Los conflictos sitúan a la UE al borde de la fractura
Hace tres meses, el comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Pierre Moscovici, proclamó el fin de la crisis financiera en Europa pero no la ‘victoria’ del modelo que se trata de imponer. Sin explicarlo con detalle, Moscovici dijo que el problema que quedaba sin resolver es la incapacidad de la política para hacer frente a una sucesión encadenada de conflictos que han surgido a la sombra de la crisis económica o que, simplemente, ahí aguardaban a la espera de ser sofocados.
El último añadido a la lista es Cataluña, cuya primera aspiración independentista era la de ser reconocido como un nuevo Estado dentro de Europa, algo que la Unión Europea (UE) ya hizo a principios de siglo con los países surgidos de la explosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Yugoslavia. Ese ha sido el origen de su fracaso.
Para el politólogo catalán Albert Minart, los responsables del procés olvidaron algo esencial en sus apelaciones soberanistas a Europa: “Reconocer a los nuevos Estados del bloque del Este que formaba parte del escenario final de la guerra fría. Todo lo que favoreció la aceptación política de Croacia, Eslovenia, Chequia y Eslovaquia no tiene aplicación en los casos similares que hoy pueden existir en el interior de países de la UE como es el caso de Cataluña, Escocia, Lombardía, Córcega o Baviera”.
Sin embargo, los daños causados en la apaleada estructura política europea por la extraordinaria movilización identitaria catalana no son nada despreciables.
Hace unas semanas, el propio presidente francés Emmanuel Macron hablaba en la Asamblea Nacional gala de la necesidad de reformar ‘urgentemente’ la UE ante los riesgos de fractura que la asedian y apuntaba la existencia ‘de fallas’ internas que lejos de reducirse ‘se ensanchan’. Días después, el jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, trató de tranquilizar el desolador escenario descrito por Macron anunciando que la UE volvía a navegar con ‘el viento a favor’.
Pero todos saben que no es del todo cierto. La cruda realidad es que Europa tiene averiada la sala de máquinas. La más evidente, sin duda, es que el modelo neoliberal impuesto por la Alemania de Angela Merkel está hoy sometido a una profunda revisión. La llegada arrolladora al Bundestag del ultraderechista AfD ha comenzado a influir de manera decisiva en el gobierno conservador del CDU y, en concreto, en sus aliados imprescindibles del CSU bávaro.
“Otros socios que esa coalición necesita para gobernar ya han anunciado sus deseos de romper los planes de Francia de refundar un nuevo eje franco-alemán más social que económico”, aseguraba en un reciente editorial el diario francés Le Figaro.
Reforma
Los cálculos de Macron de realizar una reforma neoliberal en su país a cambio de que Berlín ceda a sus deseos de acercar la política europea a una ciudadanía huérfana de institucionalidad, estaría condenado a un fracaso estrepitoso. Y tras esta ‘falla’ trascendental, llegan otras.
El Brexit se ha convertido en un enredo irresoluble. Las recientes elecciones en Austria y la República Checa, donde han triunfado opciones derechistas, han reforzado el nuevo bloque del Este, o centroeuropeo como gusta denominarlo en Bruselas, empujando a Viena hacia el grupo de Visegrado, la monolítica alianza que conformaron Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia para frenar la llegada de refugiados y que tantos dolores de cabeza está provocando con la promulgación de controvertidas leyes en contra de la normativa europea.
La inteligente ofensiva desplegada el pasado verano por Macron para desarmar al grupo, abanderando el tema de los trabajadores que migran desde Rumanía, Bulgaria o Eslovaquia, es hoy papel mojado. La causa no es otra que, tras el alivio que supuso la propuesta francesa a favor de sus ciudadanos, han regresado al redil ultraconservador que lideran Polonia y Hungría para encontrar protección, tras las victorias o los excelentes resultados obtenidos por los partidos ultraderechistas en Austria y Alemania.
“Además, no se pueden olvidar las contradicciones que existen entre el norte europeo y el sur y que, durante la crisis, han aumentado”, afirma Minart.
Grecia está en la ruina y, aproximándose, Italia. Y mientras los timoneles de la UE deciden qué hacer para taponar estas vías de agua, aparece Cataluña reavivando el debate identitario regional y los viejos agravios de los Estados con las pequeñas nacionalidades que subsisten en este colorista puzzle que es Europa.
En Serbia, por ejemplo, han aprovechado el embrollo territorial español para retomar la ‘separación’ del norte de Kosovo, donde la mayoría de la población es de origen serbio. (I)