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Ecuador, 05 de Noviembre de 2024
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El Telégrafo
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Análisis

Subfacturación: este túnel debe cerrarse

Cuando la economía se resuelve en los juzgados, algo no funciona bien en el mercado. Cuando el poder político traza la cancha de las tareas económicas, y los actores cabildean para imponer agendas o eludir responsabilidades, los intereses se decantan por fuera de las leyes invisibles de la oferta y la demanda.  

Esta trama dual condensa las bases de la economía política, algo tan estudiado y vigente desde los días de Adam Smith, el célebre economista escocés considerado como el padre del liberalismo económico.

Traído a tiempo presente y aterrizado en el aquí y el ahora, eso ocurre en Ecuador: la Cámara de Comercio de Guayaquil, uno de los gremios con más poder corporativo del país, lidera el desafío de un sector del empresariado frente al poder del Estado y al gobierno. Rechaza la aplicación de la tasa de control aduanero, que fue ideada -dicen las autoridades del ramo- para frenar el millonario contrabando a escala que se cuela por los grandes recintos aduaneros y menos por las fronteras.

Los cálculos oficiales dan cuenta de que el país pierde alrededor de 700 millones al año por subfacturación en la compra de productos extranjeros (importaciones), y otras prácticas delictivas ya detectadas por el Servicio Nacional de Aduanas del Ecuador (Senae). Esta tasa -estima la Senae- le generará al fisco alrededor de 300 millones de dólares anuales.

El empresariado importador que busca pulverizar la tasa de control aduanera de la Senae, por supuesto, rechaza no solo la tasa, sino también el argumento que está detrás de la decisión del Gobierno en un momento de austeridad. “Vamos a pedir la revocatoria de la medida (...) porque pone en riesgo los acuerdos comerciales, como con el de la Unión Europea)”.

Cualquiera sea el desenlace legal, la verdad es que el “daño” colateral está hecho: la expectativa de una tasa al control de las importaciones presiona ya sobre los precios internos de los bienes importados y no importados, aunque, técnicamente, no exista una razón sólida que lo justifique. Y es que de eso parece que se trata: jugar con las percepciones de la gente para llevar el agua a cada molino, desinformando en unos casos o informando mal y a medias en otros. (O)

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