Las calles de la parroquia rural José Luis Tamayo (Muey), del cantón Salinas (Santa Elena), lucen iguales pese a la pandemia del coronavirus, pero para la familia Zambrano de la Cruz nada es igual.

Cecilia de la Cruz, de 67 años, tiene la mirada triste debido a que su esposo fue positivo para covid-19; ella  jamás imaginó que cambiaría su vida.

Carlos Zambrano, de 75 años, falleció al segundo día de tener los síntomas: fiebre, tos seca y dificultad para respirar. Con lágrimas, la adulta mayor comentó que nunca pensó que su esposo se fuera sin despedirse.

Ella también tenía síntomas (dolor del cuerpo) y dio positivo para el virus, a pesar de ser portadora, la casa de salud donde la atendieron le recomendó aislarse en su domicilio y guardar reposo.

Para ella lo más duro fue que no podía abrazar a sus nietos. Una de sus hijas le pasaba la comida por la ventana, evitando toda clase de contacto.

De la Cruz explicó que el proceso fue duro durante tres meses porque pasó encerrada, solo veía la luz del sol por una ventana, la faltaba el aire y estuvo en riesgo de fallecer al igual que su cónyuge, pero se aferró a la vida.

Según ella, sus mejores aliados fueron el eucalipto, el jengibre, la hierba luisa. Con una sonrisa dijo que los remedios caseros son la mejor medicina. A pesar de haberse recuperado, los efectos del coronavirus le dejaron como secuela la dificultad para respirar.

Cuando camina mucho le duele el pecho, pero está agradecida porque siente que volvió a nacer, “seguiré tomando las debidas precauciones para seguir viviendo, jamás pensé que un virus me apartaría por tres meses de mis hijos, pero gracias a Dios sigo viva”.

Muchas familias peninsulares lloran aún la ausencia de sus seres queridos, por eso acatan las disposiciones establecidas por el COE Nacional y los organismos de salud de mantener el distanciamiento social, evitar las aglomeraciones, usar mascarilla, lavarse las manos con agua y jabón o desinfectárselas con alcohol o gel antibacterial, entre otras. (I)