Un volcán yihadista estalla en Barcelona
España es desde el 17 de agosto un país noqueado a la espera de que la Policía encuentre un motivo que explique cómo 12 yihadistas organizaron un atentado indiscriminado en el corazón de Barcelona durante más de 6 meses sin levantar sospechas. Es como si lloviera sobre mojado, como si las heridas que el 11 de marzo de 2004 dejaron maltrecha a Madrid se hubieran reabierto en la Ciudad Condal con tenazas de metal al rojo vivo. “No, otra vez, no”, musitaba tratando de contener su angustia José Díez, un albañil que escapó por los pelos de la matanza de Atocha hace 13 años y se pasó la noche del jueves pegado al televisor ante lo que estaba sucediendo en Cataluña.
Pero la pesadilla había vuelto. Una casa convertida en un polvorín en la localidad tarraconense de Alcanar, una furgoneta que irrumpe en unas ramblas de Barcelona atestada de gente para acabar con la vida de 13 inocentes e hiriendo a un centenar de 34 nacionalidades diferentes, 5 terroristas abatidos en Cambrils cuando se disponían a hacer otra barbaridad y un huido muerto a tiros a las sombras de los viñedos de Subirats, una aldea barcelonesa de 12.000 habitantes perdida en los mapas.
La secuencia cobra mayor dramatismo al contemplar las edades de los integrantes del comando: todos jóvenes marroquíes entre 17 y 28 años a los que un imán infame de 35 años sacó de sus vidas normalizadas en Ripoll para introducirles en el camino de la desolación absoluta. Pero ni siquiera estos retazos cambian la visión de las cosas para José. “¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué?”.
A pesar de la sequía estival, llueve torrencialmente lágrimas de estupor. Las grandes ciudades del país viven con los nervios en punta y cualquier sonido que rasgue el aire, por nimio o grave que sea, desde el estrépito de una sirena de ambulancia a una patrulla policial circulando a toda velocidad por una céntrica calle, vuelve a desatar la inquietud de la gente.
El sentimiento de vulnerabilidad es la consecuencia más visible de la realidad instalada en España tras los atentados de Barcelona. Con el comando yihadista desarticulado de manera oficial, las investigaciones policiales tratan ahora de responder a 2 grandes interrogantes: Por qué eligieron Cataluña y cómo unos jovenzuelos inexpertos lograron eludir unos sistemas de seguridad antiterrorista experimentados y eficaces como el español.
A tenor de la gélida estadística, la primera respuesta no entraña mucho misterio. Desde la eclosión del Estado Islámico, 80 de las 200 mezquitas donde se difunde un discurso radical del islam en España están en Cataluña. A este dato se puede añadir que es en esa comunidad donde reside el mayor número de ciudadanos musulmanes -más de medio millón, según un estudio demográfico elaborado por la Unión de Comunidades Islámicas de España (Ucide)- y donde más conversiones -unas 8.000- se han producido en los 2 últimos años.
Un informe del Consejo de Seguridad Nacional alertaba hace unos meses de los riesgos crecientes que existían en Cataluña, ya que “los procesos de radicalización detectados allí han sido más rápidos y tienen vínculos con otros extremismos similares de Europa”.
A estas evidencias se une, además, el crecimiento estratosférico del turismo en toda región. De los 75’000.000 de personas que visitaron España en 2016, 17’000.000 pasaron por Cataluña y 9’000.000 por Barcelona.
A juicio de 2 expertos consultados por EL TELÉGRAFO, atentar contra turistas es accesible para el terrorista porque son “objetivos que tienden a concentrarse en núcleos urbanos desprotegidos como grandes plazas y monumentos simbólicos”. O grandes avenidas como Las Ramblas, donde 200.000 de todas las nacionalidades pasean cada día. Algo parecido a lo que sucedió en Niza, en el mercado navideño de Berlín y en el puente de Westminster en Londres.
Ahora se conoce que Las Ramblas fue el objetivo a la desesperada que establecieron los terroristas después de que 2 de ellos murieran en la casa de Alcanar cuando manipulaban los explosivos que pensaban colocar en una de las furgonetas alquiladas.
Su plan A, según ha trascendido de los primeros interrogatorios policiales a Mohammed Houli, el único superviviente de la explosión, era lanzar el vehículo bomba contra la basílica de la Sagrada Familia, el lugar más visitado de Barcelona.
La detención de este joven de 22 años nacido en la ciudad hispano-magrebí de Melilla, tal vez permita desbaratar la más que prolongada sospecha de que los 12 individuos que formaban el comando no actuaron solos.
Lo que a estas horas ya es una evidencia es que de no haber mediado el azar y la inexperiencia de los yihadistas en el manejo de los artefactos, el atentado hubiera alcanzado el grado de espanto universal.
Pese a que poco a poco van encajando las numerosas piezas de este macabro puzle, no se sabe con certeza cuál era la función de una segunda furgoneta alquilada por la célula y que quedó varada en la autopista que une Barcelona con la localidad de Cambrils a primeras horas del jueves 17 tras sufrir un accidente vial. Fuentes policiales creen que iba a ser utilizada para un atropello masivo en el paseo marítimo del municipio donde esa noche fueron abatidos 5 de los terroristas que viajaban en un Audi 3 que debía de coincidir con los actos programados para las otras 2 minivan rentadas, la de Las Ramblas y otra que apareció estacionada en Vic, un pueblo al norte de Barcelona.
Una paradoja policial en los tiempos que corren: la Policía Nacional y la Guardia Civil han protestado airadamente de ser excluidos por los Mossos d’Escuadra de algunas fases de la investigación. Por su parte, el cuerpo policial autonómico ha respondido que el Gobierno español siempre ha obstaculizado su presencia en los 2 foros de intercambio de información como son la Europol y el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (Citco) cuya función principal es la lucha contra el yihadismo.
Pese al espléndido trabajo que los 3 cuerpos de seguridad realizan, siguen abiertas muchas incógnitas.
Una inexplicable es que el perfil de los 11 miembros de la célula yihadista, con la excepción del imán Abeldaki es Satty, un misterioso personaje que estuvo en la cárcel 2 años donde tuvo relación con algunos de los detenidos por el 11-M y al que acusan de ser el cerebro del comando, no encaja en los patrones de radicalización islámica observados hasta ahora.
Ninguno de ellos era pobre, ni rezaba en la mezquita ni vivía desubicado. Ripoll, el lugar de residencia de todos ellos desde hace años, es una pequeña localidad que roza los 10.000 habitantes y está situada a 50 kilómetros de Barcelona.
Allí todos conocen las andanzas del vecino. Por eso mismo todos se preguntan cómo 11 jóvenes perfectamente integrados en la comunidad y que no eran religiosos terminaron convertidos en monstruos de la noche a la mañana. La excepción vuelve a ser Abeldaki es Satty, que también vivía en Ripoll donde daba clases de árabe, pero a diferencia del resto de integrantes del grupo, “jamás se integró en el pueblo”, según afirman. (I)