¿Qué viene después del coronavirus?
Nada es igual a partir de la detección del primer caso de coronavirus en China, el 17 de noviembre del año pasado. El planeta cambió su rostro y esto no sucede, únicamente, debido al aislamiento y la incertidumbre de no saber si vamos a recuperar el contacto social en algún momento, sino más bien porque son evidentes los golpes que recibieron los sistemas de salud, la economía y las instituciones.
El covid-19 hizo epicentro en las naciones que creían tener los mejores aparatos sanitarios y que disputan la hegemonía: China y Estados Unidos.
La pandemia desnudó de cuerpo entero al mundo en sus dimensiones económica, política, social y cultural. En las tesis del politólogo norteamericano, Francis Fukuyama, quien apadrinó la teoría del fin de la historia, cuando se desmoronó el socialismo con la caída del Muro del Berlín en 1989, no estaba prevista una pandemia y, peor aún, que sus efectos iban a poner en discusión la globalización.
Los países auspician las fronteras y confunden la situación con brotes ultranacionalistas.
Henry Kissinger, arquitecto del sistema mundial, dice que viene su desmantelamiento.
El coronavirus, además, ha expuesto sin filtros las asimetrías sociales, porque al igual que en toda crisis, los pobres están más expuestos al desempleo y la falta de oportunidades.
Según la Comisión Económica para América Latina (Cepal) en su informe América Latina y el Caribe ante la pandemia, el incremento de personas en condición de pobreza será de 185’944.000 a 209’583.000 en 2020.
El número de damnificados por la crisis económica mundial será superior al de contagiados y fallecidos, sin perder de vista que los cálculos que se realizan siguen siendo modestos, puesto que hasta que no haya una vacuna es difícil calcular la afectación real.
Las medidas que se pretenden aplicar en varios países para una incorporación gradual de las personas no significan reproducir el mismo modo de vida.
El distanciamiento social, el uso de la mascarilla y la asepsia se instalaron como medio de supervivencia social.
Paradoja
La hipervigilancia que ejerce China como mecanismo de disciplina y control social, para contener y prevenir el coronavirus, pone en discusión si estamos expuestos a expresiones autoritarias que podrían ser adoptadas en gobiernos democráticos para justificar las amenazas del siglo XXI.
La seguridad podría difuminar las libertades.
Las pandemias pasan a convertirse en las nuevas amenazas, incluso más peligrosas que el crimen transnacional organizado, pues paralizan a la sociedad en todas sus actividades, pese a un conjunto de medidas paliativas como la “telesociedad”, es decir, el teletrabajo y la teleducación.
La discusión acerca del tamaño del Estado es más actual y renovada que en los años 90, porque si algo dejó al descubierto el covid-19 es la necesidad de contar con sistemas públicos de salud con cobertura universal, de alta calidad, abastecimiento total de insumos y profesionales capacitados para esta situación.
La inversión en armamento, cosmetología y consumismo tendrá que trasladarse a investigación, ciencia y tecnología en materia de medicina y bioseguridad en términos de prevención, contención y tratamiento.
Lo suntuario e innecesario tienen fecha de caducidad.
Los organismos multilaterales de crédito podrían sufrir una revolución, porque los países necesitarán muchos recursos y sin capacidad de pago en mucho tiempo.
La solidaridad se posicionará como concepto y práctica, sino sálvese quien pueda. Cada país resolverá sus problemas y la globalización será sustituida por la razón de Estado.
Los procesos electorales cambiarán. No habrá caravanas ni plazas llenas.
El homo videns del que hablaba Giovanni Sartori será una realidad: la telepolítica y las redes sociales influirán en el voto digital a futuro.
No es el apocalipsis, pero sí una posibilidad para comprender que la normalidad era una anormalidad. No más de lo mismo. (O)