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¿Por qué Obama no aprende algo de lo que hace Chávez?

¿Por qué Obama no aprende algo de lo que hace Chávez?
19 de diciembre de 2012 - 00:00

Casi en el mismo día que Hugo Chávez le decía al mundo que iba a La Habana para afrontar una nueva intervención, el presidente de EE.UU. le comentaba a su “mundo” que en Venezuela no hay libertades. Y digo que era un comentario porque si fuese información estaría mintiendo.

No pasó una semana y Barack Obama, con lágrimas, le contó a todo el planeta de la masacre ocurrida en una escuela de Connecticut gracias a las “libertades” de su sistema, garantizados por su gobierno y estimuladas por los fondos de la industria armamentista.
Y casi a día seguido, en Venezuela, donde no hay las libertades que dicen tener los estadounidenses, el partido político liderado por Hugo Chávez ganó las elecciones.

Prácticamente arrasa, porque de 23 gobernaciones ganó 20. En muchas de ellas con más de 50 puntos de diferencia. Y en la que triunfó Capriles Radonski, el contendiente del mandatario venezolano, apenas fue con una ventaja de seis puntos.

Este triunfo arrollador es muy sintomático del momento especial que vive Venezuela. Si bien los opositores anhelan la desaparición de Chávez, porque consideran que el “chavismo” sin él se anula, también saben que por encima de ese deseo enfermizo hay todo un proceso político que se grafica en haber ganado 16 de las 17 elecciones que ha liderado el comandante venezolano. Y como lo saben y lo sufren, la oposición entiende que si Chávez muere no tiene asegurado el retorno de la socialdemocracia ni la derecha que gobernó por varias décadas. Al contrario, el propio Capriles reconoció que las elecciones del domingo fueron un fracaso para toda la coalición que él dijo liderar, pero que bien sabe que solo fue el buey de una carreta muy pesada, cargada de egoísmos, intereses económicos y apoyos internacionales (como la participación activa de Álvaro Uribe).

Y es esa misma derecha la que comulga con Barack Obama en los discursos, políticas y acciones contra el proceso político venezolano. Por eso habitan muchos de sus líderes en EE.UU. y participan activamente de la política interna de ese país para luego “influir” en la del país bolivariano.

En Venezuela, por cierto, no ocurren masacres como la de Connecticut, tampoco se destacan pobrezas como las que describen fotógrafos internacionales en varios estados del “mayor imperio neoliberal”. Y no ocurren porque las libertades de los venezolanos están ocupadas en otras prioridades y no en masacrar a sus vecinos ni compañeros de escuela.

A los latinos nos estigmatizan de ser fogosos, calientes, violentos (como sinónimo de bárbaros). A nuestras tierras (a la que llegaron los españoles y fueron acogidos con regalos y a cambio los indígenas recibieron fuego y esclavitud) ahora se quiere trasladar toda la industria del armamento para supuestamente acabar con el narcotráfico. En estos territorios nos obligan a aplicar políticas gestadas en los laboratorios de centros de análisis y estudios, como si fuésemos conejillos de indias porque desde el Norte nos han prodigado su atención para resolver nuestros problemas.

No nos olvidemos que por esas casualidades de la historia y los vaivenes de las conquistas, los españoles se desviaron hacia Centro y Sur América. No fueron hacia el Norte, después de conquistar El Caribe, por esas cosas del destino. Y por no haber llegado al territorio del actual EE.UU. no se convirtió en el escenario de disputa con otro imperio, el inglés, que luego arrasaría también con la población indígena.

Obama, que es un afroamericano y ha vivido el sentido de las conquistas y los imperios sobre poblaciones y territorios, no puede hablar de libertades fuera de las fronteras de su propio país. Por lo menos debería revisar su propia historia, personal y nacional, antes de  asegurar lo que no ocurre ni existe a plenitud para sus compatriotas afros y mucho menos para las nacionalidades indígenas de su patria o los grupos migrantes latinos y asiáticos.

El Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, debe admitir que tras otorgarle esa distinción no ha hecho nada para dignificarla, a diferencia de otros premiados que dedican su tiempo y el dinero del premio a favor de la convivencia pacífica. Y debe asumir que las libertades en una sociedad democrática no se expresan en grandes negocios ni solo en cifras macroeconómicas. Para el ejercicio pleno de las libertades hace falta participación política y ciudadana. En EE.UU. ese concepto no existe o por lo menos les resulta ajeno a determinados estados. Y no tiene sentido ninguna libertad si ocurren 28 tiroteos en los últimos 20 años. De esos, ocho solo en ese estado.

Obama debe aprender mucho de Hugo Chávez, de Venezuela y de América Latina. No cabe duda que es la región y son varios países, que tras 500 años de coloniaje de todo tipo, recién empiezan a pararse con sus propios pies, a pensar con su propia cabeza y a dirigir su destino desde sus propias visiones. Si son erradas, por lo menos ya no son las que nos impuso España ni EE.UU. y que nos costó ser la región más inequitativa del planeta, teniendo los recursos (humanos y naturales) más potentes.

Así como Simón Bolívar se enfrentó a un imperio en decadencia, como fue el español, América Latina y Hugo Chávez se enfrentan a otro en las mismas condiciones en las que estaba la corona española en el siglo XIX. Las lecciones de la historia son sabias y provechosas si se las asume como una pedagogía política.

Así como ciertos criollos y aristócratas lucharon por eliminar a Bolívar y luego gozaron con su muerte, parece que ahora algunos se frotan las manos y hasta cuentan los días para la desaparición de Chávez. Pero ni la muerte de Bolívar detuvo la corriente que sembró, no solo con ideas, sino con ética y mucha responsabilidad. Menos aún la ida de Hugo Chávez.

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