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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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La Casa de Papel cambió la vida de sus actores

La Casa de Papel
La Casa de Papel
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Pedro Alonso pensaba que la profesión de le había acabado a los 33 años.

Ahora 'La casa de papel' lo ha convertido en una estrella mundial y ya prepara el 'spin off' de la popular serie de Netflix

Sólo con escuchar la voz del actor uno puede meterse en su papel de villano, pero cuando cuando llega al fondo del discurso, la percepción cambia.

Entre Berlín, su personaje en La Casa de Papel, que hoy estrena sus últimos cinco episodios en Netflix, y este gallego no media más que el tono y la presencia física. «Cuando quieras», lanza con esa cadencia grave. Que empiece el atraco.

¿La casa de papel es una serie política?

 

Decididamente no, es puro mainstream, pero es que Álex Pina y Javi Gómez Santander, que la han escrito, salen del periodismo político y pulsan muy bien la realidad. Entonces juegan al entretenimiento, porque son insaciables, pero por ejemplo le meten la insatisfacción del ciudadano frente a la opresión de la bota del capitalismo sobre nuestras cabezas. De hecho, de primeras se llamaba Los desahuciados porque era un proyecto social de salida y eso se ha mantenido. Y digo esto para no regalarnos lo de serie política porque esa palabra está desgastada.

 

 

¿Puede el mainstream colocar el mensaje político con más facilidad?

 

Cada vez veo más claro que el relato panfletario y moralista se carga el mensaje y a veces donde menos lo esperas, un dato o una información lo cuela. Si con mi personaje te pones moralista con la nuevas sensibilidades, es impresentable, pero es que en el roce puedes encarar ciertos temas, de una forma cuestionable o no. Pero a nosotros no nos pagan por escribir catecismo y nos pagan por mover energía. Y si esa energía toca la realidad y pone a la gente a cuestionarse cosas es una maravilla.

 

¿La Casa de Papel nos ha quitado complejos a la industria audiovisual española?

 

Recuerdo cuando nos premiaron en el Festival de Montecarlo, que aún no dimensionábamos el eco de que el director del festival me cogió y me dijo que se alegraba del triunfo de los latinos, que estaba cansado de que todo fuera para los americanos y los italianos, con quien mi generación estaba acostumbrado a pegarse en los mundiales, decían que lo íbamos a petar y hablaban como parte nuestra. Ahora esos americanos sólo preguntan cómo hemos hecho esto con este dinero y con unos tarados desequilibrados de sangre caliente que generaban una afinidad en toda la gente aunque no fueran su referencia cultural de las últimas décadas.

 

 

Y hemos entrado en el terreno del cine de acción.

 

Y a tope de potencia, incluso antes de llegar Netflix, en términos de puesta en escena, en el diseño original ya estaba eso con Miguel Amoedo [director de fotografía] y Jesús Colmenar [director], ya estábamos jugando a ser Spielberg. Al principio era un aparato tan potente que me generó inquietud, tenía miedo de no darle alma y corazón, pero a los cuatro o cinco capítulos vimos que algo se movía y la máquina estaba engrasada.

 

Pero parecía que con dos temporadas se acababa al no renovar en Antena 3...

 

 Yo recuerdo abandonar el plató con pena pero con la promesa de hacer más cosas juntos. Lo que no sé si se hubiera acabado ahí es si nos hubiera cambiado tanto la vida como hoy.

 

Le escuché el otro día decir que con la exposición de los fans a veces se ha sentido un trofeo

 

Eso tiene que ver con mi percepción del mundo de la popularidad. Y más ahora con las redes sociales, que invitan a un consumo compulsivo de material. Mucha gente te pide fotos y no quieren el encuentro o la conversación, sólo el trofeo de la foto, que suben a sus redes porque implica un retorno inmediato en el sistema de cuantificación del mundo virtual. Tú detectas la energía ansiosa y febril del que quiere el trofeo, eso es perturbador, porque hablamos de la cosificación. Y yo intento entender a la gente, no pelearme con la fama, pero a veces no es fácil de gestionar la ola de la hostia que nos ha venido encima.

 

¿Se gestiona mejor desde los 50 años que desde los 28 de otros compañeros?

 

A veces piensas que los jóvenes no están tan preparados y tienen la lucidez que uno de 50 no tiene y ves síndromes que son mucho menos obvios, mucho menos evidentes. He visto varios síndromes muy perturbadores de lo que genera la sensación de rozar el power en quien menos lo esperaba porque te pone muy a prueba.

