Madre enfrentó a las FARC para recuperar a hijos
“Yo de aquí no me voy, así ustedes me maten. Me tendrán que matar para que me vaya de aquí”, estas fueron las palabras de Rosa, una colombiana desesperada, a un jefe de las desmovilizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para recuperar a sus hijos que fueron reclutados de manera forzosa por esta antigua guerrilla.
Enfrentarse a las FARC en 2007 era una tarea que muchos rehuían, pero Rosa, quien cuenta su historia a EFE con nombre ficticio, no dudó en hacerlo para recuperar a sus dos hijos adolescentes, de 14 y 15 años.
“Fue una lucha de tres días, para mí fue el infierno más grande que he vivido”, confiesa la mujer.
Rosa vivía en Puerto Asís, municipio del selvático departamento del Putumayo, fronterizo con Ecuador, donde tenían cultivos de plátano y yuca en una pequeña finca.
Un viernes cualquiera mandó a la finca a sus tres hijos mayores, dos chicos y una chica, a recoger los plátanos. Los varones no regresaron.
La mujer removió cielo y tierra durante tres días hasta saber dónde se encontraban los muchachos para plantarse delante de un líder guerrillero y pedirle la libertad de sus vástagos.
“Le dije: ‘señor, yo no he hecho nada en esta vida, ¿por qué se lleva a mis hijos?’. Él decía que ellos se querían ir con las FARC (...). Cómo va a decir que ellos se quieren ir si estaban estudiando”, se pregunta todavía Rosa.
Recuerda que después de dos horas y media el guerrillero cedió con estas palabras: “Se los voy a entregar porque de verdad usted no merece sufrir como está sufriendo (...). Coja sus hijos y váyase. No la quiero volver a ver en este territorio”.
Rosa no lo dudó, porque para ella “primero están los hijos antes que cualquier pedazo de tierra”.
Todo eso sucedió un 2 de febrero; ella llegó a Florencia, capital del departamento vecino del Caquetá, al día siguiente y acompañada de sus seis hijos, donde se instaló en la casa de su madre, que vive en la ciudad.
“A mí me sacaron de lo que tenía, llegué con una mano adelante y otra atrás”, recuerda Rosa.
La mujer, que de un día a otro se convirtió en una víctima más del conflicto armado y desplazada por la violencia, afrontó amenazas durante casi un mes.
“Me cambié de teléfono para que no me volvieran a llamar, porque para mí, eso no era vida. Me decían que me tenían vigilada, que sabían donde estaba. Me amenazaban varias veces con no volver a ver a mis hijos”, afirma.
Sin embargo, salió adelante a base de esfuerzo: “Yo iba a hacer aseos, a lavar, a planchar, lo que me tocara hacer. Estuve trabajando pelando cebollas, papas (...) Y así fui surgiendo y gracias a Dios uno no se queda estancado”.
“Uno debe mirar adelante y dejar el mal rato atrás, pero hay cosas que uno no puede olvidar, que todavía quedan dentro de uno, que duelen”, agrega.
Hoy en día, Rosa es una de las voces más fuertes de su comunidad en Florencia, donde vive desde el 3 de febrero de 2007 y lidera iniciativas para mejorar la vida del colectivo.
Ella cree que Dios manda a las personas a este mundo con “una meta” y asegura que la suya es seguir ayudando en la comunidad en lo que pueda.
“Para eso mi Dios me puso aquí, para ser la líder, para luchar por los demás”, y eso ha hecho desde que llegó.
Rosa reconoce que a veces aún tiene miedo y que le cuesta creer en el acuerdo de paz que desmovilizó a las FARC (ahora partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común), firmado por la guerrilla y el Gobierno colombiano en noviembre de 2016.
Por eso nunca había contado su historia a nadie, excepto la vez que hizo los trámites para ser reconocida como desplazada. “No había tenido ese desahogo, a pesar de que a uno todavía le duele”.
“Yo soy una mujer que ha tenido mucha valentía”, se concede Rosa después de relatar la etapa más oscura de su vida, y concluye con su valioso optimismo habitual: “Uno debe tener actitud positiva para poder estar mejor, por eso hoy en día le doy muchas gracias a Dios por estar donde estoy”. (I)
Combatientes de la antigua guerrilla FARC estaban agrupados en zonas veredales en el Valle del Cauca. Foto: Archivo