En su ascenso al Everest perdió 12 kilos
Carla Pérez se siente fuerte como un cóndor
Relajada después de conquistar la cumbre del Everest, el pico más alto del mundo, Carla Pérez afirma que el trabajo de recuperación le ha sentado de maravilla, tanto, que si lo avala Óscar Concha, su deportólogo, para el segundo semestre de este año, podría comenzar con las cargas intensas de entrenamiento y en 2017 atreverse a coronar otra cumbre superior a los 8.000 metros de altura.
No obstante, prefiere ir a paso seguro; por ahora cumple la etapa de descarga, que consiste en 2 horas de ejercicio de baja intensidad: trotes o caminatas suaves similares y algo de fortalecimiento muscular, “como cuando haces rehabilitación”, especifica. Incluso en los próximos días ascendería al Pichincha, pero con la cadencia del disfrute; admirando el paisaje.
Imagina que la fase de descarga durará de 6 a 8 semanas más, pero prefiere que el doctor Concha decida aquello luego de la evaluación a la que la someterá esta semana.
Por ahora ha recuperado 7 de los 12 kilos que perdió durante la avanzada hacia el Everest, donde soportó temperaturas de hasta 25 grados bajo cero. Su único problema es sentir “fundidos” los músculos de sus piernas, situación que le provoca un leve dolor en las rodillas, sobre todo en la izquierda.
Dicho malestar es congénito, pues nació con desplazamiento de rótulas, por lo que, a los 17 años de edad, le operaron las rodillas. Más que la cirugía, lo traumático fue el año de rehabilitación. “Amo la montaña, hacer deporte. Mientras mis amigos organizaban excursiones, yo estaba en la cama”.
Aquella experiencia le enseñó a valorar la salud, un factor determinante a la hora de alcanzar sus objetivos. Considera que, de no ser por la excelente preparación física y mental, y la adecuada alimentación e hidratación, no habría podido subir a la cresta del Everest.
Durante la etapa de entrenamiento intenso, la quiteña se ejercitaba de 6 a 7 horas diarias; durante la mañana cumplía las tareas de cardiomusculatura y en las tardes las técnicas de escalada. La labor en el gimnasio le proporcionó gran musculatura, al punto que esa tendinitis constante en las rodillas desapareció.
A lo largo de la expedición ella y el también montañista Esteban Mena ingirieron comida rica en proteínas y en la subida a la cima bebieron 200 mililitros de agua cada hora. “Con lo espesa que se vuelve la sangre por la falta de oxígeno, con el agua se hace más liviana. Así hay mejor circulación y, por ende, menos frío”.
A esto se añade la preparación mental. Carla, cuyo miedo al frío se agudizó a raíz de no lograr la cima del Everest en 2013, ocasión en la que casi se congela por no tener ropa a su medida, agradece a la psicóloga Liza Portalanza, quien le ayudó a controlar ese temor. La mentalizó en cómo combatir el frío, por ello la exponente no escatimó en abrigarse correctamente, lo que completó con buena alimentación e hidratación.
La deportista cree que esta logística también le ha facilitado la recuperación; siente que no pasará mucho tiempo para incrementar la exigencia de las prácticas, pero antes debe recobrar musculatura.
Si todo marcha bien, el año entrante emprendería hacia la punta del Lhotse (8.516 metros), o podría viajar a Pakistán para pisar el techo de Broad Peak (8.051 metros) o del K2 (8.611 metros), que no pudo coronar en 2015 por las malas condiciones del clima.
En medio de risas, Carla recuerda el cuento del Cóndor Enamorado; se autocalifica como la campesina que se enamora del ave y termina transformándose en cóndor hembra, tras sentir la libertad de dominar las alturas. (I)
DATOS
Según cálculos de Carla, el proyecto de coronar el Everest sin oxígeno de reserva costó $80.000; buena parte de ese capital lo pusieron ella y Esteban Mena.
De no estar en condiciones de emprender hacia otro de los 14 ‘ochomiles’, el plan B de Carla y Esteban Mena es desplazarse a Perú para escalar algunas elevaciones, entre ellas el Huascarán, de 6.768 metros.
La montañista ha encumbrado 3 de las 14 montañas del planeta con altitud superior a los 8.000 metros: en 2012 el Manaslu (8.156 metros) y en 2014 el Cho-Oyu (8.201 metros). Todas sin oxígeno suplementario.
La excursionista de 33 años detalla que se enteró del terremoto que asoló a la costa ecuatoriana el 16 de abril, 2 días después de ocurrido, pero solo un mes después en el campamento base del Everest en China, por internet, supo sobre su magnitud.