan con lo que llevan puesto, con hambre, sin papeles de identificación, sin títulos y sin nada de dinero en los bolsillos. Es ahí cuando la sociedad ecuatoriana se “da cuenta” de su presencia, no para apoyarlos sino para denostarlos.

El tiempo borró algunos hechos y estas personas en las calles pasaron a ser invisibles. Si bien es cierto todos tienen muchas dificultades para enfrentar el día a día, los más lejanos a la vista son les empobrecides que no encajan en los moldes del binario patriarcal: Trans, lesbianas, gais y bisexuales.

El Estado ecuatoriano, en algunas de sus instancias, es el gran ausente. Circunstancia que aumentó con la pandemia. ¿Cuántos se beneficiaron de kits de alimentos? ¿Cuántos son sujetos de crédito en la banca pública? ¿Cuántos son bien recibidos en los servicios de salud? ¿Cuántos han sido protegidos por la Policía y el sistema de justicia cuando han sido desalojados?

Muchos acuden a las organizaciones de cooperación internacional y sociedad civil, que agotan sus esfuerzos apoyándoles hasta desbordarse. Las personas lo agradecen, pero para su situación, todo es aún una gota de agua en el desierto. (O)