Estrategia de gobierno
El estilo de chocar con el viejo país rindió sus frutos
Han sido 10 años con un estilo político claro: la confrontación. Cuando Rafael Correa llegó al poder todo era cuesta arriba. Asumió la Presidencia sin un solo asambleísta porque Alianza PAIS no postuló a nadie. Era la manera en que mostraba su compromiso con la convocatoria a una Asamblea Constituyente que refundara la nación.
Desde el día uno de su mandato empezó la confrontación: el enemigo era la partidocracia que, enroscada en el Congreso, se oponía a la consulta popular que Correa había prometido en campaña. Los diputados sabían que una Constituyente sería su fin, así que lucharon para detenerla.
Correa finalmente venció. La consulta se realizó, ganó el Sí y la Constituyente se instaló en Montecristi. Y el viejo Congreso desapareció, con él se fue todo el sistema de repartos. La ciudadanía estaba harta y desde ese día apoyó todas las aventuras electorales de PAIS. Fue la primera confrontación de Correa, y tal vez la más simbólica. La estrategia le dio resultados y de allí no paró. Sepultada la partidocracia, se erigió un nuevo enemigo: los medios de comunicación comerciales.
La historia deja escenas como aquella expulsión de Carondelet de Emilio Palacio. O cuando criticó un comunicado de la Asociación de Editores de Periódicos. Chocó con Carlos Vera, de Ecuavisa, y Jorge Ortiz, de Teleamazonas.
Correa concibe a los medios privados, no como empresas al servicio de la ciudadanía, sino como defensores del viejo país. Por eso apostó por una Ley de Comunicación que regule un poder capaz de derrocar presidentes. Fue una batalla de años que la ganó en 2013 con la supermayoría que obtuvo PAIS.
Aquello le permitió sacar adelante la norma, un mandato constitucional ratificado en consulta popular. Los medios nunca lo perdonaron. Han puesto sus ojos en esa ley que sueñan con derogar.
La carencia de una oposición política capaz de disputar el espacio a Correa le abrió margen para sus amplias reformas. Con el magisterio controlado por la desaparecida UNE, por ejemplo, confrontó cuando impuso un sistema de evualuación.
Los profesores fueron al paro, pero fracasó. El Gobierno mostró a los dirigentes como defensores de la mediocridad, enemigos de la mejora de la educación. La medida de hecho se desinfló y hoy la evaluación docente está institucionalizada.
La política ecuatoriana tenía ‘vacas sagradas’, como Jaime Nebot, quien, gracias a su dominio electoral de Guayaquil, hacía creer que disentir con él era hacerlo con el puerto principal. El Alcalde se atrincheró en el sillón de Olmedo, gritó y llenó dos veces la avenida 9 de Octubre.
Igual Correa creó la provincia de Santa Elena, la ley de Plusvalía fue aprobada, construyó el Parque Samanes y los puentes sobre la isla Santay, celebraba las fiestas de la ciudad por su cuenta, criticó el ‘modelo exitoso’... Nunca contó con el apoyo del burgomaestre y, pese a ello, cumplió 10 años de mandato ininterrumpido.
Nadie quedó exento de la confrontación, ni siquiera los militares. En Latinoamérica, una región azotada por la dictadura de las botas, chocar con las Fuerzas Armadas es una apuesta de alto riesgo.
Todo empezó en Samanes, cuando las autoridades detectaron que el Gobierno había pagado de más en la compra de lotes. El dueño era el Instituto de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas (Issfa).
Los uniformados nunca aceptaron devolver el dinero, la actitud costó el descabezamiento de la cúpula militar. Así fue el inicio de una larga contienda porque la discusión giró en torno a las desigualdades de las pensiones del Issfa y de la vida militar en general.
Como en el pasado, Correa ganó el debate público. Desde afuera, se intentó calentar los cuarteles, sin éxito alguno. La tropa era testigo de la separación de espacios y del aumento de sueldos que se realizaron en esta década.
Finalmente, el sistema de pensiones de los militares se reformó para darle más justicia social y la plata fue devuelta al Ministerio de Ambiente para que se construyan otras etapas de Samanes. El último round fue justamente por esta obra porque el Issfa se rehusaba a ceder más terrenos. Correa presionó y lo consiguió.
Ese fue el estilo que impuso el Mandatario en su gestión, que quedó muy bien retratado en los enlaces ciudadanos que daba cada sábado. Desde su escritorio discrepaba con cualquiera que se oponía a su proyecto de transformación.
Los acusaba de defender privilegios o de estar malinformados. Cuando se discutía el Código Orgánico Penal Integral incluso chocó con los doctores por el delito de mala práctica médica. Con los dirigentes indígenas discrepó por la minería. Lo mismo hizo con los ecologistas cuando ordenó la explotación del Yasuní.
Así concibió Correa su liderazgo. Alguna vez defendió el estilo de confrontación, dijo que no era malo, que cuando ocurrían injusticias era su obligación denunciarlo y cambiarlo. Fue un discurso que aceptó la población porque no hubo elección que perdiera.
Ahora, cuando está a punto de extinguirse su mandato, reconoce que hay otro momento. De allí el triunfo de Lenín Moreno. El futuro presidente ha reconocido los logros, pero aclara que viene un nuevo estilo, con los mismos objetivos.
Incluso Correa, al siguiente día de la segunda vuelta, parafraseando a un colaborador suyo, expresó: “Al principio necesitábamos un príncipe guerrero, ahora necesitamos a un rey sabio”. (I)