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El Telégrafo
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La cumbre tiene antecedentes de desgracia

Huascarán, el nevado que devoró a tres ecuatorianos

Foto: Archivo/El Telégrafo
Foto: Archivo/El Telégrafo
16 de agosto de 2015 - 00:00

La época del año más recomendable para ascender montañas en la región andina es entre mayo y agosto. Las temperaturas bajas, el clima seco, y apenas unas pocas lluvias, hacen que durante estos meses las rutas de subida y bajada de las cumbres sean lo más firmes posible y contagien una especie de seguridad que, para quienes las atraviesan, a miles de metros sobre el nivel del mar, ya es bastante.

Alentados por datos como estos, los montañistas ecuatorianos Jorge Riera, Braulio Ríos y Jorge Velasteguí, decidieron coronar, a inicios de agosto, la montaña del nevado más grande del Perú, el Huascarán.

Nueva Yungay, la capital de la provincia homónima en la que se erige esta montaña, es el mejor ejemplo de la tragedia que el nevado puede causar. En 1970, y apenas unos minutos antes de que la selección de fútbol del Perú debutara en el campeonato mundial frente a Bulgaria, un gigantesco bloque de hielo se desprendió del Huascarán, originando un alud que desapareció, en cosa de minutos, a la ciudad antigua, enterrando a sus 20 mil habitantes de golpe y para siempre.

Hasta la morgue de esta nueva ciudad, fundada unos cuantos metros más al norte de la que se llevó el alud, llegaron la mañana del pasado 10 de agosto los cuerpos sin vida de los tres montañistas nacionales.

Las primeras imágenes de ese lamentable arribo fueron difundidas por la cuenta oficial de Twitter del ministro del Interior, José Serrano, quien daba cuenta del arduo trabajo que debieron realizar los grupos de rescate de las policías de Perú y Ecuador, para lograr extraer los cuerpos de una grieta ubicada en el sector denominado El Escudo, en la que habrían caído, tras rodar y golpearse contra bloques de hielo a través de unos 150 metros.

Nueve días antes, la voz de alarma estalló en la capital del Perú, Lima. El cónsul del Ecuador en esa ciudad, mencionó la desaparición de los tres andinistas, logrando un eco inmediato en las autoridades peruanas, quienes organizaron patrullajes continuos en el Huascarán para dar con el paradero de los compatriotas.

Las primeras horas de ese sábado 1 de agosto transcurrieron entre el nerviosismo y la zozobra. Se sabe que durante los días soleados, frecuentes en la zona, grandes masas de hielo tienden a desprenderse, formando avalanchas o movimientos telúricos que implican peligro para quienes están en la montaña.

Y esa se apuntó como una posible causa de esta desgracia, cuatro días después, cuando una patrulla de rescate logró divisar al primero de los cuerpos sin vida, hundido, como un pedazo de luz, 10 metros en el fondo de la grieta.

Las informaciones generadas a nivel local dan cuenta de un desprendimiento del punto de anclaje que sostenía a los tres andinistas en su labor de descenso de la montaña. El hielo no fue lo suficientemente firme para sujetar a los tres cuerpos y cedió, dejándolos caer, uno encima de otro, sin otro final que la muerte. Los otros dos cuerpos fueron encontrados a 20 metros de profundidad.

La labor de los rescatistas consistió en ingresar y salir de esa grieta con los cuerpos sin vida. Se dice fácil, pero, sobre los 5.700 metros sobre el nivel del mar, y con un sol desnudo estampado sobre la cabeza, esa labor se convierte en una prueba de fuerza e inteligencia.

Lo primero que aconsejaron las autoridades fue la mesura. Han existido casos, no pocos, en que el intento de rescate termina en desgracia. Bajo ese contexto, por ejemplo, de los 216 fallecidos que se cuentan, hasta el momento, en el Monte Everest, más de 120 aún permanecen ahí, sepultados por el hielo y por las condiciones agrestes que han hecho imposible su rescate.

El Instituto Nacional de Defensa de Perú (Indeci) recomendó que las labores se realizaran, en el día, hasta antes de las 11 de la mañana, y que se prolongaran en la noche y madrugada con presencia del frío y las estrellas.

Durante los primeros días de rescate los resultados fueron infructuosos y se hizo necesaria la presencia de más personal, así como de algunos elementos (escaleras, cuerdas, víveres) necesarios para recuperar los cuerpos.

