Por los caminos de “Fredo”
Cuando su carrera política aún se encontraba en ascenso, alguien con buena mirada y mejor olfato apeló al vademécum político de los argentinos, la zaga de El Padrino, de Mario Puzo, para encontrarle un apodo al presidente Mauricio Macri: “Fredo”. Lo justificó como “el hijo débil de Don Corleone”, de paso le calzó toda una definición a Franco Macri, su padre magnate de origen romano y con algunos paisanos y amigos en las calles del Bronx.
Pocas veces hubo un sobrenombre tan a la altura de su biografía y de su derrotero por el gobierno. En estos días, tras la estrepitosa y sorprendente (por el tenor de la misma) derrota electoral. Macri se muestra más “Fredo” que nunca. Mareado, aturdido, como si la realidad hiciera estragos en su humanidad, atacando a su propia familia de votantes, en la clase media, que le dio la espalda y desatando un vendaval económico con devaluación incluida, que puso en riesgo la gobernabilidad inmediata.
Pero tal como lo presentaron Puzo y Francis Ford Coppola, Fredo es débil de carácter, dueño de cierta soberbia y llevado por influencias siempre a una prudente distancia de la realidad. Y Macri pecó a la par del personaje. Tuvo en el ecuatoriano Jaime Durán Barba y en su jefe de Gabinete, Marcos Peña, a los que lo trajeron hasta aquí: Al borde de un abismo electoral de inusitadas consecuencias. Ambos mariscales de la derrota llegaron a jactarse en reuniones privadas de que esta elección la ganaban a través del “Instagram”. El problema es que la realidad transitó por otras redes.
Hay una sociedad agobiada económicamente, confundida políticamente y traicionada, una vez más, en su sed de justicia e igualdad, que parece harta del mal de ausencia que aqueja al presidente. Sin importarle a quién beneficien con su voto dentro de la corporación política.
Macri no atinó a leer lo que recomienda el manual de la corrección institucional en estos casos de derrota electoral. Debió haberle transmitido tranquilidad a los mercados, convocar a su contrincante Alberto Fernández, tomarse una foto juntos y pactar reglas básicas para poner a la convulsionada economía argentina a resguardo del tsunami electoral. Eso hubiese ocurrido en un país más o menos normal y no es el caso de la Argentina y su clase dirigente.
Ni en su primera reacción ni en su conferencia de prensa tras los resultados, Macri trató de calmar las aguas. El Banco Central actuó tarde y mal para frenar un dólar que pasó en horas, de 46 a 60 pesos y la Bolsa se desplomó en un 37 % junto a las acciones de empresas argentinas en Wall Street.
En horas, nada más, provocó desabastecimiento, zozobra empresarial, escalada de los precios de los artículos de la canasta básica y un tembladeral político. Todo como corolario de una mala praxis económica y administrativa que caracterizaron estos tres años y medio de gestión.
Ahora la elección general de octubre de 2019 queda mucho más lejos de lo que quedaba el domingo 11 de agosto de 2019. Con un peronismo, unido y que se quedó con las mejores cartas en el juego que mejor juega y que más le gusta: el de debilitar a su contrincante hasta dejarlo como a Adán en el Paraíso: desnudo y a los gritos.
Y así está Macri y así está el país. Y la responsabilidad no es exclusiva del expresidente del Boca Juniors, sino de toda la sociedad por no haber leído bien a Puzo y haber repasado la obra maestra de Coppola. Los argentinos debieron haber entendido hace tiempo ya, que ante la imposibilidad de no contar con un Michael Corleone, no podía confiarle los destinos de “familia” a Fredo. Ahí, a la vista, están las consecuencias. (I)