El 12 de enero de 2010, a las 16:53, Haití fue devastada por un terremoto de 7 grados en la escala de Richter.

Los cerca de 9’800.000 habitantes sintieron treinta y cinco segundos de pánico y asombro, ante uno de los terremotos más fuertes de los últimos 200 años. Más de 300.000 fallecidos fue el saldo que dejó el sismo, además de un millón de damnificados.

Meses después, la primera delegación de la misión ecuatoriana “Marhec”, del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, fue enviada al país caribeño con el objetivo de reconstruirlo.

Sucesivamente, durante los siguientes 3 años, oficiales, voluntarios y trabajadores públicos ecuatorianos se trasladaron hacia el valle de L’Artibonite, que queda a 3 horas de Puerto Príncipe, la capital haitiana, para apoyar con obras de desarrollo vial, institutos educativos, centros de salud, crecimiento agrícola y progreso comunitario.

Finalmente, en marzo de este año, el cuarto contingente, conformado por 55 militares, se despidió de esposas, madres, hermanos e hijos y emprendió viaje hacia la isla.

“Allá no hay pobreza, allá hay mendicidad”. Así describe el cabo primero, Enrique Albarracín, la situación que vive el país caribeño, donde considera que las diferencias sociales son muy marcadas frente a Ecuador.

El uniformado siente una mezcla de felicidad y satisfacción por haber cumplido con su labor en la isla. Cuando compara a Ecuador con la isla se convence de que su tierra natal es un “paraíso”.

“Yo regreso con la mentalidad de que Ecuador no es un país pobre porque yo realmente he visto lo que es pobreza. Voy a hacer una presentación con fotos en mi pueblo, Pujilí (Cotopaxi), para que se den cuenta de que somos bendecidos”, comenta.

Su esposa Liliana Icaza dice que los nueve meses que estuvo lejos de su pareja fueron fatales porque “el rey del hogar siempre hace falta en la casa”, aunque la tecnología salvaba las distancias.

“Mientras él me contaba lo que tenía que pasar allá, yo le contaba las dificultades que tenía que pasar acá por tener que hacer de padre y madre a la vez”, relata.

Otro de los miembros de la misión humanitaria, Luis Quispe, califica la experiencia que vivió en el país caribeño como “inolvidable” y profesionalmente enriquecedora, distinta a lo que vive en Ecuador.

“Allá las personas tienen que hacer muchos mandados para conseguir un vaso de agua o comida. A nosotros muchas veces nos da vergüenza pedir algo, pero allá no, la pobreza les obliga a perder cualquier recelo que tengan”, se lamenta el sargento.

Igualmente, Miguel Jacho narra que una de las cosas que más le impresionó fue ver a un niño, de la edad de su hijo, totalmente desnudo y llorando arrodillado con miedo a que su madre le pegue con un palo.

“En ese hogar habían otros seis niños pequeños y todos estaban desnudos. Uno no quisiera que eso le pase a alguien querido, por eso estuvimos allá y con la escuelita que construimos ellos van a salir adelante”, espera Jacho.

Sentimientos encontrados experimentaron Miguel y su esposa Nancy Yaguana al estar lejos.

“Una como esposa de militar está preparada por el trabajo de ellos; gracias a Dios no tuvimos ningún problema, solo la ausencia de él en alguna actividad de la escuela, pero nada más”, recuerda Yaguana.

Katherine Jacho, de 10 años, asegura que se sentía mal porque necesitaba el apoyo de su papá, pero que las videoconferencias le ayudaron a no extrañarlo tanto.

Ahora que regresaron a Ecuador, después de haber cumplido su propósito en Haití, los militares piensan pasar la Navidad “felices y en familia”.

De igual forma, Enrique y Liliana planean volver a retomar sus actividades junto a sus hijos y pasear, disfrutar y recuperar cada minuto del tiempo perdido.

Al preguntárseles a los militares ecuatorianos cómo se sintieron al haber sido parte de la reconstrucción de una nación, todos coinciden en responder que muy orgullosos de haber dejado “muy en alto” el nombre de Ecuador y que si tuvieran que volver a ser parte de una experiencia similar lo volverían a hacer.