Esas fueron las horas de mayor angustia para quienes, a través de la pantalla de televisión o internet, seguían desde Ecuador los resultados de estas acciones. Ninguna hora tan triste como la de esperar la confirmación de la ausencia definitiva de quien se ama.

Al arribar a la Nueva Yungay, la mañana del lunes 10 de agosto, la espera dio paso a la ansiedad. Los documentos necesarios para que los cuerpos, una vez identificados, fueran trasladados a Lima y de ahí a su patria natal, iniciaron de forma inmediata. No se perdió tiempo.

No se tiene noticia de cuántos han sido, en total, los desaparecidos por la furia mortal del Huascarán. Se dice sí, que en determinada época del año, todas las montañas de los Andes despiertan con una sed especial, un hambre de siglos capaz de saciarse con todo lo que encuentren a su paso.

Eso no sirve de consuelo para los familiares que recibieron a sus difuntos en la morgue de Nueva Yungay, y quienes ayudaron a colocarlos en los helicópteros que los trasladaron, a mitad de esta semana, hasta Lima. En ese vuelo por una de las ventanas de la aeronave se podía ver la figura del coloso de hielo y sus siglos de furia. Envuelto por un silencio que se parece tanto al vacío.

Agradecimiento

Carlos Romero, tío de Carlos Velasteguí, agradeció la labor de la Cancillería Ecuatoriana y de la Embajada de Ecuador en Perú, cuyos funcionarios gestionaron las labores del rescate y la repatriación de los cadáveres de los montañistas. 

Romero agradeció también a los 8 miembros del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) de la Policía Nacional que ayudaron a sus colegas peruanos a recuperar los cuerpos de los 3 ascensionistas.

Recordó además el homenaje que el cuerpo diplomático ecuatoriano le rindió a Jorge Riera Gómez, Braulio Ríos Gordón y Carlos Velasteguí Romero, en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima, antes de que fueran repatriados a Quito. (I)

Los cuerpos llegaron el viernes

El último adiós para los 3 montañistas

Intimidad, eso pidieron los familiares de Braulio Ríos Gordón, Carlos Velasteguí Romero y Jorge Riera Gómez, los montañistas que perecieron en el volcán Huascarán de Perú y cuyos cadáveres fueron encontrados el pasado 5 de este mes en una grieta ubicada bajo la pared El Escudo, uno de los sitios más complicados en la ruta Huascarán Sur.

Los cuerpos llegaron al aeropuerto de Tababela (Quito), poco antes de las 17:00 del pasado viernes; los trajo una nave de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE).

Carlos Romero, tío de Carlos Velasteguí, dijo que el deseo de la familia era sepultar los restos del excursionista en forma reservada; la última morada de Carlos sería el Campo Santo Monteolivo.

De la misma manera, Jorge Riera, padre de Riera Gómez, mencionó que la inhumación de su hijo se realizaría con la mayor discreción, aunque como miembro de las Fuerzas Armadas existía la posibilidad de alguna ceremonia especial por parte del Ejército ecuatoriano. El ascensionista era miembro de tropa y trabajaba en la Brigada de Fuerzas Especiales Patria. El cuerpo del extinto militar tendría como último destino el Cementerio de El Batán.

Marco Ríos, hermano mayor de Braulio Ríos Gordón, mencionó que su ser amado tendría descanso eterno en el Cementerio de El Quinche, parroquia rural ubicada a 54 minutos de Quito. Los funerales de los 3 deportistas debían efectuarse ayer.

Paúl Cárdenas, presidente de la Agrupación de Excursionistas Nuevos Horizontes, de la que eran miembros Velasteguí y Riera, afirmó que la organización gestionó con Concentración Deportiva de Pichincha la ocupación del Teatro Quitumbe para instalar una capilla ardiente en la que se rendiría homenaje a los 3 fallecidos, pero familiares de los expedicionarios prefirieron realizar las exequias por separado.

Jorge Riera recalcó que su hijo y sus 2 compañeros en el Huascarán eran montañistas experimentados, pero la naturaleza es impredecible. Añadió que de acuerdo a lo explicado por los rescatistas, la caída de los cultores se habría producido durante el descenso del muro El Escudo, probablemente por una avalancha o un desprendimiento de hielo. Según un comunicado de Ximena Simbaña, prima de Carlos Velasteguí, la noche del 31 de julio habrían sido vistos por última vez, bajando por esa pared. (I)

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