 

Estando ahora subido en la ola, ¿cuánto piensa en que en un mundo tan rápido pueda olvidarse esto de inmediato?

 

Yo he muerto varias veces profesionalmente, el milagro es estar vivo y tengo que aprovechar. Es verdad que hay un momento de mucha exposición y de que algo gordo está pasando. Pero si algo he aprendido es que los hitos televisivos son súper fugaces. Por eso al margen de estar en un estreno, me voy al campo, a la montaña, trabajo en obra propia, es un intento de no olvidar que lo esencial es el trabajo en sí y que, en los términos en que vivimos ahora, pasarán rapidísimo.

Cuando Pedro Alonso habla de su muerte, no es la de Berlín (pequeño spoiler): fue la suya con 33 años, como Jesucristo, cuando se fue a vivir al pueblo natal de su padre en Galicia.

«La vida me paró, salí escupido de la profesión y pensé que se me había pasado el arroz porque no me salía nada y lo que salía, no fluía. Pero he visto que le ha pasado a mucha gente en la profe-sión, son ciclos. Muy poca gente aguanta muchos ciclos, es una industria muy despiadada porque con 20 años hay cientos de miles de actores y con 50, unos pocos. Yo acabé arruinado, sin cine, sin perspectivas, confuso y fuera de eje»

Un monólogo escrito y producido por él le devolvió y en ese momento, le llegó Padre Casares en la tele de Galicia. Luego Gran Hotel, con Ramón Campos. Y ya, La casa de papel. La carrera no había acabado, iba hacia arriba.

¿Eso le ayuda a valorar lo que ahora tiene?

 

Yo no olvido el vértigo, la fugacidad y los peligros del ruido. Hago esfuerzos en volver a mí, a mi trazada. Pero ahora ha caído una bomba como esta, que yo procuro valorar, es un privilegio. Tengo ofertas de lugares insospechados, voy a producir documentales, escribo, voy a saco como actor... pero he dicho que no a muchísimas cosas.

 

¿Ese es el gran privilegio?

 

Absolutamente, una de las cosas que más claramente se han puesto sobre mi mesa en mis últimos dos años y medio es el no. He dicho que no a cosas con las que hasta me temblaban las piernas. Estoy invirtiendo en un jardín propio, he dicho que no a muchas cosas porque cuando estás en foco, te conviertes en algo que cotiza, en un valor de producción del capitalismo y yo necesito sentir interés en lo que hago y un crecimiento personal.

 

El spin off que Netflix ya ha anunciado de Berlín, ¿es más un riesgo o un beneficio?

 

Este fue un mensaje claro que dije el otro día en el evento de La casa: a veces un éxito se puede convertir en una jaula de oro. Esto depende del valor y el coraje de quien esté pilotando esas naves para no dejar de hacer lo que te convirtió en un éxito. Álex Pina y su equipo hicieron un ejercicio de temeridad absoluta y esta producción estuvo a punto de colapsar en términos económicos y hundir la carrera y la vida económica de la gente de la productora para 20 años. Sé que es imposible competir con La casa de papel, pero creo que es una gran oportunidad con varios frentes delicados como tú intuyes y yo intuyo pero podría ser un sueño narrativamente. No tengo todas las respuestas, pero me voy a concentrar en el trabajo y esto me interesa.

 

Volvamos a La casa, al final su personaje y el del profesor son dos muestras exactas de las técnicas del populismo actual.

 

Esta es una gran conversación porque mi personaje era claramente el villano, estaba hecho para odiarlo y de pronto todo el mundo le ama cuando se muere. Y, ahora, como te amo, ya lo justifico todo. Yo no le quiero decir a la gente qué pensar, quiero intentar que se metan esa zona en la que no sabes qué pensar. Y, en esa línea, la que no se sabe qué pensar, a veces Berlín o El Profesor tienen impulsos con los que uno puede sintonizar y que pueden ser peligrosos. Ahí está lo que importa, un personaje que es el paradigma de todo lo que hay que cancelar y que es querido porque en el fondo nos retrata en muchas cosas. Porque si tú eres guay, todo lo que piensas es guay y tu mundo es guay, para mí eres sospechoso.

 

¿Entiende las críticas que se hacen a que la serie haya despojado de simbolismo político el Bella Ciao?

 

Claro que es un peligro y hay una contradicción, pero si me llega un chico joven cantando Bella Ciao, le digo que vaya a Google y mire lo que hay de historia si no la conocer. Y tenemos el Open Arms recogiendo a refugiados que mueren ahogados y cantan el Bella Ciao porque lo han visto en una serie ya justifica todo.

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